domingo, 29 de marzo de 2015

HUMPHREY BOGART




El sueño se hizo realidad un día mientras esperaba el bus.
Le vi llegar con la gabardina, su sombrero y ese aire desenfadado con que cogía el cigarrillo.
Estuvo muy cerca, apenas a un metro de mi.
Después, colgaron el cartelón en la fachada del cine.

Nocturno por la mañana




Armando por fin había encontrado trabajo. Empezaba ese día a las nueve de la mañana en una clínica privada. Iba a tener un flamante despacho con su título de psicólogo colgado en la pared lateral, junto a la mesa. Detrás había un gran ventanal que daba a un hermoso parque. El decorado era perfecto.
Se despertó temprano. Desayunó junto a Teresa, su mujer, y su hijo Pablo de nueve años.
            -¿Lo tienes todo preparado? Qué guapo  estarás con ese traje nuevo. Vas a enamorar a todas las pacientes. Me pondré celosa.
            -Querida, sabes que para mí no hay más mujer que tú en el mundo.
            -Vamos, no exageres y ve a vestirte, no quiero que llegues tarde el primer día.
            -No llegaré tarde, cariño.
            -Entonces, papá, ¿ya me podrás comprar la nintendo?
            -Claro que sí, te la regalaré para tu cumpleaños, lo prometo.
En la radio sonaba un Nocturno de Chopin. El pronóstico del tiempo era bueno, veinte grados, propio del mes de marzo en el Levante. En la casa se respiraba un ambiente de paz y esperanza del que no habían gozado en mucho tiempo.
            Armando había estado trabajando dos años en un restaurante como lavaplatos. El puesto se lo dio una antigua amiga después de que él le suplicara. Fue su primer trabajo a los cinco años de haber acabado la carrera.
            Después de esto le dio por montar su propio restaurante y convenció a Teresa. Puso a su disposición todos sus ahorros incluyendo el dinero de la herencia de su padre. Lo guardaba para costear los estudios de Pablito o alguna emergencia que pudiera surgirles. Lo arriesgaron todo, pero el restaurante no funcionó y, al año de su inauguración, tuvieron que cerrarlo.
            Armando quedó abatido, arruinado, se sentía culpable. Vivían del sueldo de auxiliar de enfermería de su mujer. Bebía más de lo que era aconsejable. Perdía el tiempo. Esperaba que sucediera un milagro.
            El día que le anunció a su mujer que había encontrado trabajo, fueron juntos a comprar un traje nuevo y una cartera de piel. Teresa lo pagaría en tres meses arañando su sueldo. Luego fueron a comer a una pizzería para celebrarlo mientras Pablo estaba en el colegio. Pidieron una botella de vino de veinte euros, por una vez, y brindaron por el fin de sus problemas.
 A la hora de la siesta hicieron el amor con más intensidad que nunca. El haber superado tantos problemas juntos los unía. Se sentían leves y felices de nuevo.
            Aquella mañana se dio una ducha escuchando todavía a Chopin. Se había llevado la radio al cuarto de baño. Necesitaba esa música, lo relajaba. Se perfumó con una buena colonia que guardaba para las ocasiones y se puso el traje. Parecía una persona distinta.
            -Estás impecable –le dijo teresa cuando lo despidió en la puerta.
            -Deséame buena suerte, cariño.
            -¡Claro que te  deseo toda la suerte del mundo! –exclamó Teresa sonriendo- Todo va a ir bien ahora. Se acabaron nuestras preocupaciones. Vamos a empezar de cero. Los malos tiempos van a quedar atrás –añadió esperanzada.
           

-Será como un mal sueño que pronto olvidaremos –dijo él y acercándose, la besó. –Te quiero, tesoro. Lo celebraremos esta noche con una cena especial que yo mismo te prepararé.
            Salió del piso y se agarró a la barandilla de la escalera como si le faltara el equilibrio. Se metió en el ascensor. Pulsó el botón de bajada con la mirada perdida. Un fuerte mareo estuvo a punto de dejarlo allí mismo tirado, pero hizo un esfuerzo y salió al aire fresco de la calle. Se reanimó. Anduvo unos metros. Fue  al parque de Viveros. Se sentó en un banco y esperó  con la cartera sobre su regazo.

Olvidó mirar el reloj. A las diez de la noche, un policía lo llevó a un hospital desde donde llamaron a Teresa. Pasaron varios meses hasta que él pudo volver a enfrentar su mirada. El título de psicólogo sigue, treinta años después, en la casa de un amigo donde lo dejó el día que iba a ponerle un marco.

sábado, 28 de marzo de 2015

Nostalgia




Le gustaba acudir a aquel café, sentarse en la mesa de siempre -la del rincón- y fumarse un habano. Atrincherado tras el humo miraba hacia el pequeño escenario donde todavía le parecía ver  y escuchar a aquella preciosa joven, que con su perseverancia y admiración consiguió conquistar poco a poco. Ahora era su mujer.

De aquella relación nada quedaba, solo el gran amor que él le seguía profesando. Ella ya no recordaba ni su nombre.

jueves, 26 de marzo de 2015

Buffet Libre



Reunido el jurado de Valencia Escribe, formado por los administradores de la comunidad y colaboradores externos al proyecto, se ha llegado a la siguiente conclusión: De los 170 relatos presentados serán publicados la mitad. Queremos dejar constancia de la dificultad que ha tenido el proceso de selección y el hecho de que algunos textos han sido rechazados por tener exceso de palabras.  Muchas gracias a todos por vuestra colaboración. Se publicarán en el libro  Buffet libre los siguientes relatos:


Los entrantes:

Romance, de Concha García Ros
Ruptura, de Malén Carrillo
107 10.48 Pawel Walczak, de Marco Antonio Torres Mazón
Cumpleaños, de Lu Hoyos
Nostalgia, de Marga Alcalá
La importancia del apellido, de Malali Martínez
Primera y última cena, de Nicolás Jarque
Acorralado, de David Rubio Sánchez
Ensalada de tiros, de Rafa Sastre
El cumpleaños de Natalie, de Amparo Hoyos
Entrantes sin reducción, de José Luis Sandín
Amarga cena, de Mauro Guillén
Maldito Ransés, de Vicente Carreño Freire
Contemos con ellos, de Rosi Serrano Romero
La mejor medicina, de Susi Bonilla

Los primeros platos:

Cerrando el círculo, de Concha García Ros
El cowboy, de Javier Vayá Albert
Artillería napoleónica, de Fuensanta Niñirola
El rescate, de David Rubio Sánchez
La venganza se sirve fría, de Rosi Serrano Romero
Curro, de Marisabel Peral del Valle
Una nostálgica melodía, de Amparo Hoyos
Regreso al pasado, de Vicente Carreño Freire
Vacío, de Esther Moreno
El bodegón, de Lu Hoyos
Una buena cocinera, de Malén Carrillo
El pretendiente, de Rosa Pastor Carballo
Primer plato, de Nicolás Jarque
Cena para dos, de Mauro Guillén
Manos sucias, de Susi Bonilla

Los segundos platos:

Opera, de Javier Vayá Albert
Eufemio y Leonora, de Lu Hoyos
La niña del abrigo rojo, de Amparo Hoyos
La última cena, de Nicolás Jarque
Desorden, de  Kristina Yanavichyute
Foie, boletus y perpignan, de Luisa Berbel Torrente
Trampa, de Malén Carrillo
Los segundos platos, de Marisa Martínez
El amante, de David Rubio Sánchez
Je suis Charlie, de Vicente Carreño Freire
Premio y castigo, de Eulalia Rubio
Mood Indigo, de Rafa Sastre
Trío, de José Luis Sandín
Culpable, de Mauro Guillén
Conocimientos de mecánica, de Concha García Ros

Los postres:

La reclamación, de Javier Vayá Albert
La cena, de Marisa Martínez
La silla vacía, de David Rubio Sánchez
Deseo cumplido, de Rafa Sastre
Música para olvidar, de Amparo Hoyos
Milhojas natural, de Esther Moreno
Pequeñas quimeras, de Malén Carrillo
Siempre juntos, de Nicolás Jarque
23 grados al sol de enero, de Marga Alcalá
La elección, de Asun Ferri
Ay, Monterroso, de Mauro Guillén
Una cuestión de amor, de Malali Martínez
Metamorfosis, de Rosa Pastor Carballo
Iniciación, de Nico Aguilar
Se sirve fría, de Lu hoyos

Café y licores:

Café instantáneo, de Asun Ferri
La búsqueda, de Lu Hoyos
Ahogando la derrota, de Luisa Berbel Torrente
En la barra, de Amparo Hoyos
No quiero ser inmortal, de Vicente Carreño Freire
Dónde están los pájaros, de Malén Carrillo
Morting, de Susi Bonilla
Un silencio, de Rafa Sastre
Apurando el café, de Isabel Sifre
Lydia, de Marga Alcalá
La hora del té, de Rosi Serrano Romero
Tarde de domingo, de Esther Moreno
Dos vidas, de Nicolás Jarque
Con sal, de Pernando Gaztelu
Estilo, de Jorge Adrián Vajñenko






martes, 24 de marzo de 2015

Cosa de dos



       
-Qué me ocultas, mi tesoro ?
-Eso depende, mi amor.
-Y tú quien eres, mi cielo ?

-Yo soy tu luna, mi sol.

Tiempo



Claro que aún te espero, ya lo ves, sigo aquí,
junto a la rosa que aquel día te regalara.
Nunca regresaste,
pero estoy aquí sin importar cuantas décadas han pasado…

El reloj nunca se detuvo… 


domingo, 22 de marzo de 2015

La princesa de San Petersburgo



Se sentó en la acera del Boulevard Clichy, frente al Moulin Rouge, al pie de Montmartre. Dejó la cajita en el suelo y la abrió. Empezó a sonar un fragmento del Lago de los Cisnes al tiempo que una bailarina emergía de dentro girando como una peonza sobre sí misma. Irina cerró los ojos y soñó:

Irina Polioskaya estaba más nerviosa que nunca aquel día. En el palco imperial del Teatro Mariinsky de San Petersburgo presidían la Gran Duquesa Olga Nicolaiedvna Romanov, la hija mayor del zar Nicolás II, y a su lado el príncipe Félix Yusupov, la mayor fortuna de Rusia, quien años después asesinaría en su palacio con la ayuda de otros nobles al monje Rasputín, al que culpaban de los males del país por tener hechizada a la zarina Alejandra. La Gran Duquesa, con un abanico de plumas de águila blanca en la mano, lucía deslumbrante un vestido en el que brillaban pequeños diamantes.
Cuando se alzó el telón y sonaron las primeras notas compuestas por Tchaikovsky con coreografía de Marius Papite, maestro de baile del Ballet Imperial, Irina supo que esa era la gran noche de su vida. Anna Pavlova estuvo magnífica en el papel de Odette, la reina de los cisnes, enamoró a Sigfrido, interpretado magistralmente por Fedor Ramanikoff, y al público que abarrotaba el teatro. Irina formó parte del ballet, un cisne blanco poseído por la belleza de la música y seducida por el genio de la Pavlova. Se sintió en el cielo al ejecutar con tres compañeras la Danza de los Pequeños Cisnes en el segundo acto. Irina era hija de Dimitri Ostrov, un poderoso terrateniente, heredero de una familia prominente de San Petersburgo, y de la pianista Tamara Klaskina. Su madre le inculcó la pasión por la música y la metió a los doce años en la Escuela de Teatro Imperial, donde se forjó como bailarina al lado de Eugenia Sokolova.
En el Mariinsky Irina sintió que se cumplían sus sueños. Agotada y obnubilada, todavía con el corazón palpitándole en el pecho, recogió la catarata de aplausos con la que premiaron la actuación agarrada de la mano de sus compañeras y a unos pasos de la Pavlova y de Ramanikoff. El príncipe Yusupov envió un emisario al camerino con una misiva para que los componentes del ballet asistieran a la recepción en su palacio, uno de los más lujos de San Petersburgo, situado en el malecón del Moika. Allí Irina conoció al príncipe Voronin, un noble ruso elegante y seductor, criado en Inglaterra. Se enamoró como una loca de él y vivió una historia apasionada. Fueron los mejores años de su vida.
De aquel pasado destruido por el tiempo le quedaban los recuerdos y el regalo de la Gran Duquesa Olga, la cajita de música que llevaba una plaquita de plata con su nombre grabado en la tapa. Al abrirla emergía una bailarina y sonaba un fragmento del Lago de los Cisnes.


El tintineo de unas monedas al caer en su platillo le hizo salir de su ensoñación y abandonar los salones dorados del príncipe Yusupov para volver a París. Irina cerró la cajita de música, la acarició y la guardó en su bolso, recogió las monedas del platillo y se levantó con dificultad.
Dicen que se llama Irina Polioskaya le dijo a su acompañante el hombre que acababa de dejar caer unas monedas en el platillo. La llaman la princesa de San Petersburgo, cuentan que fue una gran bailarina en la Rusia de los zares, después de la Revolución cayó en desgracia y pasó veinte años en el campo de concentración de Kolima en Siberia. Sobrevivió a aquel infierno, pero le rompieron las dos piernas y nunca volvió a bailar.
-¡Pobre mujer!
Irina  se alejaba renqueante apoyada en sus dos muletas.


gracias

Buenos días .Gracias por darme entrada.Espero estar a la altura.
 

jueves, 19 de marzo de 2015

Recuerdos de infancia



La noche del 7 de agosto, Bárbara  tampoco podía conciliar el sueño. Había cenado  con sus hijos, Luis de tres años y Ana de siete. Al acabar de leerles un cuento, el pequeño le había preguntado:
-¿A qué hora llega papá?
-Llegará enseguida, cariño. Le diré que entre a daros un beso.
-¿Por qué estabais  riñendo esta mañana? –dijo Ana.
-Por nada, cielo, por nada. No tiene importancia. Vosotros también os peleáis, ¿no? Hala, a la cama ahora mismo.
A las dos de la madrugada oyó el ruido del ascensor que se detenía en el rellano, poco después el de la puerta al abrirse, y los pasos cansinos de su marido que entró en el piso tambaleándose.
 Su corazón se agitó dentro del pecho pero se hizo la dormida. No quería verlo ni hablarle. No soportaba el revoltijo de olores de sudor, alcohol y tabaco que su cuerpo desprendía noche tras noche, desde que se había quedado sin  trabajo. Ocupaba un puesto importante en una de las mayores empresas constructoras de Valencia.
Subsistían con el sueldo de enfermera de Bárbara, pero la hipoteca se lo llevaba casi todo. Tenía que dedicar dos horas cada tarde a hacer curas y a poner inyecciones a domicilio para llegar a fin de mes, mientras Alberto se perdía por los bares del barrio.
 Esa mañana, ella le había dicho que no soportaba más esa vida, que quería el divorcio; Alberto salió dando un portazo y la dejó con las palabras amargándole la boca.
            Permanecía inmóvil en la cama dándole la espalda. Él se introdujo en el lecho e intentó abrazarla. Ella seguía callada intentando reprimir las náuseas que su contacto le producía.
Insistió a pesar del  manifiesto rechazo. Bárbara se revolvió tratando de defenderse del abrazo. Pero él era fuerte y la inmovilizó.
-¡Me das asco! –le dijo.
-¡No me importa, tú no me vas a joder a mí la vida! ¡Me he casado contigo para siempre!
Ella le asestó una mirada de profundo desprecio, sus ojos pardos ardían como brasas en la penumbra del cuarto.
 Alberto la agarró del cuello y apretó hasta que ella dejó de moverse.

            Los niños se habían despertado con el ajetreo y llegaron a tiempo de ver a su padre gimiendo de placer sobre el cuerpo inerte de su madre.

miércoles, 18 de marzo de 2015

En busca de la libertad






Casi todos los días, le veía acercarse. A veces venía solo, otras acompañado de una mujer. Mientras, ella permanecía siempre en su puesto, amable y complaciente, dispuesta en todo momento cuando se la necesitaba, día tras día.
Una tarde se acercó sin compañía. Sonrió, le acarició el rostro, rozó su vestido de tul y puso la misma melodía que escuchaban invariablemente. Ella no pudo soportar su silencio y decidió romper con el orden establecido.
Para ello convocó a sus fantasmas, quienes acudieron de inmediato, hartos de tanto hastío. Llegaron todos: los espíritus buenos y amables y los que no lo eran tanto. Pero no era momento de excluir a nadie -menos tratándose de espectros- y se dejó llevar por cuantos estaban dispuestos  a proporcionarle la libertad.
No fue fácil. Las guerras entre almas atormentadas son devastadoras y el mundo material carece de valor. Cayeron las lámparas y los candelabros. Los cuadros de los antepasados daban vueltas como torbellinos y se estrellaban contra las paredes. Los cristales de los altos ventanales estallaban en mil pedazos cubriendo el suelo y formando un tapiz de lacerante resplandor. Ella quedó libre, al fin.
Él, estupefacto, asistió a la diabólica representación, inmóvil y sentado en su butaca preferida. En sus manos la caja de música que, hacía escasos minutos, había puesto en marcha inocentemente se encontraba vacía y muda. ¿Y la bailarina que daba vueltas?


lunes, 16 de marzo de 2015

"Escucha el mar y acuérdate de mí"





                                             Hoy hemos enterrado a mi abuela. Se llamaba Iria y tenía 90 años. Era de una aldea de Lugo, desde la ventana del caserón donde nació se veían un acantilado y el mar. Siempre la conocí viuda, su marido, mi abuelo, murió cuando ella tenía 50 años y yo todavía no había nacido. Usaba vestidos negros como uniforme habitual y llevaba en los ojos la tristeza de la lluvia de Galicia.
                                              Al regresar a casa del cementerio, mi madre me ha dado una cajita envuelta en un papel con estrellitas doradas y atada con una cinta de terciopelo azul cielo. Mi nombre estaba escrito con una letra grande infantil, la letra de mi abuela.
                                             
                                              Lo he encontrado en el armario de la abuela. Es para ti mi madre me ha entregado la cajita como si fuera el más preciado de los regalos.
                                              Me he ido a mi habitación con mi herencia y la he abierto. Dentro había una caracola y una carta.
                                           
                                              "Querida Iria (yo me llamo como mi abuela):
                                              Esta caracola es para ti, a mí me ha acompañado durante muchos años. Ya sabes que nací en una pequeña aldea, cuatro casas desperdigadas, muy cerca del mar, el terrible mar que se tragó a mi padre y a su barca. Mi madre se quedó sola con siete críos y nos fue mandando a Madrid a trabajar con el hermano de tu padre, el tío José, que regentaba varias panaderías y necesitaba manos para atender sus negocios. Los dos hermanos mayores abieron el camino y se fueron primero. Después me tocó a mí. Mi madre me puso en la camioneta con destino a Madrid un verano, yo tenía quince años. Fue entonces, a punto de abandonar aquel paisaje verde que he llevado siempre en el corazón, cuando sacó de su bolso esta caracola y me la entregó. "Cuando tengas saudade -me dijo- y la tristeza inunde tu corazón, túmbate en la cama, ponte la caracola en el oído, escucha el mar y acuérdate de mí".
                                              Esa caracola, Iria, ha sido mi conexión con el pasado, con mi madre, con mi aldea perdida en el fin del mundo. Sólo tenía que tumbarme en la cama y cerrar los ojos. Me olvidaba de esta ciudad asfixiante en la que me metieron a empujones. Oía el mar y veía el viejo caserón familiar, el prado verde rodeado de manzanos donde pastaban mis vacas amigas, la habitación se llenaba de olor a hierba recién cortada. Y siempre veía los ojos de mi madre, tan tristes, y me acurrucaba en sus brazos como cuando era niña y el futuro no existía, y me ponía los zuecos de madera para pasear por los caminos llenos de barro de mi aldea. Esta caracola mágica es ahora tuya, cariño. Escucha en ella el mar y acuérdate de mí".

                                                Estaba a punto de ponerme a llorar cuando mi hermano ha entrado alborotando como siempre.
                                                ¿Qué haces ahí tumbada, Iria? Deja de vaguear. ¿Y qué perfume te has puesto? Abre la ventana, esta habitación huele a hierba y a mar.
                                               
                                                Me he levantado, he mirado la foto de mi abuela que tengo encima de la mesilla y le he guiñado un ojo, me ha parecido que me sonreía.

sábado, 14 de marzo de 2015

RECUÉRDAME





Te dejaré impresa mi alma en papel.

Tatuaré cada palabra no pronunciada bajo tu piel.

Ahuyentaré tus miedos, romperé tus cadenas. Abrazaré tus sueños, mutarán tus creencias.

Idearé pensamientos que abrasen tu timidez.

Enhebraré hilos que remienden tu vejez.

Sorberé tu veneno, acallaré tu ausencia. Delinearé tu cuerpo, se quebrará tu firmeza. 

A cambio, sólo una PROmeSA.

            Mírame              
                  
Escúchame

Léeme





viernes, 13 de marzo de 2015

MIRADAS DE MUJERES ( Por el día de la mujer)


 


Hace frío, lo siento en la cara. Sobre las mejillas, unas pequeñas gotas que rápidamente quedan impresas sobre la piel, acentúan el frescor. ¿Es por el viento que se mete entre los párpados entornados, o es la intensidad del dolor que me oprime la garganta, el que ha hecho expulsar este líquido viscoso de mis ojos mezclándose las lágrimas con las gotas de lluvia?
¿Por qué me miráis? noto vuestros ojos en los míos, escudriñando, observándome ¿Cómo me veis? Me agobia el notar vuestras miradas. Tendría que explicar, pero, ¿para qué? No podríais entenderme. Puede que sea mi color o mi soledad las que os atraen y aunque derramara un millón de lágrimas y gritara, y os tocara para haceros notar mi presencia, no serviría de nada. Nada es entendible con una mirada  ¿o sí?  ni siquiera con un gesto, ¿con una palabra? Posiblemente. Pero estoy muy cansada  y hace tanto que no hablo con nadie. El miedo a lo desconocido.
 Mi vocabulario aún no es perfecto. Es difícil cambiar de idioma, adaptarse, hacerse entender, comunicarse. Palabras, palabras. Están tan lejos los míos, hace tanto tiempo....Imágenes en mi mente, sólo imágenes repletas de recuerdos, me siento colapsada  de imágenes. Hay un gran abismo entre el ayer y lo que hoy represento. Hace mucho frío ¿me miras? No, no nos conocemos, pero noto que me miras, nos cruzamos y me miras de manera diferente. Yo también te miro y el azul de tus ojos se funde en la negrura de los míos y empieza a llover más intensamente. Una gota, dos, tres, cuatro. El rojo de los paraguas sobre el asfalto gris.

¿Por qué llorará aquella mujer en plena juventud? Aunque yo, hace poco, también me encontraba sumida en un pozo. Ahora ya no. Salí, afortunadamente salí, porque mi hijo salió y ya todo es diferente. Me estoy mojando, acelero, ¡cuanta gente! La lluvia, los árboles, tengo que coger el metro. Los paraguas van, vienen. Las hojas, de las que cuelgan miles de gotas me acompañan. Respiro, sueño, tanta espera y ya está en casa, por fin y sin problemas. Los malos presagios, esfumados;  y ahora puedo tocarle, acariciarle, besarle, sin problemas.
El pensamiento se acelera, noto palpitaciones, me emociono. Pensamientos superpuestos que se reflejan, seguro, en mi cara. La gente me mira, o por lo menos me lo parece. Los ojos de todos me observan, me persiguen, me envidian, transpiro felicidad. Mi juventud, mi gozo, mi futuro. Salgo del metro hacia la calle de nuevo. Un paso, dos, corro, esquivo, sigue lloviendo. No me importa sentirme mirada. Tu mirada ajada, envidiosa anhelante, ¿qué me quieres contar? Tu tiempo pasó, ahora es el mío, son casi las seis, tengo que apresurarme y tú no haces más que mirarme, pero no me conoces, no sabes, acelero.....

Me reconozco en esa joven a la que no puedo dejar de mirar. Así era yo, en un pasado no muy lejano, pero que ahora me parece infinito. Así era yo, joven, con futuro, con proyectos y ahora, soy yo, o ¿soy la otra?, la desconocida, la que agazapada me espiaba, para salir, para anularme. Yo era y sigo siendo, pero distinta. Con una gran tristeza sobre los hombros, sobre todo mi cuerpo ¿soy? Los ojos azules que cruzaron su mirada con la mía me transportaron a otros momentos vividos. Yo era, y ahora acabada, busco una salida, una mano, una mirada. Pastillas, insomnio,  vejaciones  y  un ¡basta!. Y  la calle y  la  incomprensión y  la  humillación  a  la búsqueda de mi vida.
 Noto que la respiración me asfixia, me detengo, me paro, me siento aquí mismo, en este banco. Ya no llueve, parece que el sol, en un arrebato primaveral, quisiera, apartando esa nube, asomarse. Miro, miro a la gente que pasa, apresurada. Esa  joven a la que observo, podría ser mi hija, la que perdí, la que aún palpita por todo mi cuerpo; la que en mis pesadillas me habla y me anima a ser valiente a pesar de mis miedos. Y la sigo mirando como camina: con ligereza, con gracia, con seguridad y se pierde por aquella esquina y sus ojos que se cruzaron por un segundo con los míos, me reconfortan. Ya estoy mejor. Seguir, seguir con las decisiones tomadas, con la ruptura y, empezar de nuevo. Ya no la veo......

¡Qué tristeza aquel rostro! Y sería una mujer guapa, seguro, su mirada limpia aún transmitía paz, hermosura  y su cuerpo, ya no muy joven, conservaba una cierta elegancia. Aunque sus profundas  ojera. Me recordó a un personaje de Hopper, así solitaria, con esa luz de la tarde que alargaba su sombra sobre el pavimento aún mojado, en un intento de fijarla, de dejar su huella, como una forma plana que queda impresa, como una estampación. La luz, la tristeza, la calle. Hoy todo me  sugiere, me motiva, me inspira. Los ojos siempre abiertos, mirando, y los sentidos alerta.
 Las miradas de tanta gente que avanza presurosa sobre el asfalto se cruzan unos segundos con la mía. ¡Salió el sol! Estos días primaverales son cambiantes. Sol, agua, nubes, otra vez sol. Tengo que parar un momento, respirar, tranquilizarme. Se agolpan tantas y tantas sensaciones en mi cabeza; recuerdos, sonidos, imágenes, colores, siluetas, emociones. Es un día importante, todos lo son, pero este más. Mi primera exposición. Años de trabajo, de sueños, y él, mi chico, que viene desde tan lejos, desde el frío, desde el país que nos unió; que nos unió en ideas, en sueños. Con la  misma coreografía. Me río, me estoy riendo, me miran y naturalmente no entienden el porqué de mi risa. Me miran con sus ojos marrones, verdes, negros, brillantes, azules, y no lo comprenden. Yo sí, estoy feliz, me siento feliz, plenamente feliz. La sensibilidad a flor de piel, mis proyectos a punto de ser realizados. Tengo que controlarme. Miro la calle, miro a la gente. Todo es significativo, Detente. Siente.


         A modo de epílogo.  Miradas que en cualquier plaza, rodeada de grandes o pequeñas ventanas se cruzan entre ellas, sin saber ni conocer.  Plazas de cualquier ciudad, con grandes, o pequeños monumentos que miran desde el pedestal con la frialdad de sus pupilas a la gente que apresurada camina sobre ellas. Ciudades de cualquier país del llamado primer mundo, un día cualquiera del mes de abril, al atardecer, llenas de mujeres, niños, vagabundos, ejecutivos,  amas de casa, barrenderos, secretarias, oficinistas, médicos, dependientas, informáticos, banqueros, peluqueras, carpinteros, enfermeras, estudiantes, diseñadores, bailarinas, zapateros, biólogos, albañiles, profesores, taxistas, actores, abogados, futbolistas, costureras, fotógrafos, jardineros…. cruzan sus miradas, ignorándose, pero reconociendo en cada uno, una parte de ellos mismos. Hay otros lugares en el mundo, donde esta pluralidad de ocupaciones no existe y las  miradas, sobre todo las miradas de las mujeres, están marcadas por un futuro común, con pocas expectativas, pero con los mismos anhelos.  Este quiere ser, mi pequeño homenaje a todas las mujeres que con su mirada, estén donde estén y tengan el color que tengan, reconfortan y dan esperanza.

El camino de las mujeres