jueves, 31 de enero de 2013

I'm your man


Callada, descuidadamente ataviada y con el cadencioso ritmo de una vieja balada de Leonard Cohen, la mujer madura deambula por el barrio de bar en bar. Dicen que bebe para olvidar a su marido, el cual la abandonó por oscuras razones. Cuando la observo, sus afligidos ojos me revelan que el cabrón era un insolvente sentimental, que la dejó porque no toleraba que ella le amase tanto. Hay individuos que aborrecen las deudas intangibles, que son por cierto las deudas más cardinales y ese sujeto, al que no conozco pero me gustaría partir la cara, debía sufrir un déficit irreparable.

Cada vez que me cruzo con esa mujer, y sostengo lo de cada vez, me entran unos instintivos deseos de abrazarla entrañablemente e intentar transmitirle que hay cariño más allá de las rupturas, que existe vida después del desamor y que algún día, porque lo necesita y porque se lo merece, encontrará un compañero que le dirá, como hace cantando Leonard Cohen, “I’m your man”.

¡Destrípame!





Hola, a todos. Con este texto, me gustaría invitaros a que conozcáis Borradores, una página que ha nacido con ilusión y cuya única pretensión es que la "corrección" sea un vehículo para el aprendizaje. Este es el enlace:  http://www.borradores.es
Todos sereís bienvenidos. Un abrazo cálido para todos vosotros. 
Geli



 

-¡Destrípame! -dijo sin miramiento.

A simple vista, todo estaba en orden; las tildes hacia la derecha, las mayúsculas detrás de los puntos y los signos de interrogación escoltando a las preguntas. Sin embargo, si aquel relato se leía con atención, parecía que se hubiera vuelto loco; el género del adjetivo no concordaba con el del sustantivo, el número del sujeto no coincidía con la persona del verbo y los artículos se habían aliado con ambos. El caos era completo.

-¡Destrípame! -volvió a gritar muy enfadado.

El autor había abandonado unos minutos la mesa de trabajo. Necesitaba un respiro. A su regreso de la cocina, con la taza aún humeante entre los dedos, revisó el texto antes de editarlo. Atribulado, no entendía lo que estaba ocurriendo. La noche hacía horas que cubría con un manto de silencio la ciudad. «Quizás el cansancio…», pero este pensamiento quedó interrumpido.

-¡Destrípame! ¿A qué esperas? -exigió la narración por tercera vez.

Dejó la infusión a un lado, se restregó los ojos con ambas manos y siguió leyendo. Aquello era un despropósito, no había manera de entenderlo. Empezó a sudar. Notaba la ropa pegada a la piel. Su inquietud crecía. «¿Qué diré mañana en la agencia? -se preguntó alarmado-. ¡No puedo presentar el trabajo de esta manera!». Y esta nueva reflexión lo alteró todavía más. Las excusas se le agolpaban en la cabeza. Contar la verdad tampoco serviría. ¿Quién creería que su texto tenía vida propia y pedía a gritos que lo destriparan?

Como si una tribu de indígenas invocara con sus tambores la llegada de la lluvia, así notaba sus latidos en las sienes.

-¡Destrípame! -chilló una vez más aquel escrito.



-¡Ya basta! -se oyó a sí mismo vociferar al tiempo que despertaba de aquella pesadilla, cubierto de sudor, nervioso y con el pulso acelerado.

miércoles, 30 de enero de 2013

ADIOS, BRIGADA LINCOLN.


Los veo, les estoy viendo, parece que fue ayer. No sé si son reales o son fantasmas del pasado. Es lo que tenemos los ancianos.
En mis recuerdos soy un niño que les saluda junto a mi padre entre la multitud, bosque de piernas. Todos gritan, vitorean, lloran…cuántas emociones difuminadas en el recuerdo.
Despedimos a la brigada Lincoln, o lo que queda de ella.
Se marchan de España.
 Los que desfilan tienen el rostro cansado, llenos de cicatrices. Lucen unas extrañas boinas negras, uniforme desaliñado, bosta desgastadas. Marcan el paso agotados, aunque traten de mantener la compostura.
Recuerdo la mirada de  aquellos norteamericanos que componían la Lincoln: perdida aun cuando quisieran suavizarla con alguna que otra sonrisa dedicada al público. Quizás su pensamiento quedaba en los camaradas que reposarían para siempre en esta tierra.
Además de sus fusiles algunos llevaban terciada en la espalda unas curiosas guitarras, muy pequeñas, que ellos llamaban banjos y con las que habrían amenizados las terribles horas previas a los combates.
 Los había blancos y negros; estos eran altísimos y, al sonreír, dejaban entrever una gruesa hilera de dientes capaces de triturar ladrillos.
Llegaron sobre el treinta y seis. Al principio eran unos cuatrocientos cincuenta hombres; después aumentaron a más de dos mil…más tarde volvieron a menguar drásticamente.
Desde que se instalasen en Villanueva de la Jara, su sangre comenzó a regar cada palmo de esta tierra y su nombre quedó ligado a lugares como: Jarama, Brunete, Belchite, Teruel…y muchos más.
Como dije había blancos y negros, sin segregación, viviendo, luchando y muriendo juntos y, por primera vez, soldados blancos obedecieron las ordenes de oficiales negros, como el caso de su comandante, Oliver Law quien murió en el Cerro del Mosquito. Unos dicen que fue una bala fascista, otros –las malas lenguas- que algún racista infiltrado que no soportaba recibir ordenes de un negro.
Hoy se van desfilando con sus uniformes manchados, sus rostros demacrados y sin afeitar. Se marchan con el recuerdo de muchos compañeros, pero sin ellos, y con la alegría o tristeza del deber cumplido.
No sé si son fantasmas, no sé si son los caídos quienes  desfilan ante mí como Santa Compaña. Sólo entiendo que tratan de sonreír y que yo, el niño que fui, disfruta saludándolos.

NORMAN DAVES

              Conocí a Norman Daves en una fiesta que nuestro amigo común, Jay Gatsby, organizó para dar la bienvenida al invierno. Lo primero que me sorprendió de Norman fue su capacidad para fumar y hablar la mismo tiempo, mientras las chicas más guapas hacían cola para conseguir uno de sus prestigiosos besos o uno de sus míticos piropos. Recuerdo que ese año los vejestorios de la escuela del resentimiento no tuvieron más remedio que reconocer el talento de Norman y otorgarle el premio Pulitzer, logrado con indiscutible autoridad por un artículo sobre la generación perdida en París. Yo era por aquel entonces un joven aspirante a escritor que intentaba abrirse camino como corrector de estilo en una editorial de Brooklyn, y Norman Daves era uno de mis puntos de referencia. Leí con asombro su crónica del desembarco de Normandía (sobre la que corría una curiosa leyenda: que el papel en el que fue escrita aún conservaba manchas de sangre y barro), su libro sobre la ley seca El último trago y su novela Mis últimos días con Afrodita. Aquella noche, en casa de Jay, Norman hizo algo verdaderamente extraño. Miró su reloj, apartó de su lado a dos chicas rubias y cruzó el salón justo hasta donde yo me encontraba.

-         Necesito su ayuda- me dijo- y le pagaré bien. Dentro de media hora Rocky Marciano pelea en el Madison. Debo cubrir el combate y usted va a coger mi coche y me va a llevar allí.

            El combate era un mero trámite para Rocky Marciano. La federación le obligaba a poner el título en juego cada tres meses y Rocky, ya sin rivales de entidad, utilizaba verdaderos paquetes para mantener su reinado en los pesos pesados. El pobre chico de Alabama al que tumbó en el tercero apenas vio venir la derecha del campeón, y despertó en el hospital dos días después preguntando por su mamá.
Norman salió por una de las puertas traseras del Madison y se metió en el coche. Deslizó la mano debajo de su asiento y sacó una vieja Underwood.

-         ¿Sabe donde están las oficinas del New York Times?

 Mientras conducía a toda velocidad atravesando la ciudad, los dedos de Norman golpeaban con furia las teclas de la Underwood. Fue, sin duda, uno de los días más felices de mi vida. Cruzar la quinta avenida con Norman Daves a mi lado, el sonido de la máquina de escribir, el cigarro en los labios, las volutas de humo ascendiendo inexorables hacia un cielo de carteles de neón, Rocky Marciano y su derecha de hierro. Todo parecía sacado de una novela de Norman Daves.

                    (Del libro No dejes de escribir, de Paul Banks, McGraw-Hill, 1967)

martes, 29 de enero de 2013

El príncipe valiente


A la muerte de su padre, el heredero abdicó de la Corona y rindió su trono a una nueva República, promoviendo la redacción de otra Constitución, moderna, justa y democrática, que nacería del pueblo y para el pueblo y no de unos charlatanes tramposos y despreciables para provecho de los de su ralea. Algunos ciudadanos tildaron al sucesor de indigno, pusilánime, traidor... Pero otros, la inmensa mayoría, le consagraron como un héroe.

Lo que nadie llegó a saber nunca es que, con esta decisión, el Príncipe cumplía el juramento que años atrás le arrancó una plebeya a cambio de la aceptación de su propuesta matrimonial.


Ahora cierra los ojos e imagina que lo que acabas de leer no es un cuento. ¿Lo ves? Me debes una sonrisa.

El final del viaje




Estaba a punto de terminar mi novela cuando me surgió aquel viaje ineludible. No me lo pensé dos veces. Le di las llaves de mi deportivo a Esther, mi mujer, y cargué con la máquina de escribir y unos cuantos folios. Tenía la sensación de que si no soltaba el final que la noche y los sueños me habían revelado lo olvidaría todo y nunca podría concluirla. Le pedí que condujera despacio y fui tecleando todo el camino. Después de cuatrocientos kilómetros conseguí poner la palabra fin. Mis protagonistas encontraban la muerte en una carretera comarcal. Alcé la vista justo a tiempo de  ver el camión que se nos acercaba peligrosamente de frente y di un volantazo certero que despertó a Esther y nos salvó de un aciago destino.  

lunes, 28 de enero de 2013

Vida y muerte de Fulano


Nunca tuvo reparos en asegurar que no tenía miedo a morir porque había leído varios libros que recopilaban estudios médicos sobre experiencias cercanas a la muerte y demostraban, con poco espacio para la duda, que existía otra vida tras el bastidor del último suspiro. Y cada vez que lo mencionaba en sus conversaciones, ninguno de los presentes –muchos de ellos personas que eran (en apariencia y al contrario de él) sumamente fieles a su religión y consumados practicantes- podía dejar de ocultar expresiones de asombro e incredulidad, eso cuando no iniciaban una airada discusión sobre lo absurdo e irracional de sus argumentos, que por otra parte y como ya hemos mencionado no eran suyos, sino de reconocidos científicos.

Pero pasó el tiempo y tanto él como las personas a las que conocía fueron creciendo en años, en canas (las que podían permitirse ese lujo) y en dolencias. Y entonces algunos de los que se acordaban de sus palabras se atrevían a pensar o comentar “A lo mejor Fulano tenía razón…”, sin acabar de comprender, y perdónenme ustedes la reiteración, que Fulano únicamente se había limitado a exponer hipótesis de otros, conclusiones basadas en métodos de investigación empírico-analíticos.

A Fulano lo enterraron ayer. En su sepelio todavía hubo alguien que apostilló: “Pobrecillo, qué chasco se habrá llevado”.

domingo, 27 de enero de 2013

UN MAFIOSO DE CUIDADO


                                             


 

Recibí el aviso, aunque ya no estaba de servicio. La Atlantic Avenue se encontraba repleta de tráfico y viandantes y el coche negro que circulaba delante de mí estaba en la lista de vehículos vigilados. Pude llegar a su altura y reconocer al conductor: José Bonanno, uno de los mafiosos más duros de todo Brooklyn. Desplegué entonces mis grandes dotes de actor  y, haciéndome pasar por un vulgar transeúnte de acento sureño, le dije que su depósito de gasolina perdía gran cantidad de líquido. Instintivamente miró hacia atrás, corté su paso hundiendo  la carrocería de mi coche contra el suyo, él, sorprendido, giró el volante hacia el callejón, justo donde yo quería. Fue entonces cuando saqué mi placa y le indiqué con gestos que saliera. Mientras me obedecía,  desenfundé mi arma reglamentaria (era un peligroso delincuente y no me podía andar con tonterías), levantó los brazos y me miró con parsimonia. Con voz autoritaria le ordené que abriera el maletero (uno nunca  sabe lo que  se puede encontrar). Mientras seguía apuntando con mi arma, él manipulaba la cerradura disimulando cierta dificultad –“Está  estropeada, inspector”-. Le dije que ya era mayorcito para que me tomaran el pelo y, sin dejar de apuntarle,  esposé su mano derecha al volante.   

El portón del Thunderbird era realmente pesado, pero el esfuerzo valió la pena. Ante mí, e  ingenuamente camuflado en cajas de una famosa pastelería de la ciudad, tenía uno de los mayores alijos decomisados durante el último mes. Imaginé el brillo dorado de una nueva condecoración, pero el aroma a bizcocho reciente me hizo volver a mi sitio. Aparentemente, sólo había bizcochos y pastas de todas las clases y Bonanno, desde el asiento, suplicaba llorando que tuviera cuidado y que no los aplastara. Levanté las cajas y lo hice con cuidado a petición de José y de mis tripas, pues ya se acercaba la hora del almuerzo, registré el coche de arriba abajo y el único polvo blanco que encontré fue el del azúcar glas que provenía de los fragantes pasteles. Mi sentido del deber, se fue transformando en sentido del ridículo. Bonanno seguía gimoteando  y yo sólo quería ahogar con mis propias manos al propietario de la voz que me había dado el aviso. Para terminarlo de arreglar, varios Thunderbird negros entraron al callejón. Imaginé que serían los hermanos de José y no me equivoqué:

-¿Ma, qué pasa Giuseppe?… ¡Hoy es el cumpleaños de la mamma y lo vas a estropear todo, como siempre! ¿Quién es éste? ¿Qué haces esposado?

Cuatro gorilas vestidos de punta en blanco me arrancaron las llaves de las esposas, liberaron a José y se lo llevaron junto a las cajas de bizcochos. A mí me han dejado aquí, solo y hambriento, amarrado al volante. Aún tengo un poco de azúcar glas en mis dedos… Mmmmm ¡qué rico!
 
Doy las gracias a Marco por dejarme utilizar el mismo coche de su relato.

 

sábado, 26 de enero de 2013

Vuelta y vuelta


Hace tres días Teresa, mi novia, me convenció (¡Já!) de que debíamos dar la vuelta al colchón. “Mi amiga Claudia, que está muy enterada (¡Já!) me ha asegurado que es muy conveniente volverlo del revés cada tres o seis meses, pues así se conserva mejor durante más tiempo”, dijo. No pensaba discutir por cuestión tan trivial y le ayudé a hacerlo sin la mínima réplica.

El día siguiente a dicha maniobra amanecí con un inusual buen humor. Había tenido un sueño fantástico que empezaba con mi resurrección; mi cuerpo se levantaba sobre mis pies mágicamente del suelo, se abrían mis ojos, mi sangre volvía a sus venas, desaparecía un tremendo dolor en mi pecho del que salía una limpia bala que se introducía por el cañón del revólver de un tipo que dejaba de apuntarme y guardaba el arma en el bolsillo de su gabardina. A continuación ambos caíamos al suelo para devolvernos unos golpes, nos incorporábamos, dejábamos de zarandearnos y forcejear, concluíamos una discusión por algo que no recuerdo y deponíamos juntos en amigable armonía unos muchos tragos en la barra de un bar, del que acababa saliendo de espaldas perfectamente sobrio, desfumando un pitillo. Aunque insólito y raro hasta decir basta, estoy por afirmar que resultó uno de los mejores sueños de mi vida.

Pero ayer fue terrible, fue horroroso. Desperté sobresaltado, sudado, taquicárdico. Las imágenes y emociones de ese sueño aún no terminan de borrarse de mi mente: comenzaba con una eyaculación y un orgasmo en sentido contrario, algo simplemente inimaginable por imposible pero que según las sensaciones que percibí sería lo más penoso y doloroso que podría existir, una especie de tortura física y psíquica al mismo tiempo. Siguió con mi cuerpo sobre el de Claudia, luego rodé yo debajo de ella, dejamos por este orden de lamernos, manosearnos, acariciarnos y besarnos, recogimos nuestras ropas del suelo al tiempo que nos vestíamos  impetuosamente el uno al otro y abandonamos el dormitorio mientras disminuía la pasión, entrando de espaldas y cogidos por la cintura a una sala donde nos esperaba el cadáver de Teresa en un ataúd.

Por la tarde, aprovechando que Teresa fue a la peluquería, deshice la cama y devolví el maldito colchón a su anterior posición, no sin antes estampar una clara señal en su lado inmundo.

Y anoche, mientras dormía de nuevo como un bendito, volví a hacer el amor –esta vez como Dios manda- con Claudia, la experta en colchones (¡já!) a la que no conozco personalmente, pero que está como un tren.

viernes, 25 de enero de 2013

NECESITO HABLAR DE ELLA

         Esta tarde necesito hablar de ella, y el tipo que me mira desde el otro lado de la fotografía, apoyado en un coche (seguramente un Thunderbird del 64) y con pinta de matón de Marcelo Santos o de contrabajista en un quinteto de jazz de Nueva Orleáns, no me lo va a impedir. Necesito hablar de ella y su piano, de ella y su voz, de ella y su piel de ébano, de ella y Sinnerman (esa eterna canción que, como un bucle sin fin, para y vuelve a arrancar hasta tres veces en los más de diez minutos que dura), de ella y sus dedos (arañas sobre el blanco y negro de las teclas...), de ella y yo. Aunque, ahora que lo pienso, es muy probable que el tipo que me mira al otro lado de la fotografía (sí, ese con pinta de matón de Marcelo Santos o de contrabajista en un quinteto de jazz de Nueva Orleáns) sea uno de los muchos amantes que ella tuvo a lo largo de su vida; un extraño caso de amor interracial en medio de ese enorme desierto moral norteamericano. A lo mejor el tipo espera a que ella salga, apoyado en su Thunderbird del 64 (ya estoy seguro), de uno de sus conciertos para marcharse los dos a un destartalado motel de carretera y hacer el amor toda la noche hasta caer rendidos en el dulce sueño del cansancio y del sudor. Por la mañana, cuando ella y él despierten, con el sabor de sus cuerpos todavía en sus labios, desayunarán café y tortitas con nata y dejarán una buena propina a la cuarentona camarera que les atendió, madre de tres hijos y esposa de un mecánico borracho. Cruzarán cientos de millas de carreteras interestatales, él conduciendo el Thunderbird del 64 y ella a su lado, con su pañuelo de seda cubriéndole la cabeza, sus gafas de sol y su cigarrillo Pall-Mall mentolado entre los dedos. Se querrán eternamente durante los tres días que estén juntos, pues ambos saben (y tú que me lees también lo sabes) que el verdadero amor en el cine y la literatura es efímero; tan fugaz como el Pall-Mall mentolado que Nina Simone acaba de apagar. Pero no desesperéis, ni estéis tristes o apesadumbrados. Todos sabemos que Sinnermann vuelve a empezar una y otra vez a lo largo de sus más de diez minutos. ¿Quién dijo que la eternidad era más larga? Además, yo solo necesitaba hablar de ella.

El primer trabajo


Mi nombre es Jesse Stark, pero mis amigos me llaman Jessie El Salchichas, porque se supone que soy muy aficionado a las barbacoas, aunque si a algo soy adicto de verdad es al póker y a los caballos. Estoy aquí en las afueras de Charleston (Missouri) a las cuatro de la mañana apoyado en mi coche a la puerta de un bazar 24 horas, con la estúpida expresión que el frío y la adrenalina han dejado en mi cara. Es mi primer atraco. Bueno, en rigor es nuestro primer atraco. Dentro están mis colegas Jerry Triquiñuelas Coltrane y Chuck Gomina Zielinsky. La semana pasada nos desplumaron en una timba y se nos ocurrió hacer este trabajito. Espero que salga bien, sobre todo considerando que nos han soplado que Duquesa ganará mañana en la cuarta carrera. Ojalá que el dependiente no sea demasiado guapo; precisamente hoy, a Chuck le ha dado por salir del armario. Joder, si que tardan…

jueves, 24 de enero de 2013

Sin prisas





La  cita era a las nueve.  Joe mandaría su cadillac a recogerme, pero al hombre que me esperaba para entregarme sana y salva, no lo conocía. Los tacones se desnivelaban sobre el firme del maldito taller donde me tenían que recoger y los flecos de mi faldilla iban de lado a lado en un incesante bamboleo. Ya estaba harta de ser la chica mona de Joe, y mucho más que harta de  subterfugios y citas de seguridad. Se tenía que acabar. Así que mascando mi  strawberry kiss, le eché una larga caída de ojos cuando me acerqué y pensé: con gusto le quitaría el polvo a este tesoro, aunque en realidad le dije: yo no tengo prisa...

ESE TIPO





Ese tipo que cada día vaga arriba y abajo en Central Station es uno más de los millones de despojados por la Gran Depresión. Nieto y bisnieto de esclavos, siempre tuvo una ocupación segura en las ahora abandonadas plantaciones de tabaco de Virginia, desde donde llegó con su familia buscando la oportunidad de sobrevivir. Pero la Gran Manzana es una ciudad canalla: no hay trabajo y menos para negros palurdos y analfabetos, abundan los timadores callejeros y una vida no vale un centavo.

Una pequeña mafia de desarrapados le convenció rápidamente, a base de hematomas, que debían ser otros los que limpien las botas de los blancos. Ahora, a cambio de una mísera propina, el hombre intenta ayudar con sus valijas a los pasajeros que llegan en tren a New York. Ya conoce de memoria los horarios y sabe qué convoyes podrían resultar más rentables; con eso y todo el producto de su larga jornada es ridículo y no alcanza siquiera para alimentar a su esposa e hijos.

Ese tipo que cada día vaga arriba y abajo en Central Station piensa si no valdría más estar muerto, si no valdría más volver a ser un esclavo. 

Desenlace



Cuando bajé a la zona de parking del Pawn Shop y vi su imponente figura apoyada en un majestuoso coche, supe que no me quedaba mucho tiempo. Me encomendé a Dios y al diablo y vi mi vida pasar  en un segundo, al tiempo que mi mano se manchaba de la sangre que fluía a borbotones de mi corazón atravesado por su maldita bala. Pero aún tuve tiempo de hacer un último disparo.

Dos extraños curiosos impertinentes en un tren de largo recorrido



Se encontraron dos extraños frente a frente, en la parte del tren en que los asientos se miran y se despliega una mesa. Ambos eran  jóvenes y hermosos. Iban provistos de buenos libros para el viaje. Rebosaban distinción.  Había algo en el ambiente que enrarecía la cercanía. Iniciaron una conversación que se prolongó en la tarde, en el transcurrir de valles y montañas. De pronto uno le dijo al otro al tiempo que le mostraba la fotografía de una bella mujer rubia:

-Es Laura, mi esposa, tengo que ponerla a prueba, ¿estarías dispuesto a ayudarme? He de saber si me es fiel. Solo tienes que intentar seducirla.
-Lo haré si tú haces lo mismo por mí. Llevo tres años casado con Celia y empiezo a ver ciertos signos de tibieza en nuestro trato –le dijo mostrándole el rostro fotografiado de una preciosa morena de ojos verdes y labios sonrientes.
El trato se cerró poco antes de concluir el viaje. Quedaron citados en un hotel de lujo para el siguiente fin de semana.

Pasaron el tiempo de espera sumidos en una inquietante excitación. Necesitaban una prueba. Al menos eso era lo que ambos pensaban…

UN DESPISTE IMPERDONABLE



Aquel hombre aparecía cada atardecer. Seguro que llevaba alguna copa de más, porque su andar zigzagueante lo delataba. Jamás levantaba la vista del suelo, se situaba frente a las vías y esperaba. A mí, como buena hacedora de cuentos, me gustaba creer que cumplía una especie de ritual o penitencia. Parecía tan desdichado…
Vendía los billetes confinada tras la ventanilla interior de la estación y desde allí divisaba la panorámica completa del andén. Mi fantasía volaba imaginando la vida de cada uno de los que pasaban junto a mí. Era mi juego favorito, el que me alejaba de la época que me había tocado vivir. Siempre les daba un final feliz, aunque la de aquel individuo se me resistía. Fantaseaba con que era  un músico de jazz arrepentido por haber abandonado a su mujer, a quien ahora aguardaba a diario, y así, mientras recomponía su imaginaria trayectoria vital, no me percaté del momento preciso en que él la finalizaba. 

Tren nocturno

Valencia escribe sobre
Es tan amargo este trago de saliva que recorre mi garganta, primo hermano de la bilis que viaja libremente por mi organismo que, en cualquier momento, morirá envenenado por mi cobardía…
Tenía que haber imaginado que mi vida acabaría en la más triste de las soledades, la soledad absoluta… A Rosa, la abandoné sin compasión a orillas de una feroz enfermedad, lejos de mi lado, nunca más volví a verla con vida.
Mis hijos me aborrecen como se detesta a un extraño que hiere… Mi hijo nada entre la ruina económica y  los zarpazos de un matrimonio asfixiado.
Mi hija, lleva años sin acercar su mejilla a la mía. Me mira con ojos distantes y calla.
Hoy he decidido irme, cobijarme entre las sombras y tomar un tren a ninguna parte, cabizbajo, viejo, arrepentido y con el orgullo intacto.

miércoles, 23 de enero de 2013

UN POQUITO DE MÍ




Mi abuela me decía:
-Niño, ¿No te da “cosa” pagar para que te peguen?
Yo me armaba de paciencia.
-Que no, abuela, que no. Que allí no nos pegamos, ni nos hacemos daño, sólo practicamos hapkido.
-Sí, si, kankido, vaya nombrecito –no se lo tragaba, lo veía en su mirada-, pero tú ten “cuidaíto” con los golpes…no te vayan a dar uno en la cabeza...

Hapkido es mi pasión, corre por mis venas, estoy enganchado a él y cuando me falta su práctica me entra el “mono”. Dulce droga que seguiré probando por cada Samsara que supere, es decir  cada vez que regrese de nuevo a esta existencia, como dicen los budistas. 
Y es que un Maestro dijo una vez que en esta vida se aprende el arte marcial y en la próxima se perfecciona. No sé por qué pero me encantan las  meditaciones de los antiguos, como yo les digo.

Guardo mi kimono en la mochila, -en los manuales salen fotos de un señor que los dobla muy bien y los guarda con mucho cuidadito, explicándonos cómo hay que cuidarlo y tratarlo, pero la verdad es que el noventa y nueve por ciento, entre ellos yo, no le hacemos el menor caso y lo metemos como podemos, a presión casi siempre…

Cuando llegas al gimnasio, un poquito de charla con los “compis”, cada uno te cuenta su película del día y, una vez cambiado, antes de entrar en el docham (tatami), saludas como muestra de respeto, porque en toda arte marcial  hay unas normas de cortesía que han de cumplirse ya que estas nos dan un referente de comportamiento necesario para la correcta convivencia.

A la voz del maestro –Sabonim-, formamos y realizamos tres saludos: al Maestro fundador del arte (Do Ju Ning) –En el nuestro fue un Coreano llamado Choi Jon Sul. Si no os aburro con esto puede que os cuente de su vida-, a la bandera (tenemos tres: Coreana –patria del arte que practicamos-, española y, en mi comunidad, andaluza).

Comienza el calentamiento:  "a correr venga venga que suban esas pulsaciones al suelo arriba al suelo arriba flexiones abdominales saltos a ver tú que te estoy viendo y como no me hagas las diez flexiones te cargas cincuenta abdominales  de más esos cintos altos que den ejemplo ¿qué pasa aquí? Que mi abuela corre más que todo vosotros"….cuando las pulsaciones suben hay que volver a relajarse.

Pasamos a la parte técnica, la propia del arte. Hoy puede tocar luxaciones, proyecciones, etc… es juicio del instructor ¿A quién va a coger de sparring el Maestro? ¡Ya me ha “pillao” otra vez! Y encima luxaciones…
Hay que hacer la técnica con sentimiento, poniendo todo tu corazón en ella, concentrando toda tu mente en ese instante, en ese momento que nunca más se repetirá, has de lograr la perfección, la maestría con la constancia. Pero ello solo se logra si sientes amor por lo que haces…como todo en la vida.

Es muy importante cuidar al compañero, no lesionarle, has de ser agradecido con él porque el compañero presta su cuerpo para que tú puedas practicar, te regala su confianza, el respeto ha de ser mutuo.
Casi al final de la clase viene una de las cosas más estresante en esta práctica, en coreano se llama “Ho Shin Sul” y es señal de que como no te muevas mucho te van a dar de galletas por todas partes. Esto no es sino aplicar prácticamente todo lo que aprendes. Hoy por ejemplo te rodean cuatro compañeros y te irán atacando de uno en uno con distintos ataques, golpes descendentes, laterales, etc, desde distintas posiciones o ángulos.  Al principio muy bien pero pronto sube el ritmo y estos tíos no paran y con el rollo de que somos colegas me quieren cazar y yo no me quiero dejar así que al final uno recibe y reparte porque el que me diga que a él nunca le han dado un golpe, no me lo  creo y estalla el estrés y entonces comprendes que por mucho que entrenas aún te queda mucho por entrenar y entonces comprendes…que el verdadero Camino es no tener Camino. Saber que aquí y ahora es lo que importa y que aquí y ahora es donde debes estar y vivir. Nunca en el pasado que ha muerto ni en las metas del futuro que no existen.

Al final, relajación. En posición loto, respirar, solo respirar; el corazón vuelve a su ritmo normal. Silencio, solo tú y tu respiración.
La mente se relaja.
Un día más que muere, pero otro que nace.

A ninguna parte




Como una sombra dirijo mis pasos al próximo tren esperando ir a alguna parte. No me importa adónde. Solo quiero mirar el cielo pasar desde la ventanilla de un tren que vaya a cualquier lugar. Al final del trayecto bajaré y encaminaré mis pasos al bar más cercano donde ahogaré mis penas en alcohol barato hasta reventar. Ya nada me importa desde que esta mañana leí tu carta.