martes, 30 de abril de 2013

La madre de la tormenta.



Siempre que llovía salía a pasear. Se acercaba al parque, se descalzaba y pisaba los charcos mientras la lluvia recorría su cuerpo. Ella se sentía viva, llena de fuerza y de esperanza. Bella, joven y con un sinfín de hazañas que llevar a cabo. Aquella lluvia le limpiaba y curaba las heridas de una vida dura y dedicada a todos menos a ella misma. Bajo aquella tormenta se sentía libre. La gente la observaba a lo lejos, en la distancia. La llamaban “la madre de la tormenta” por aquella afición que ya se había convertido en costumbre.  Pero como cada día de lluvia, alguien les llamaba y una vez más aparecieron en el parque como salidos de la nada. La agarraron suavemente por los brazos y la cubrieron con una manta.
-         -  Señora Asunción, no puede seguir haciendo esto. Un día tendremos que llamar a los Servicios Sociales para que la metan en una residencia. ¿Quiere resfriarse? A su edad no puede hacer estas cosas. – Dijo el policía.

La señora Asunción se miró las manos arrugadas y sonrió. Mañana también llovería.

lunes, 29 de abril de 2013

Siempre que llueve



Todos piensan que ha perdido el juicio. Siempre que llueve en medio de aquel árido paisaje, la mujer sale al camino y se deja empapar, sonriendo, sin dejar de mirar al cielo. Está persuadida de que su ángel le envía amor en cada gota de agua. Y ese día es feliz.


sábado, 27 de abril de 2013

LA MUÑECA


 



                                                                     
Cuando llega la noche se arrebuja entre las mantas abrazada a la muñeca. Se queda quieta, en silencio y bien atenta, esperando percibir los primeros avisos. El ligero movimiento del visillo, el roce en sus mejillas de unos dedos frágiles y un leve susurro… “No llores mamá, primero me golpeó con una piedra y ya no sentí nada más…”

 

sábado, 20 de abril de 2013

ANUNCIOS CON HISTORIA


 


-Se ofrece pintor de cuevas con motivos de caza. Estudios de grado superior en la escuela de bellas artes de Altamira.

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-La casa del faraón solicita escribas. Se agradecen las referencias. Preguntar por la señorita Hatseput.
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-Se bordan a mano capas con cruces templarias. Hilo rojo de la mejor calidad. ¡Caballeros no dejéis pasar esta ocasión. Que la siguiente cruzada no os pille sin vuestra nueva capa!

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- Se ofrece lavandera a domicilio. Experta en hacer desaparecer las manchas de sangre de vuestra ropa de combate. Aprovechad vuestros trajes arrinconados. ¡Los dejo como nuevos!

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-Peino y limpio pelucas. De señora y caballero. Aporto certificado de buena conducta firmado por el secretario de Luis XIV.

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- ¿Armaduras oxidadas?¿Escudos abollados? ¿Has engordado y ya no te entra la cota de malla? Taller LUDOVICO. Resultados brillantes!!
 

 

 

 

 

LA PERSECUCIÓN






MUJER madura, noctámbula y liberal, aficionada al cine, grupo sanguíneo O+, busca vampiro compatible (no importa edad ni condición) para invitarle a cenar y que de paso la haga inmortal. Interesados, llamen al 83388338 y pregunten por Gertrudis. Se ruega discreción.

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SEÑORA sana y lozana como una manzana, muy interesada por la investigación y nuevas tecnologías, donaría su cuerpo a doctor o científico ducho en reanimaciones post-mortem. Teléfono 83388338, me llamo Trudi. Curiosos abstenerse.

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ADULTA sin prejuicios, adicta a la literatura gótica, establecería contacto con diablo experto en pactos, para sellar contrato de vida eterna. Condiciones negociables. Mi nombre es Ger, y mi móvil 83388338. Solo profesionales.

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VIUDA con posibles, hedonista y viciosilla, amante del arte en todas sus dimensiones, contrataría los servicios de un pintor de la escuela de Basil Hallward para retrato hiperrealista de mi alma. Pago bien, pero exijo referencias. Gertru, Tf. 83388338.

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DESAPARECIDA. Mujer de 82 años, viuda, responde al nombre de Gertrudis Alegre y Olé. Pelo cano ondulado artificialmente, peca de 4 mm. bajo el ojo en su mejilla derecha y tatuaje de una calavera y varias serpientes en la pantorrilla izquierda. Fue vista por última vez el pasado diez de abril bailando pasodobles en una terraza de Benidorm. Si se la tropiezan envíen un tweet a @laparcaXgertrudis. Todas las informaciones que contribuyan a su localización se gratificarán en especie. Necesito encontrarla urgentemente, es cuestión de vida o muerte.


domingo, 14 de abril de 2013

Zapatones




Un descomunal armario humano de treinta y cinco años encierra el cerebro de un niño de ocho. Se llama Antonio, Toni para la familia, Zapatones para el resto de su reducido universo, esto es, para los demás vecinos del pueblo.

Muchos de quienes le conocen dicen que Zapatones es víctima de las lesiones cerebrales que sufrió durante su nacimiento. Aseguran que ese día Don Ricardo llevaba una copa de más y no anduvo fino con los fórceps. Sin embargo, Félix y Maruja, los padres, ni acusan ni guardan rencor a nadie. Aman demasiado a Toni como para reprochar nada y sostienen que es una bendición tener un niño grande, todos anhelan hijos que no crezcan y ellos, aunque a medias y sin buscarlo, lo han conseguido.

A Zapatones lo que más le gusta es que su madre le peine y repeine entre caricias cada mañana después de desayunar. Luego marcha al campo con su padre, al que echa una mano bien arando, sembrando, desbrozando...

En el pueblo no tiene amigos. Prácticamente todos aquellos compañeros de juegos de la infancia se casaron, y los que no emigraron andan demasiado ocupados como para prestarle cinco minutos de atención cuando se lo cruzan.

Toni se entretiene dibujando y pintando, enseñando silbidos a su periquito Pancho y escuchando música en la radio que les regaló un hermano de su madre que vive lejos, en la capital. Los fines de semana juega al parchís con su tío Andrés, el viejo carpintero célibe que siempre se deja perder y que no canjea por nada el alegre semblante de su sobrino tras cada victoria.

Una mañana de julio, cuando Zapatones ya se emociona pensando en las fiestas que empiezan la semana siguiente, llega un camión al pueblo con unos tipos armados que dicen que son militares, que ha estallado la guerra y que necesitan soldados para defender a la patria de los traidores. Entran en las casas y sacan a culatazos a todos los varones entre veinte y cuarenta años, obligándolos a subir al camión. Maruja llora, suplica. “No es un hombre, es un niño”, grita. “No se preocupe, señora, que nosotros enseñaremos al grandullón de su hijo a ser un hombre, a matar ratas y a servir a España”.

Lo cierto es que Zapatones ya nunca volverá. A lo único que le enseñará esa podrida guerra es a morir en una trinchera, sin saber nunca por qué.

sábado, 13 de abril de 2013

SUEÑO O PESADILLA


 
 
En un mundo de ensueños, la asiduidad de la misma ilusión puede llegar a confundir. Una fantasía, donde el vaivén del cuerpo del muchacho seguía los compases de Beethoven que canturreaba con destreza: el primer movimiento del Concierto Emperador, una melodía emocionante, apropiado para el conflicto interior del joven. ¡Una guerra interna!.
La visión en aquella habitación, hacía prever que se encontraba atrapado en una demencia avanzada. Palomas blancas como la nieve danzaban al ritmo de la música, como si liberasen el espíritu del pobre desequilibrado. Pero quizás, y tan sólo quizás, fue una pesadilla.
-Según dicen algunos de ustedes, Doctor, lo blanco es negro y lo negro es blanco en los sueños. Encontrarte en un mar inmenso te alarga la vida y verte como un anciano te la acorta. Si, así fuera, el hombre a quien reconozco en primera persona en esa morada, quizás me atara a una locura venidera y las palomas que revolotean derredor no libere el espíritu, sino qué lo atormenta hasta la verdadera desesperación. No sé, Doctor, he intentado documentarme más acerca del mundo de los sueños, pero al final es más mi desacierto, que tino –se revuelve en el diván- y ese, es el motivo que esté aquí. Un buen amigo me dijo que los problemas eran como las cucarachas, si las sacas a la luz se asustan y se van.
 

 

lunes, 8 de abril de 2013

En París, bajo la lluvia




Es 1958 y nunca hasta hoy visité París. Nunca hasta hoy tuve necesidad ni intención de ello, pero he de confesar que ahora me arrepiento de no haberlo hecho antes. La estampa que tengo ante mí, de un tipo bajo la lluvia protegiendo con su paraguas un violonchelo, compensa las calamidades de este viaje. Es una escena melancólica y entrañable, en la que un hombre de mediana edad con una gabardina y una gorra prefiere quedar empapado a que su instrumento sufra algún percance. Cualquiera podría intuir que es lo más parecido a una metáfora viviente.

Decía que ha sido un recorrido calamitoso, aunque no por su duración y las adversidades encontradas en el camino, que también las hubo y no relataré. Ha sido triste porque he viajado con un cadáver, concretamente con las cenizas de mi mejor amigo. Fernando me arrancó el compromiso de que cuando muriese, porque él era consciente de tener los días contados, yo personalmente derramaría sus restos en el Sena. Además, no debía hacerlo solo. Antes tenía que contactar con Gabrielle, su antigua novia, la única mujer a la que amó, para que me acompañase en el ritual de esparcir esos residuos bajo el Puente de los Inválidos, desde el lugar exacto donde se dieron el primer beso.

Esta mañana he conocido a Gabrielle, además de unos fascinantes ojos tiene una sonrisa maravillosa. Pensé que se negaría a complacer los deseos de un muerto, pero me equivoqué. Los franceses están hechos de otra pasta, eso es indudable. Después de la lúgubre ceremonia, a la que también ha asistido un aguacero que no estaba invitado, hemos tomado un café y nos hemos despedido con un beso. Luego he empezado a pasear y me he emocionado con la imagen del violonchelista. Ahora comprendo la metáfora: el chelo, o es un sueño, o es una mujer.

Vuelvo a pensar en los ojos y la sonrisa de Gabrielle; siento, estoy convencido, que me he enamorado de ella.

sábado, 6 de abril de 2013

EVANESCENCIA




               Me encontraba en París visitando a una pareja de amigos que residía en un antiguo edificio del centro de la ciudad. Mientras ellos se encontraban en sus respectivos trabajos, decidí salir a caminar. Mis pasos me llevaron hacia  el barrio de  Montmartre. Desde que viajé a París por primera vez, quedaron en mi recuerdo los pequeños  cafés con sus mesas en plena calle. Me gustaba sentarme en una de ellas y ver el espectáculo que suponía el ir y venir de los turistas, los pintores y sus ardides verbales para convencerlos de que no se podían marchar de la ciudad sin su retrato en la maleta.

 El tiempo no quiso acompañarme esta vez. La mañana era  de color gris plomizo y la lluvia hizo su aparición. Descartada la idea de quedarme en el interior de una cafetería observando a los pintores desmontar sus puestos, decidí entrar en la iglesia del Sagrado Corazón. Debido al mal tiempo se encontraba inusualmente vacía. El sombrío interior contrastaba con el blanco radiante  de su monumental arquitectura y el sonido del imponente órgano invadió mis sentidos de paz y tranquilidad. Me senté en uno de los bancos, cerré los ojos y aspiré el aroma del incienso. Mi mente quedó vacía durante unos minutos, no sentía mi cuerpo. Ni siquiera durante mis clases de yoga había conseguido desconectar de ese modo. De repente, el órgano dejó de vibrar. Abrí los ojos de nuevo y regresé  a la realidad. Bajo el dorado altar principal,  un pequeño grupo de gente  se disponía a celebrar una misa fúnebre. Mi primera intención fue la de marcharme, pero algo peculiar me lo impidió. Cerca del féretro, había un violonchelo de madera de abeto, derecho sobre un soporte, con su arco. Se encontraba muy cerca del difunto, como si se tratara de algún familiar o, mejor todavía… como un   amigo inseparable. Recogida en mi asiento, decidí quedarme. Los asistentes escuchaban  emocionados las palabras del sacerdote quien hablaba del fallecido con  admiración, refiriéndose a él ya no sólo como un excelente intérprete, si no como una magnífica persona. Una mujer tomó la palabra y, serenamente, habló de quien había sido su profesor, amigo y amante. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas en silencio, permitiendo expresar su último adiós.

Intuí que, al terminar la ceremonia, lo llevarían hasta el cementerio del mismo barrio, donde descansaban, precisamente, músicos, escritores, cantantes y actores. Allí reposaría bajo la mirada de los arces y los castaños,  en compañía de Berlioz  quien, en vida, pasó sus días vagando entre las tumbas y panteones,  estatuas de criaturas celestiales y terrenales.   

Con discreción, decidí salir antes de que terminara el acto. La lluvia continuaba cayendo en forma de traslúcida cortina, suave y húmeda. Apenas había gente caminando protegida por paraguas y tapada con impermeables, lo hacían apresuradamente para guarecerse en algún lugar más acogedor.  Al cruzar la calle, justo en la acera de enfrente y mirándome, ví la silueta de un hombre alto, con gabardina gris. Con  una de sus  manos agarraba  el paraguas  protegiendo a su violonchelo.  Quedé impactada. Mi primera reacción fue girar mi cabeza hacia la iglesia y de nuevo volverla hacia el extraño.  Sin pensar, crucé la calzada. Quería un encuentro con él pero, cuando lo hice, su imagen se desvaneció entre la lluvia.

Pregunté a un  pintor, que todavía se encontraba recogiendo sus bártulos, quién era ese hombre que prefería empaparse antes que ver mojado su preciado instrumento. Me miró sorprendido y me contestó que tan sólo estábamos él y yo en esa mañana desapacible de otoño, bajo el aguacero.

viernes, 5 de abril de 2013

El fin de la Humanidad


Cuando la Gran Guerra Terminal concluyó con la destrucción del planeta, solo quedaron dos hombres vivos. Solo dos paisanos que siempre habían sido enemigos, que se odiaban a muerte desde jóvenes. Entonces uno de ellos comenzó a pensar si no valdría la pena olvidar el pasado, enterrar viejos agravios e iniciar una relación nueva, colaborando primero en conservar la vida y después en localizar a otros posibles supervivientes, donde fuera que se encontrasen. Mientras se consagraba a dicha reflexión, el otro individuo ya había resuelto que su adversario debía morir y le partió la cabeza con una piedra.

martes, 2 de abril de 2013

AMIGAS



Eran tres, como las hijas de Elena. Las tres de todos los cuentos, canciones y poemas. No las unían los lazos de consanguinidad, sino la cercanía. La vida las había golpeado a fuerza de desengaños y tristezas. Y ahora, libres al fin de sus ataduras, con sus cabezas blancas y altas permanecían juntas con sus sonrisas y sueños intactos hasta el final de sus días.

Voluntad de vivir


Olvidada de la escritura, permanecí en silencio durante días interminables. No sabía el motivo de mi desgana general así que me dejé llevar por mis sentimientos y me fui sumergiendo en una apatía pegajosa y resistente que se iba apoderando de mí cada día un poco más. La primavera azotaba con un viento insoportable a la gente y a las cosas y el mundo se degradaba en miserias incontables e incontrolables. Tuve que huir de los telediarios e, incluso, sentía miedo de las noticias de la red. Me vino de pronto la voz de Nietzsche y su “voluntad de poder”, esa fuerza que nos hace amar la vida y autoafirmarnos en ella sean cuales sean las circunstancias. Y me dije: estos son los tiempos que me ha tocado vivir. No puedo salvar al mundo. Solo puedo seguir creando mi vida hasta el último aliento y compartirla con vosotros.

lunes, 1 de abril de 2013

Saludando a la primavera


 

                                            


 


Durante mi adolescencia - hace ya algunos años-, me gustaba saludar a la primavera estrenando alguna prenda nueva. Un pantalón claro, una blusa ligera o unas deportivas cómodas para andar por la ciudad o por el campo, lo mismo daba.

Esta mañana, el sol me ha despertado con sus rayos directamente en mi ventana. Mi cuerpo se ha puesto en marcha contagiado por la fuerza de su luz y su calor… pero a los cinco minutos mi cerebro le ha ordenado que se detuviera y el cuerpo le ha obedecido. No ha querido salir a la calle para comprar esa camisa verde esmeralda que tanto le había gustado la semana pasada. Ni ha sentido deseos de calzarse unas zapatillas blancas que todavía aguardaban envueltas esperando salir de excursión a la montaña.

Mi cuerpo –sin duda-, está manteniendo una pugna con mi mente y, desgraciadamente, ésta es la que lleva todas las de ganar.

Los pensamientos revolotean buscando una salida que no encuentran o que no existe. Los rostros de la gente que ha perdido su trabajo o su casa o ambas me miran indefensos. Veo jóvenes con maletas que se ven obligados a dejar a sus familias y a sus novias para buscar trabajo en otras ciudades y, los que tienen que permanecer aquí, se encuentran desamparados y desatendidos por la gente que debería velar por su seguridad y su futuro. Esos mismos que han estado estafándonos en su propio beneficio y que aún proclaman su inocencia y la legitimidad de su escaño. Por todo ello y por mucho más… siento angustia y una gran tristeza.

Podría haber escrito las palabras más bellas del mundo para dar la bienvenida a la primavera, pero hoy no puedo. Tampoco sé si lo podré hacer mañana o pasado mañana, ni al otro… Llamen otro día  a mi puerta y pregúntenme.