viernes, 31 de enero de 2014

Mark & Henry


El metro de las 10:00 de la mañana se acababa de marchar y él pudo sentirlo bajo sus pies. El olor a café recién hecho inundaba cada rincón de aquella ancha y poblada calle que partía el corazón de la ciudad en dos. A pesar de los 12 grados en el ambiente, él vestía un pantalón largo que había visto tiempos mejores y una camiseta de los beatles con un par de rasguños que le quitaban protagonismo a la cara de Ringo. La sacó de la vieja funda, pasó sus dedos por el rasguño que tenía cerca del puente y se la colocó en posición. Unos cuantos armónicos y estaba lista, deslizó sus dedos por las cuerdas mientras cerraba los ojos y se tomó su tiempo. Cuando volvió en sí, miró el sombrero vacío y esbozó una sonrisa tan amplia que podría atravesar el mundo de punta a punta...
... El metro de las 10:00 de la mañana acababa de marcharse y él pudo sentirlo bajo sus pies. Ya tenía la guitarra afinada y era el momento de comenzar a tocar. Era su primer día en aquel lugar y estaba algo nervioso, así que decidió tocar una versión más o menos conocida para entrar en calor y coger confianza, colocó su vaso frente a él y mientras colocaba sus dedos en el Do mayor para comenzar a tocar "Have you ever seen the rain" una voz lo interrumpió.
–¿Have you ever seen the rain quizás?
Mark levantó la mirada y observó al individuo.
–No es que le pase nada a la canción, al revés, es de mis favoritas, pero está muy trillada por aquí, la toco casi a diario, lo que debería de darte una pista.
–¿Una pista?
–Si, una pista de que te has sentado en mi sitio.
Casi al instante quitó su mano del mástil y agarró la funda para guardar la guitarra al mismo tiempo que se levantaba.
–¡lo siento! de verdad, no sabía que...
–No, no te preocupes, no pasa nada, le puede pasar a cualquiera. _Añadió el individuo.
Mark se colgó la guitarra al hombro, agarró su vaso vacío y comenzó a caminar, pero no le dio tiempo a dar más de dos pasos.
–¡Hey! _Gritó el desconocido_. Ven aquí.
Se dio media vuelta, confuso.
–Dime.
–No te vayas. Compartamos sitio hoy. Pon tu vaso y yo pondré el mío, que la gente decida a quien echarle dinero ¿te parece? Estoy algo cansado de estar solo. Me llamo Henry. _Dijo extendiéndole su mano.
–Mark. _Dijo repitiendo gesto.
–Es un placer Mark, siéntate, estás en tu casa.
A las 12:00 del mediodía, se habían parado a observar más personas de lo que Henry recordaba en bastante tiempo. Echo un vistazo rápido, y aunque él tenía notablemente más monedas en su vaso, el del novato no andaba demasiado lejos. Una mujer se paró frente a ellos, los observó un instante y, no sin dudar, se acercó al vaso de Mark y echó dos monedas. Cuando Henry terminó de tocar una canción, se quedó brevemente observándolo, y cuando este terminó de tocar le dijo.
–Vamos Mark, ¡toquemos juntos!
Y comenzó a tocar una serie de acordes con fraseados limpios y rápidos. Mark cogió el hilo rápido y las dos guitarras se fusionaron prácticamente solas. Henry comenzó a cantar y a Mark se le heló la sangre. Era una de las voces más increíbles que había escuchado nunca. A los veinte minutos, no cabían más monedas en ninguno de los dos vasos, así que Henry sacó de la funda un sombrero, lo puso en medio, y vació los dos vasos en él. Mark, aunque no paró de tocar, lo miró extrañado. Un guiño y una sonrisa de Henry fue toda la respuesta que obtuvo.
Dos meses después, toda la calle los conocía como Mark & Henry y para los turistas era parada casi obligada. Dormían en el mismo albergue, compartían dinero, comida y bebida, prácticamente inseparables. En las mañanas frías, cuando el tiempo no acompañaba demasiado, Henry solía mirar el sombrero, y cuando veía algo más de 3 o 4 monedas, lo agitaba y decía sonriendo.
–Hoy es nuestro día Marky. Hoy seremos millonarios.
Una fría mañana de un 20 de octubre de 1982, mientras tocaban, un señor trajeado se paró frente a ellos, esperó a que acabasen, se acercó y se puso en cuclillas.
–¿Qué hacéis aquí?
–Ganarnos la vida, caballero. _Respondió Henry.
–¿Cómo se llama esa canción?
Ambos se miraron brevemente y Mark tomó la delantera.
–Hope, se llama hope.
–Hope ¿eh? Pues es muy buena, demasiado diría yo. _Apuntó el extraño.
–Muchas gracias amigo, igual podría confirmar su gratitud verbal con algún gesto físico, no sé si me entiende. _Dijo Henry torciendo una sonrisa pícara y apuntando al sombrero.
–¡Oh!, por supuesto. _El extraño depositó dos monedas en el sombrero_. Pero, ¿y si le digo que igual mi gratitud va mas allá?
Henry lo miró fijamente.
–Hace tiempo que no vemos un billete ¿eh Marky? Pero si se refiere a otra cosa, disculpe pero no es mí tipo, ¿És el tuyo? _Le dijo a Mark.
–No, desde luego que no. _Contestó riéndose.
–No, tampoco eres su tipo, lo sentimos. _Pero al acabar la frase, Henry quedó sorprendido. El extraño se estaba riendo, y lo hacía de verdad, sin sarcasmo.
–Roger. _Dijo alargando el brazo.
_Yo soy Henry y él es Mark, uno de los mejores guitarristas que he conocido.
–Encantado Mark.
Roger resultó ser una de esas personas con dos empresas prolíficas, miles de trabajadores a su cargo, felizmente casado y enamorado de sus dos hijos, amante de la música desde que era un niño pero con una infelicidad personal abundante unida a la frustración de no haber dedicado tiempo a la música como pasión personal. Mientras los veía tocar, se notaba que disfrutaba y los envidiaba de manera sana a partes iguales, por el arte que desprendían y por esa facilidad para crear música.
Tardó exactamente dos semanas y media en conseguir que grabaran 5 temas en un estudio de grabación para un EP y todo corrió de su cuenta. Un montón de papeles detalladamente explicados por Roger, un par de apretones de manos de más y al mes estaban sonando por la radio, eran número uno en lista, estaban tocando en todos los bares importantes de la ciudad y tenían a la vista una gira por el país.
–Me cago en la puta, esto es increíble. _Dijo Roger.
–¿Increíble? esto lo has hecho tú tío, no sabemos como agradecértelo. _Mark levantó su cerveza, miró a Henry y brindaron los tres.
–Mark, creo que decirte que te quedaras conmigo aquel día ha sido una de las mejores decisiones de mi vida, quiero que lo sepas tío, eres el músico más increíble que he conocido. _Henry levantó su cerveza por segunda vez, pero Mark le bajo el brazo y le dio un abrazo.
Roger se levantó, echó una moneda en el jukebox y puso have you ever seen the rain, los miró y les hizo una señal con el dedo pulgar.
Al año siguiente, después de dos exitosas giras, cientos de entrevistas en revistas del gremio, apariciones en televisión, dos discos grabados y en mitad de la gira del tercero, Mark & Henry estaban en la cima. La gente los paraba por la calle, les pedían fotos, autógrafos, besos, querían tocarlos, abrazarlos, jamás habrían imaginado eso cuando estuvieron tanto tiempo en la calle y eran casi ignorados por la mayoría de las personas que veían caminar cada día hacia sus respectivas obligaciones sumidas en una infelicidad que saltaba a la vista.
La noche antes de uno de los conciertos más importantes de esa gira, llovía con intensidad. Henry había estado todo el día fuera y Mark había pasado el día en la terraza de la habitación de hotel contemplando el horizonte y analizando lo que había cambiado su vida, casi ni se lo creía. Cuando volvió dentro, se tumbó en la cama, apagó la luz y se quedó dormido mientras sonaba Atlantic.
Todo estaba listo. La gente coreaba fuera a pleno pulmón la letra de hope. Cada vez que eso sucedía, que era muy a menudo, ambos sonreían mientras afinaban, pero esa noche algo iba distinto. Henry estaba algo decaído.
–¡Hey Henry! ¿Qué te pasa tío?
–Nada, no te preocupes, demasiado alcohol anoche. _Dijo sonriendo y guiñando un ojo.
Un rato después, el público estaba vibrando con el concierto en aquella sala de no más de 100 personas.

"Un acústico impecable, el cielo musical"
The royal music.
"Dos grandes guitarristas y una voz legendaria"
Mighty note.
"Lo mejor que he tenido el honor de presenciar en demasiado tiempo"
Life´s music.

Y así un centenar de críticas de todos los medios musicales que ponían por las nubes a los dos músicos. Roger, por temas de trabajo, no podía estar demasiado con ellos en esta última gira, pero hablaba con ellos muy a menudo.
–No ha llamado Roger, es extraño. _Dijo Mark.
–Si, algo extraño si. Quería comentarte algo.
–Claro, dispara.
Henry bajó la mirada brevemente, y cuando estuvo listo, miró a Mark a los ojos.
–He hecho algo a tus espaldas que puede que no te guste.
Mark se quedó helado.
–He estado en papeleos con la discográfica, con el registro de autores y con todo lo relacionado con nuestras obras, y quería decirte que...
–¡No!, Henry, si es lo que creo que es, no lo digas por favor, creía que estábamos juntos en esto, creí que éramos uno, no joder, ¡somos uno!, no puedo creer que...
–Me muero Marky.
En ese instante todo se quedó en pausa. Mark no sabía qué hacer, qué decir, simplemente miraba a los ojos a Henry mientras los suyos comenzaban a humedecerse.
–He firmado aproximadamente 300 papeles, ya sabes como son estos para las cosas legales, una verdadera pesadilla, he tenido que estar ocultándote mis idas y venidas y mis viajes a ver a mi hermana, que por cierto no existe. _Aclaró riéndose_. Y muchas más cosas que no te contaré porque tenemos que salir a tocar pero, solo quiero que sepas que está todo a tu nombre, eres el poseedor de todo lo que tú y yo hemos creado. Por supuesto lo hablé antes con Roger, y él estuvo totalmente de acuerdo, me costó muchísimo que no abriera la boca, pero lo mantuve firmemente amenazado, ya sabes que tengo un gancho de derecha que más quisieran algunos, pero te juro que es el acto con más seguridad y decisión que he hecho en toda mi vida. He sido muy feliz contigo como músico, amigo y hermano, más feliz que todos los años anteriores de mi vida. Y no te negaré que echo de menos los tiempos en que éramos tu, yo y el sombrero. La calle era nuestra.
Aquella noche fue, posiblemente, el mejor concierto que habían dado en toda su existencia.

"Jamás volveré a ver nada igual, de eso estoy seguro"
Rock masters.
"Henry es una leyenda, es la única voz que te llega al corazón sin que te des cuenta"
Wave nation.
"Donde quiera que hayas ido, sigue cantando, hazlo por nosotros"
The music anthem.

Aquella misma noche, 4 horas después del concierto, Henry se puso muy enfermo. La sala del hospital nunca había sido tan fría. Mark permaneció sentado junto a la cama incontables horas.
–Marky, no tienes por qué estar aquí, eres muy pesado. _Sonreía Henry_. Pero ya que no voy a poder echarte, haz algo útil y dame mi guitarra.
Casi no se podía mover, pero la sostuvo todo lo bien que pudo con la ayuda de Mark. Le pidió una llave y comenzó a gastar sus últimas fuerzas en hacer un rasguño cerca del puente donde, no sin mucho esfuerzo, consiguió poner "Henry & Mark".
–Nunca entendí por qué ponían tu nombre antes que el mío, soy muchísimo mejor que tú con los ojos cerrados, así que toma, quédatela, pero hazme solo un favor, tócala, y no hace falta que pienses en mí, solo tócala. Has nacido para esto, y ya que algunos no vamos a durar mucho en este mundo, hazlo por los dos. –Y aquella fue la última sonrisa que compartieron juntos.
Algunos enfermeros y médicos cuentan que no se atrevieron a entrar en la habitación durante horas. Mark permaneció llorando encima de Henry horas y horas. Cuando se levantó, cogió la guitarra, la afinó en segundos, se puso erguido y comenzó a tocar la canción preferida de Henry, Into my arms.
Meses después, Mark había fundado una academia de guitarra a la que llamó Henry´s soul. Gran parte del dinero que ganaba lo destinaba a la lucha contra el cáncer y a comedores para personas sin hogar. Pasaba parte de sus días buscando a músicos callejeros junto a Roger para darles la oportunidad que le dieron a ellos, aunque nunca hacía nada de estas cosas por la mañana, porque...
... Se sentaba en aquella calle donde comenzó todo. El metro de las 10:00 de la mañana se marchaba y él podía sentirlo bajo sus pies cada mañana. La sacó de la vieja funda, pasó sus dedos por el rasguño que tenía cerca del puente y se la colocó en posición. Miró el sombrero vacío y esbozó una sonrisa tan amplia que podría atravesar el mundo de punta a punta, alargó su brazo y lo agitó.
–Hoy es nuestro día Marky. Hoy seremos millonarios.

jueves, 30 de enero de 2014

La entrevista



—Pero, ¿es verdad todo lo que dicen acerca de ustedes?
—¿Y qué dicen?, y antes que nada: ¿Quién dice qué?
—La gente en la calle, lo que opina de gente como usted...
—¿Quién es "la gente"? No sea estúpida, pregunte cosas interesantes por favor.
—OK, perfecto. Se lo pregunto de otra manera. ¿Es consciente del poder que tiene?
—Y, ¿qué es el poder, muchacha? Lo que me pregunta es tan ambiguo como su peinado, como mi nombre o como el maldito valor de la casa en la que usted vive o alquila. Me da igual, el poder es eso, poder, control, potencia. Es sólo eso y todo eso.
—Siempre se ha dicho que la gente como usted se oculta detrás de otros. Que están detrás de las marionetas, de los que parece que mandan, pero que realmente son ustedes los que tienen el control de todo. ¿Es así?

martes, 21 de enero de 2014

Dos tipos de loco




Hay dos tipos de loco-que-habla-solo.

Está la mujer o el hombre harapiento que van empujando un carro y charla, se ríe y hasta grita a su interlocutor virtual. Ese es el primer tipo de loco-que-habla-solo. El segundo tipo está formado por hombres o mujeres vestidos de traje que charlan, se ríen y hasta gritan a sus interlocutores virtuales.

Es gracioso ver cualquiera de estos locos en espacios públicos. En la estación de Trenton, New Jersey, me sucedió algo muy gracioso. 



Encontré una pareja de locos ideal. Ella era del primer tipo. Una señora de unos cincuenta años, de raza negra, empujando un carro verde lleno de manchas y trapos de variedad de colores. Era bastante robusta y algo baja de altura, no parecía tener mayores preocupaciones.

Él era del otro tipo. Un hombre de unos cuarenta años, metro ochenta, traje gris brillante y un cable colgando de su oído derecho. Justo donde el pasillo de la pequeña estación es más estrecho se cruzaron por casualidad y algo magnífico —y extraño a la vez— sucedió.

Puede que sus interlocutores virtuales tuvieran la culpa, puede que fuera el destino, me da igual, algo detuvo la marcha autómata de sus cuerpos, algo hizo que sus caminos se cruzaran y aunque ellos creyeran que estaban mirando al infinito (o a nada) se encontraron mirándose el uno al otro y continuaron su diálogo:

—¿Cómo estas?

—Mala vida llevo, John

—Me da pena oírlo.

—¿Y que tal tú por París?

—Ese barrio es una mierda John, esta lleno de putas y viejos verdes.

—¿El Moulin Rouge?, tenemos que ir juntos.

—No creo que pueda John, me duele mucho la espalda, ya no puedo ni con mi culo...

—¡Pero si son sólo ocho horas de vuelo!

—Vete a la mierda John, tú sólo quieres joderme...

—Yo también te quiero cariño.

Sonrieron los dos al mismo tiempo mirándose a los ojos.

Estoy seguro de que les alegró verse sonreír. Aunque fuera un cruce virtual, aunque no hubieran hablado entre ellos, por un segundo, esos dos locos se encontraron con la mirada y se alegraron de estar juntos en este mundo loco.

Después siguieron sus caminos, sus charlas virtuales, sus mundos paralelos…

Todos necesitamos sonreír a alguien de vez en cuando, ¿no creen que sí? Estoy cansándome de mirar este maldito teclado, esta estúpida pantalla del demonio. Voy a por una cerveza, a por una barra, a por un camarero, a por una persona con quién hablar. Voy a la calle, voy a buscar una persona con quién hablar de verdad, aunque no le importe nada lo que vaya a decirle, aunque horas después olvide por completo que yo existí alguna vez.


Pernando Gaztelu



sábado, 18 de enero de 2014

La Sauna



Los gemidos de placer de la habitación de al lado se hacían cada vez más intensos.

Por un momento pensé que era algo pasajero, pero esa mujer llevaba más de media hora disfrutando de lo lindo. No podía concentrarme en nada y además el maldito resfriado no me dejaba respirar, entonces decidí ir a la piscina.

Había tenido la suerte de alojarme en un hotel que no era muy malo, un poco viejo, pero tenía piscina y eso no estaba nada mal. En aquel entonces Érika pagaba las cuentas como buena editora y amante. Yo escribía artículos muy malos para una revista aún peor, pero a la gente le gustaban y eso tampoco estaba nada mal.

sábado, 11 de enero de 2014

Adicto al sistema



Piiiiiifffff, tantín… La pantalla del smartphone se tornó negra. Atónito, se quedó mirándola sin poder apartar los ojos de la abrupta oscuridad, la nada… Comenzó a salivar, los diminutos conductos del interior de su paladar segregaban un espeso mar acuoso que inundaban su cavidad bucal, dificultando incluso el paso obligado a través de su epiglotis, que reaccionó cerrándose repentinamente, sólo una tos repentina le salvó por un segundo de atragantarse, evitando que la falta de oxígeno desconectara su cerebro. Justo ahora que estaba a punto de firmar una petición en Change.org sobre la liberación de las patentes de Tesla, qué incongruencia, el inventor de la energía libre silenciado y él en medio de una selva de contaminación, lumínica, acústica y ambiental generada por la quema de combustibles fósiles y radioactivas centrales nucleares, sin poder cargar su móvil que había sucumbido por el agotamiento de la batería.

Tenía el día libre por asuntos propios, así que aprovecharía para acudir a la consulta del médico, esos ataques de pánico empezaban a preocuparle, todo el día ocupado con su trabajo, las piruetas para llegar a final de mes, las carreras para llevar a tiempo al colegio a los niños, no le dejaban espacio para continuar conectado y era necesario, todo ladrillo hace pared. Pero… ¿no estaría llevando demasiado lejos su combatividad de salón?, ¿hasta qué punto eran eficaces esas campañas de firmas electrónicas?, ¿no eran, acaso, sino una forma inmediata y egoísta de descargar su conciencia con un simple clic? Entró en la sala de espera, estaba abarrotada, gente mayor principalmente, que charlaban entre ellos, un hombre casi octogenario, muy vital y con una potente voz, insistía con sus miradas en introducirlo en la conversación:

- Vaya horas, llevo aquí media mañana…, tenía cita a las diez y son casi las doce y media.

- Es que se ha ido la luz y el ordenador no funciona-. Dijo una señora de mediana edad.

- ¡Estamos apañados! Se estropea el cacharro y ya no hacemos nada-. Voceó el anciano.

- Galán, ahora está todo en el ‘retrato’, ya no hay que contarle tu vida, le dices al médico lo que te pasa y… a tocar el piano-. Contestó otra mujer, que apoyaba en su bastón una mano y el mentón, mientras movía rítmicamente los dedos de la otra.

- … Y como es nueva la doctora, vamos ‘daos’…

- ¿Que no está el Dr. Garrido?

- No, lo han trasladado-. Dijo una joven que se mordía nerviosamente las uñas.

- Deberíais protestar vosotros, los jóvenes, los viejos ya lo tenemos todo perdido…- arengaba el vital anciano mirándolo fijamente.

- Uy, pues yo me marcho-. Murmuró él, por lo bajo, creyendo que no lo oirían.

- Vaya pues, no estará tan malo, esta juventud… siempre con prisas, sólo piensan en lo inmediato-. Comentó el anciano, mirando a la concurrencia, una vez éste se alejaba.

La leve serenidad que lo había cobijado al entrar en el recinto ambulatorio, esa que nos invade en los momentos de inevitable espera, empezaba a disiparse, la sentencia ‘no funciona el ordenador’ se grabó en su mente y atrajo hacia él, de nuevo, la quemazón en la boca del estómago y el pulso acelerado que hicieron, irracionalmente y sin habérselo ordenado, que sus piernas lo pusieran en pie y lo condujeran precipitadamente hacia la salida.

Ya en la calle tomó aire, miró a su alrededor, sin saber muy bien hacia dónde dirigirse, ordenó sus tareas pendientes mentalmente, había acumulado incontables ocupaciones para el día libre, la cita con el médico, una gestión en el ayuntamiento, también tenía planeado pasarse por el banco, así que al vislumbrar a lo lejos, el cartel de una sucursal de su entidad bancaria, se encaminó hacia la oficina. Miró al interior a través de la cristalera de entrada, había poca gente pero todos sentados, nadie en la ventanilla, pensando le llevaría poco tiempo se internó en el cubículo detector de metales. El cajero lo miró con indiferencia, bajó los ojos y mientras seguía con sus ocupaciones, le dijo con voz monótona: ‘no funcionan los ordenadores, se ha caído la red. Si quiere ingresar puede hacerlo, pero poco más’ Ni siquiera le contestó, dio la vuelta sobre sí mismo y con una urgencia imperiosa salió de allí.

Se aflojó el nudo de corbata, se quitó la chaqueta, comenzaba a sudar, sentía que el rostro le ardía. La piel debajo de su camisa, comenzaba a picarle, como si en vez de algodón el tejido de la ropa estuviera hecho de ortigas. No podía evitar rascarse; a la vez que el sudor le resbalaba por el cuello y la garganta se le cerraba nuevamente, bebía agua de un pequeño botellín que había sacado de su mochila. Algunos transeúntes lo miraban e instintivamente se apartaban de su lado, otros murmuraban sin dejar de mirarlo. Verdaderamente, comenzaba a sentirse mal, realmente mal, su rostro estaba lívido y desencajado, su apariencia descompuesta, su mente abigarrada sólo albergaba una idea, debía firmar la petición de Change.org

Desesperado, se internó por callejuelas, creyendo que atajaría en el camino hacia la oficina, tal vez allí habría conexión. Perdido y desubicado, cada vez se iba adentrando más en un ambiente hostil, cerrado, donde los balcones de las casas casi se tocaban, e incluso los tendederos compartidos iban de un lado a otro de la calle. En los portales abiertos, hombres fornidos, tatuados, parapetados tras gafas de sol, fumaban observándolo. Un corro de jóvenes sentados en la pared derruida de una de las casas convertidas en solares, escuchaba música a todo volumen, lo miraron acercarse y lo increparon:

- Eh, tú¡¡ pipiolo… ¿qué quieres…? Más te vale salir de aquí, cuanto antes…

- Sólo quiero conectarme…

- Son cincuenta pavos, tío, una hora.

- De acuerdo, de acuerdo…

- Vamos, el local está por allí.


Uno de los muchachos le acompañó, entraron a un sucio portal, pasando por debajo de la escalera, una puerta desvencijada de madera dio paso al abrirse a una pequeña habitación con seis o siete ordenadores, todos en fila, ocupados por los más variopintos personajes: chavales impasibles con veloces manos de frenéticos movimientos en el teclado, turistas extranjeros en videoconferencia, fotógrafos blogueros, yonkis de la contrainformación pura y dura, adictos a las redes sociales, tuiteros y activistas de salón, como él, que necesitaban su dosis diaria para aliviar su conciencia. Se conectó a internet, empezó a relajarse, ya por fin entró en el Sistema… todo está bajo control.

viernes, 10 de enero de 2014

Tensa espera



Ya me estoy empezando a mosquear…  Don Gennaro lleva más de una hora confesándose con el párroco de este pueblo infecto, perdido en medio de las montañas. En diez años a su servicio, es la primera vez que veo entrar al viejo en un templo. Pensaba que a los capos se la sudaba Dios y los de la sotana. Creo que el jefe comienza a chochear. Ayer sin ir más lejos, me dijo que vivo en pecado con Donatella, que deberíamos casarnos por la iglesia. ¡Espero que no esté hablando precisamente de eso con el cura! Mi padre era anarquista y le juré, convencido, que seguiría profesando su descreimiento. Me paso por el forro el Estado, la religión y todo lo que huela a convenciones sociales. Adoro a mi chica, pero antes de que me obliguen a casarme con ella, presento la dimisión y nos largamos con viento fresco. Cruzamos el estrecho y nos instalamos en Nápoles, allí trabajo no me va a faltar. Soy un profesional: nadie me iguala a disfrazar de accidente un asesinato.


martes, 7 de enero de 2014

El cumpleaños




¡Cuánto tardan! pensaba Felisa sentada a una de las preciosas mesas que habían instalado, con todo lujo de detalles a las afueras del pueblo, para celebrar sus cien años. Era la persona más longeva de la localidad y se habían esmerado en preparar un gran banquete. Los manteles de lino blanquísimo, descansaban junto a las sillas forradas de la misma tela; las copas de Bohemia esperaban sedientas los colores y aromas de los vinos de reserva, mientras los platos prometían una delicia de jamón ibérico, quesos de la tierra, perdices encebolladas y demás manjares dispuestos para la ocasión. ¡Cuánto tardan! volvió a exclamar para sus adentros la feliz anciana, mientras su nieta Ángela, sentada en su lecho, cerraba sus párpados ya sin vida con una suave caricia.

domingo, 5 de enero de 2014

El banquete


Fotografía de Nikos Vandinoudis

Solo al bobo de Nemesio se le ocurriría celebrar el banquete de sus segundas nupcias, al que ha convidado a todo el pueblo, en este baldío. Le repetí una y mil veces que lo plantara de cebada, que se pagaba bien y necesitaba pocos cuidados. Pero mi viudo, además de ceporro, siempre ha sido un holgazán de cuidado. Y encima, desde que cobró mi seguro de vida se cree el Rey del Mambo.

Pero qué idiota es el pobre. La Mariví esa, la dependienta de la pescadería, se lo ha camelado bien camelado. La muy zalamera le dice que le quiere… ¡Pero cómo puede una mujer de treinta y muchos años, aunque se le haya pasado el arroz, enamorarse de un carcamal de ochenta! Un viejo calvo, cojo, con la dentadura postiza, medio ciego y con ese genio del demonio que tiene. ¡A otro perro con ese hueso!

Ahora cuando vuelvan de la iglesia y comience el festín, les voy a dar una sorpresa. Voy a desatar una tormenta de padre y muy señor mío. Lanzo toneladas de granizo del gordo y, si puedo, porque aún no estoy muy ducha en esto, mando un rayo directo al corazón de Nemesio y me lo traigo conmigo. Lo siento mucho por los invitados, pero no puedo permitir que se consume esta mascarada.