jueves, 6 de febrero de 2014

Anoche tuve un sueño. Día mundial contra el cáncer.



Anoche tuve un sueño.
Me estaba casando con aquella mujer que conocí 8 años atrás en aquella biblioteca. Tímida, de labios finos, sonrisa delicada, cabello largo y unos ojos verdes que cuando me prestaron atención, me olvidé de por vida de las primeras palabras que le dije.
Recuerdo cómo agotamos las excusas para tener nuestra primera cita, y como conseguimos exprimirla hasta el amanecer sin tocarnos. El asiento trasero del coche me pareció el mejor lugar del mundo para hablar, reír, pensar y mirarnos en silencio como si aquella fuera la última noche de nuestras vidas, y tres días después, en el mismo escenario, hicimos el amor apasionadamente.
Recuerdo que 2 años después de la boda, tuvimos nuestra primera hija. Se llamaba Andrea. Fue el mejor regalo que la vida pudo ofrecernos en tales circunstancias. Disfruté mucho enseñándole el camino a la música, y con 9 años, era ella la que me enseñaba a mí, se nota que sacó tus genes. A día de hoy, toca en una orquesta, tiene su propia academia y es feliz.
Conseguimos establecernos en un apartamento de 35 metros cuadrados que compartimos con el regalo de su primer cumpleaños, un gatito. Pasados unos meses tuve que cambiar de trabajo, y con ello, de ciudad, de gente, de ambiente. De todo.
Todavía recuerdo lo bien que lo afrontaste todo. Fuerte como una tormenta y siempre sonriendo mientras todo cambiaba a nuestro alrededor, y 3 años después, nació nuestra segunda hija, Paula, con la que pasamos los peores momentos de nuestra vida. Estuvo muy enferma desde muy pequeña y tuvimos que hacer grandes sacrificios para que saliera adelante. Hoy en día es una de las mejores cirujanas del país y da charlas motivadoras por todo el mundo. Igual lo hicimos bien ¿verdad cariño?
Recuerdo que en invierno, te tirabas todo el día acurrucada a mí cuando estaba en casa, y quizás no lo sepas pero, me encantaba. Nunca fui de muchas palabras, aunque creo que, afortunadamente, y como pasaba con todo, tú lo sabías, como también sabías que no habría sido capaz de vivir sin esos abrazos.
Cada san Valentín, recuerdo que no hacíamos absolutamente nada, es más, nos tirábamos todo el día bromeando sobre el supuesto día especial, haciendo de él un día normal en nuestras vidas, de esos que tanto me gustaban. Porque contigo, nada era normal.
Recuerdo tus series y películas favoritas, y cuantas veces me pedías verlas una y otra vez, proponiéndome que preparara el salón como yo sabía mientras tú cocinarías algo para la velada. ¡Maldita sea! Cuanto te echo de menos. Tus cartas en la mesa cada mañana contándome algo, el sonido de tus llaves, tus suspiros mientras hacíamos el amor, tu leve movimiento al caminar, tus ojos en la noche y lo adictiva que se volvió para mí tu sonrisa. Nunca olvidaré tu sonrisa.
Recuerdo tus primeras noches en vela después de la noticia. Aquellas que se convirtieron en nuestras y solo nuestras. Todas las lágrimas derramadas que, algunas veces, por culpa de ser como éramos, convertíamos en carcajadas. Aún las guardo. Cómo salías a la calle a comerte el mundo cada día. También recuerdo que cuando llegó el momento, rechazaste ponerte el pañuelo en la cabeza, diciéndome que no te gustaba ocultar tus ideas, que el mundo estaba necesitado de ellas. No sabes la razón que tenías.
Seguramente recordarás tan bien como yo que volvimos al lugar donde nos conocimos. Al lugar donde pasamos esas primeras noches e hicimos el amor por primera vez. Las vueltas que di para conseguir una réplica de aquel automóvil en el que nos sentamos antaño y lo que tus hijas me ayudaron en todo. El asiento trasero del coche me pareció el mejor lugar del mundo para hablar, reír, pensar y mirarnos en silencio, con la diferencia de que, aquella... Aquella si fue la última noche de nuestras vidas. Odié y amé a partes iguales que murieras en mis brazos, porque siempre habías dicho que volviste a nacer en ellos, así que se cerró el círculo supongo...
... Ahora cariño mío, todo lo que recuerdo es el dolor. El dolor que supone perderte, que te lleves contigo toda mi vida y más de la mitad de mi alegría. El dolor que produce esta enfermedad que se ha llevado en meses todo lo que tu y yo construimos juntos toda una vida. El dolor de ver a tus hijas humedecer esos ojos idénticos a los tuyos cada vez que te recuerdan, es como verte llorar una y otra vez. El dolor de sentir que ya no soy nadie y que no quiero formar parte de nada si no estás tú. EL dolor de seguir enamorado de ti y que no duermas a mí lado.
El dolor de estar así y no poder contártelo.


Imagen cortesía de Miguel González Page

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