Mi gran amigo Iván me lo confesó una
noche de formidable borrachera:
-David, no te lo vas a creer, esto
no se lo he comentado nunca a nadie, pero desde pequeño huelo los sentimientos
de las personas. No tengo olfato para las cosas materiales, no noto el supuesto
aroma de los perfumes, de los alimentos, de las flores, no advierto la fetidez que
atribuyen a la basura y a las cosas desagradables, de nada que pueda verse o
tocarse. Pero sé distinguir perfectamente el olor de la cobardía, del cariño,
de la inseguridad, de cualquier emoción que el ser humano que tenga delante
pueda experimentar. Y te aseguro que es una terrible maldición, a medida que
maduro se acentúa más y más. Ahora mismo percibo el hedor de tus dudas, quieres
creer lo que te estoy diciendo pero tu cerebro se resiste.
Me quedé de piedra. Acababa de leer
mi mente, como había hecho antes en incontables ocasiones sin que yo hubiera
sabido cómo. Tras procesar la información, entendí al instante por qué había
estudiado Psicología y también por qué abandonó su consultorio después de solo
unos pocos meses de ejercicio profesional. Comprendí que, aunque descifrase los
sentimientos de sus pacientes y pudiera guiarles tal vez mejor que nadie en su
alivio y curación, debía ser espantoso enfrentarse continuamente a la
pestilencia de odios, celos, tristezas, envidias, frustraciones, miedos, de
cualquier tipo de trauma, fobia o manía que todas y cada una de las personas
almacenamos en nuestro interior.
David me aseguró que sus fragancias
preferidas eran las del amor, la amistad y la confianza, pero que cada vez era más
insoportable el tufo que tenía que respirar. La tensión estaba a flor de piel
en cada ciudadano, la podredumbre reinaba sobre cualquier otra cosa, no podía
aguantar más. Había decidido irse a vivir a un alejado pueblecito del interior
con apenas una treintena de ancianos habitantes. Allí, pensaba, el aire sería
más limpio.
Esta mañana me ha llamado el padre
de Iván para comunicarme que ayer, cerca
de la aldea, encontraron su cuerpo sin vida suspendido de un árbol. Con voz
sollozante me ha dicho que llevaba en su bolsillo una nota en la que había
escrito: “Decidle a David que ahí donde haya una persona, ahí está la peste”.
Terrible visión humana, pero Iván se ha olvidado esos otros aromas de amor, amistad, confianza... Muy original. Felicidades.
ResponderEliminarUna manera muy original de captar las miserias de la vida, aunque también hay la parte positiva y que no nos falte tanto la amistad, el amor etc. Me gustó mucho Rafa.
ResponderEliminarQué triste!! Me ha parecido muy original. Yo me hubiera pasado la vida junto a las personas que me quieren, oliendo siempre a amistad.
ResponderEliminarUn relato duro, Rafa, muy bien contado, como siempre, y con la originalidad que caracteriza casi todos tus textos. Mi enhorabuena.
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