jueves, 30 de agosto de 2012

CAFÉ CON LECHE



El suelo estaba frío y su mejilla adormecida por el choque. Notó el sabor metálico de la sangre y su tacto caliente al resbalar fuera de su boca. Probablemente alguna pieza dental estaba fuera de su sitio.
Vio como se alejaba: sus andares elegantes, sus zapatos caros, sus finos pantis.
Se sintió torpe una vez más. Ella conseguía con facilidad que ese sentimiento se adueñara de su ánimo.
Recordó el detonante que activó su ira esta vez:
-Eres una inútil, ¡te dije con leche, con leche!

Se me cayó el alma (dedicado a la Maga)


Aquel fausto verano acabé con una pesadilla que había durado la friolera de quince largos años. Años de reproches, de celos, de broncas en todas las formas y grados posibles. La amargura instalada en todos los rincones de mi cuerpo y de mi casa.
Había invitado a dos de mis primas a comer, contaba con que él siempre llegaba de noche y  me propuse pasar un día agradable, lejos de mi habitual soledad. Pero mis cálculos  fallaron y él apareció a media tarde completamente borracho y con la camisa desabrochada. Se me cayó el alma a los pies junto con la taza de café que tenía entre las manos pero no dije nada, actué como si no pasara nada.
Mis primas se despidieron y bajé a la calle para acompañarlas. Ninguna de nosotras aludió a la tragedia que flotaba en el aire. Les lancé el último adiós con la mano mientras el coche se alejaba.
Volví a subir a mi casa. No dije ni una palabra. Me cambié de zapatos, cogí el bolso y salí por la puerta para siempre, para siempre... Fue la mejor decisión que he tomado en mi vida.

41. (concurso) MIS OCULTOS PLACERES



En el almuerzo saboreé sus labios que se entreabrían por la suave presión de mis dedos.  Se ofrecía a mi con la ansiedad típica de los que descubren nuevas sensaciones y  la intensidad de mi entrega  parecía encontrar una respuesta idéntica, una atracción sublime en donde el deseo se confundía con la tentación y ésta con el acto finalmente satisfecho.

Había prometido no volver a tener esta clase de encuentros clandestinos. Lo eran. Nadie podía suponer que yo, una nutricionista reputada  mantuviera este tipo de relaciones esporádicas.

Descansaba sobre la toalla en la playa de Cavallería escuchando música cuando el recuerdo del encuentro volvió a mí incitándome a repetir la experiencia. La agitación no me dejaba concentrarme en el libro que estaba leyendo. Antonio movía los labios. Saque de mis oídos los auriculares. Me estaba invitando a pasear por el arenal. Accedí. La arena quemaba con el sol. Por fin llegamos a la orilla. Antonio no paraba de hablar. Mis pensamientos estaban en aquella piel saboreada, en las sensaciones que me produjeron los pequeños mordiscos,  lamer con suavidad y lentitud unos dedos convertidos en miel.  Los sonidos de la playa, las voces de niños jugando, gritos gozosos de bañistas, las olas que rompían en nuestros pies desaparecían de pronto. Solo el recuerdo se asomaba al calor mediterráneo. Antonio me tocó levemente el hombro. Me apremiaba una contestación, un si o un no, pero no había escuchado su pregunta. Me la repitió. Me proponía irnos al hotel, salir a cenar al restaurante que habíamos visto de camino a la playa. Accedí aunque mis planes eran otros bien distintos. El calor era agobiante, unas pequeñas gotas de sudor me resbalaban por las sienes llegando a mis gafas. Me las saqué y lancé un breve suspiro.  Mientras recogíamos las toallas y  las metía en la bolsa un pequeño ticket cayó sobre la arena. Antonio lo recogió preguntándome  con el papel  entre sus dedos índice y corazón sobre aquello.  Como en otras ocasiones mi reacción fue rápida y solventé la situación. Tomé el ticket y lo arrugué en mi mano sin desecharlo. Era la prueba de mi encuentro y el tenerlo fuertemente aprisionado en mi puño me provocó  aún más el deseo de un nuevo encuentro.

Los primeros instantes de la cena iban transcurriendo con cierto nerviosismo por mi parte pero Antonio siempre tuvo una habilidad especial para hacer que situaciones en principio nada memorables se convirtiesen en momentos inolvidables. Poco a poco fui descubriendo a otro Antonio. Fue en  el postre cuando supe que realmente me conocía, que conocía mis secretos, mis encuentros furtivos. Se levantó para regresar al poco tiempo con aquellos labios que se entreabrirían con la suave presión de mis dedos.  Mi cuerpo de pronto volvió a sentir el placer de ser acariciada por dentro sintiendo en mi boca la dulzura de aquel cuerpo de chocolate perfecto, sintiendo como el placer nacía en cada porción de milhoja de chocolate y trufas.

 Margarita Laietana

 

 

Sin remordimientos






 
Sorbió otro trago de café y aquel bigote -que poblara de hiel cada palabra pronunciada en veinte años de matrimonio- se contrajo en una mueca repentina.


La taza cayó sin estrépito contra el suelo.

Ella abandonó la mesa y recorrió los metros de moqueta que la separaban de una nueva vida, sin remordimientos.

EL TE DE LAS CINCO



 

Eva se despertó sobresaltada por el sonido del teléfono. Al otro lado del auricular estaba Clara, su mejor amiga. Le pedía que comieran juntas ese día en el pequeño restaurante que  frecuentaban desde hacía tiempo. Allí compartían buena mesa, una botella de vino y confidencias que se prolongaban hasta la hora del té. Eva, aunque sorprendida por la prisa de su amiga, le confirmó su asistencia.

Eva salió de la oficina con la vista cansada y el cuello dolorido a causa del ordenador. Clara, sentada en la mesa, la esperaba con la copa de vino en la mano. Se besaron en la mejilla, hacía un mes que no se veían y su amiga parecía nerviosa. Iniciaron  la conversación de un modo trivial, como siempre; habitualmente pedían el mismo menú y el camarero les comenzó a servir el primer plato. Eva escuchaba la conversación de su amiga que, de vez en cuando, tartamudeaba. Parecía perturbada por algo que no se atrevía a verbalizar. El segundo plato, quedó en la mesa sin acabar. El vino, en cambió, fue lo primero en terminarse. Clara pareció, entonces, sentirse más relajada. La conversación pasó a tomar carices más íntimos. Eva escuchó cómo su amiga le contaba que estaba empezando a salir con un hombre; no era nada serio, tan solo se estaban conociendo. Se alegró por ello, hacía tiempo que Clara necesitaba ese aliciente en su vida. Ella, por el contario, le habló de la relación con Pablo, su marido. Estaban pasando por un mal momento, aunque confiaba en que todo acabara bien. Él trabajaba demasiado y siempre estaba de viaje, ese era el problema.

Continuaron charlando de esto y aquello hasta que se hicieron las cinco. Pidieron una tetera para continuar con la conversación. Clara se levantó para ir al baño. Eva se quedó sola pensando en la última confidencia de su amiga. A la vuelta le preguntaría el nombre de su conocido. Un móvil sonó de repente. Era el de Clara, estaba sobre la mesa y no pudo evitar mirar la pantalla: “Pablo llamando” y la foto de su marido que le sonreía cariñosamente.

Cuando Clara regresó a la mesa, apenas pudo ver a su amiga saliendo apresurada sobre sus zapatos de tacón. Sobre el parqué, quedó la taza  de té, desperdigada junta al plato y la cucharilla.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Excusas


“No fumes, no es bueno para tus pulmones”, le advertí. Y él siempre me contestaba que de algo hay que morir.
“No bebas tanto, no es bueno para tu hígado”, le aconsejé. Y entonces él canturreaba con cierto rintintín, que un par de copas de vino al día, están incluidas en la rica y saludable dieta mediterránea.
“No deberías tomar tanto café” pensé en decirle como tantas y tantas veces había hecho. Pero estaba cansada de escuchar sus estupideces y no le di opción a que volviese a contestarme.

40. (concurso) LA ULTIMA NOCHE DE AGOSTO



Tras el biombo escuchó unas voces que hablaban en voz baja y un tintineo de llaves. Un hombre y una mujer discutían algo sobre un coche. La voz masculina hablaba nerviosamente mientras que la femenina lo cortaba exigiéndole tranquilidad. Esa voz era sumamente fría, monótona. Permaneció tras el biombo hasta que escuchó como unos pasos se encaminaban hacia la puerta cerrándola. La oscuridad de la estancia era violada por la luz de la luna llena de Agosto. Una tabla crujió fuertemente bajo sus pies haciendo que se detuviera de pronto y permaneciese inmóvil con un pie en alto que descendía con cuidado hacia el suelo.

Sintió frío. Mucho frío, a pesar de que momentos antes el calor le parecía insoportable. No sabía muy bien que hacía en aquel lugar. Se acercó a la ventana. Una cortina cubría los cristales. La apartó descubriendo unos grandes árboles que movían sus ramas golpeando la cornisa. Un perro ladraba a lo lejos. Cada vez más cerca hasta que  divisó como su perfil se detenía y ladraba con insistencia frente a la ventana. En el breve instante  en que su mirada se fijaba en una chaqueta tirada en el suelo, un ruido fuerte, un golpe seco hizo que el ladrido cesase. Volvió a descorrer la cortina. Descubrió a dos personas que parecían llevar a una tercera  cogiéndola de las axilas,  haciendo que sus pies  se arrastrasen por el suelo. Reconoció la voz de una de ellas. Era el hombre que poco antes estaba en la habitación. Su voz era inconfundible. La persona que llevaban parecía que se movía un poco. En un momento observó como las otras dos la soltaban y la mujer de la voz fría y monótona le propinaba un fuerte golpe con  una barra. Se retiró espantado de la ventana dando pequeños pasos hacia atrás hasta que tropezó con algo en el suelo. Eduard Muntaner se encontró de ese modo a su mujer Amparo Guillot. Extrañados se miraron comprendiendo que habían sido asesinados mientras unas voces en la sala de al lado parecían leer los titulares de un periódico riendo a carcajadas.

“Según los testigos del  fatal accidente Clara Martin  y joseph Guillot el coche del  matrimonio Muntaner  se precipitó sobre el barranco cuando regresaban de Cadaqués. Joaquín Guillot  anunció asimismo que los funerales  de su hermana y cuñado se celebrarán en la intimidad de la residencia familiar”.
 
Angela Bluetooth

 

La despedida


Valencia escribe<br>sobre...

Jamás pensé que llegaría tan lejos… Sabía que era fría, ambiciosa y calculadora a la vez que inteligente y muy hermosa. La mujer de los sueños que nunca soñé… Apareció un día y se quedó, enquistada en mis anhelos el tiempo preciso para  encontrar lo que buscaba.
¡Yo creí que sería toda una vida!
Ahora estoy aquí, como un títere a sus pies… mi escasa y turbia visibilidad solamente me permite verla entrecortada, majestuosa, impasible ante mi desgracia. El mal había emigrado del pequeño recipiente con platillo blanco que me tendió con una caricia, a todo mi cuerpo…
La sensación es de mareo, de nausea sobrevenida, con premura se me paralizan los brazos. La taza se escurre con elegancia de mis manos hasta chocar con el suelo mullido y acogedor, nada se ha derramado porque lo que contuvo está ahora callejeando mi cuerpo.
Siento  el hinchazón de la lengua, casi no me cabe en la boca.
Ella, observa callada y paciente hasta que constata en mi rostro los temblores, la espuma que asoma sin vergüenza entre mis labios le ofrece la contraseña ansiada para abandonarme…
Veo alejarse sus hermosas piernas bailando acompasadas sobre unos afilados tacones de aguja. Vislumbro que los zapatos son nuevos, conservan todavía  la seña del precio pagado en la pulcra suela… ¡Qué ironía! Se compuso con esmero para la despedida.
- No me has dejado otra alternativa querido.

39. (concurso) EL ULTIMO VERANO



Como cada año al finalizar el curso, Rodrigo llegaba a casa y, con actitud orgullosa, agitaba frente a sus padres  su hoja de notas repleta de notables y algún que otro sobresaliente. Pasada la revisión paterna, se permitía recrearse durante un largo rato con los elogios de su madre. “¡Qué niño más listo! Igualito que su madre… Y es que si a mí me hubieran dejado estudiar, otro gallo cantaría”. Ésta era, sin duda, la frase que daba el pistoletazo de salida al verano de Rodrigo. Ante él se amontonaban un sinfín de días para ser gastados de la manera que él quisiera, sin apenas obligaciones y con multitud de planes todavía por hacer. Siguiendo con el ritual de todos los años, Rodrigo bajaba al trastero para desempolvar su bicicleta, esa fiel amiga de todos los veranos sobre la que vivía infinidad de aventuras y la culpable, también, de todas esas marcas y cicatrices que surcaban sus piernas. A lomos de ella recorrería los infinitos caminos que rodeaban su casa para descubrir parajes nuevos deseando ser conquistados.

Sin embargo, Rodrigo no podía imaginarse ni por un momento que aquel verano no sería como los demás. Éste sería el verano de la desesperanza, el verano en el que una niña, venida desde la ciudad, acabaría con la inocencia de Rodrigo. Porque fue descubrirla una noche en la verbena de las fiestas y quedarse prendado de ella. Él, que consideraba a todas las niñas de su clase seres de un planeta muy lejano al suyo, no pudo luchar contra el influjo de  aquellos cabellos rubios atados en dos coletas, ni contra esa cara pecosa,  fruto, seguro, de largas tardes jugando en la calle al sol. Ni mucho menos fue capaz de resistirse a esa sonrisa que mostraba unos dientes ciertamente desordenados, dándole un aire de niña de traviesa.

Fueron pocas las canciones que necesitaron aquella noche para hacerse amigos y así pasar el resto del  verano juntos jugando a policías y ladrones, destruyendo hormigueros o coleccionando piedras de todos los tamaños imaginables.

Pero como casi todas las cosas en esta vida, el verano también llegó a su fin y aquella niña de cabellos rubios y graciosa sonrisa desapareció de su vida para siempre, dejando entonces un tremendo vacío en él. Fue ese verano, el de la desesperanza, el que marcó a Rodrigo para siempre, ese que lo hizo menos niño y más hombre. Fue el último verano con aroma a niñez.

 

 

                                                                                                                     Rakelinda

martes, 28 de agosto de 2012

38. (concurso) VERANO SOBRE LIENZO



Quiso pintar el verano perfecto y en su empeño, buscó parajes a lo ancho y largo del mundo para hacer realidad su proyecto. El lienzo, debía medir 98x191, igual que “La maja desnuda” de Goya, para Manuel, el mejor cuadro de la historia del arte, y para rendir homenaje a su autor predilecto, sólo utilizaría los colores preferidos por el pintor aragonés: el amarillo de Nápoles, el violeta de cobalto, el verde Veronese y el blanco de plata. Encontrar esos colores, había sido una empresa casi imposible, hoy no se utilizan productos tan venenosos para hacer pinturas. El verde y el amarillo, se los trajeron del estudio de un pintor italiano que mezclaba sus pinturas con la habilidad de un químico; el violeta, le llegó de la India, muy usado en aquella cultura para representar deidades y el blanco, tuvo que conseguirlo en una tienda de bellas artes de la calle Carretas por una pequeña fortuna. Para confeccionar el lienzo, usó un algodón egipcio de cuatro capas tratado con parafina, que evita filtraciones excesivas del óleo que emborronen la composición. Los pinceles serían nuevos, fabricados en Japón con madera de ébano y pelo de tapir y la paleta, la había encontrado en el Rastro, se trataba de un corte de madera de un tronco de ginkgo biloba con la forma de una de sus hojas.

Viajó por los cinco continentes durante dos años, pero el violeta de cobalto le faltaba. En ningún amanecer, en ninguna puesta de sol, lo había encontrado. Hasta que un día, paseando al atardecer por la playa de Berria en Santoña, lo vio. Era el tono de violeta que buscaba. Un pescador le contó, que aquel color aparecía los días despejados de Julio en los que al atardecer, se formaban pequeños jirones de nubes gracias al frío viento del noroeste.

Durante tres semanas salieron pocos días despejados y en menos ocasiones, sopló el noroeste por la tarde, pero cuando lo hizo, antes de irse la luz del sol, apareció el violeta. El verde, lo traían consigo el monte Buciero y el Brusco que enmarcaban la playa de Berria, el sol, agonizaba de amarillo y el blanco, aparecía en la espuma que dejaban las olas. Mezclando los cuatro colores, Manuel, creó el resto del paisaje.

Apenas dormía, por las tardes pintaba en la playa y por las noches retocaba su pintura en la habitación del hostal. Comía cuando se acordaba y bebía cuando el dolor de cabeza le impedía continuar, cuanto más hermoso era el cuadro, peor era su salud. Al finalizar la tercera semana, terminó su obra.

Manuel, amaneció muerto. El cuadro, lucía imponente en el caballete junto a la ventana que daba al mar. En la autopsia se dictaminó muerte por agotamiento, pero Manuel, en realidad, murió de verano, de viento noroeste, de Verde veronese, de blanco de plata, de amarillo de Nápoles y de violeta de cobalto.

 

 

 

FANCHO      

37. (concurso)UN AMOR QUE TRASPASA NOVELAS



Eran las seis de la mañana, el sol se mostraba perezoso pero tenía el deber de salir, Ulises se lo había prometido a Amaranta.

Amaranta lo esperaba con su pelo recogido enseñando descaradamente la nuca, su piel era morena y parecía brillar con los primeros rayos que el sol ya regalaba. Ulises la miraba y pensaba en la armonía, la dulzura y la belleza de aquella pequeña silueta de su amada. Bajaron hasta el puerto en donde se encontraba el velero de Ulises y subieron a bordo.  

Mientras Ulises seguía el rumbo navegando a través, Amaranta lo abrazaba por la espalda le encantaba sentir el calor de su piel sobre sus pechos, se excitaba con el olor a sal que se mezclaba con el tibio sudor de su amado.

Querían detener el tiempo y que el tiempo se detuviese a si mismo, pero sabían que solo contaban con aquel maravilloso sol, él les marcaría el final de su trayectoria cuando se pusiera por poniente y ya no fuera posible ver ni siquiera un ápice de su luz, entonces significaría que el viaje había terminado.

 Llegaron al lugar adecuado, elegido días antes por Ulises, éste detuvo el barco soltando escotas hasta que las velas quedaron flameando, el barco fue perdiendo velocidad poco a poco. Amaranta se quitó el pantalón y el jersey y se quedó desnuda. Ulises no tuvo que quitarse nada, ya iba lo suficientemente desnudo. Cuando ya estaban los dos en el agua se abrazaron formando un ángulo casi perfecto, se besaron una, dos, tres, millones de veces, por tantas veces como habían escrito en sus menajes la palabra beso. El agua del mar les regalaba pequeñas olas que causaban en ellos un extraño placer.

Ulises sujetaba a Amaranta, era como una pluma entre sus brazos, y al refugio de uno de los lados del  Sondemar se entregaban mutuamente a lo que tantas y tantas veces habían soñado, hablado, estudiado, pero esta vez era una realidad. El vaivén de las olas rompía cada vez con más fuerza y pronto comenzó la tormenta.

Hacían el amor como si fuera el último deseo que la vida les iba a permitir, y lo era, se repetían al oído incansablemente “te quiero”.

Cuando culminó el acto de su amor perpetuo, quedaron tan extasiados que se dejaron sumergir por las aguas de aquel mar sin nombre. Ulises miró a Amaranta e inmediatamente comprendió lo que podía suceder. Tiró de ella fuertemente hacia la superficie, Amaranta respiró profundamente, aunque no hubiera querido hacerlo. El sol se estremecía por poniente y el sueño se terminaba.

Ulises atracó primero cerca de la ciénaga de Macondo para dejar a Amaranta en la más caótica soledad y puso el Sondemar rumbo a Ítaca de donde nunca debió regresar.

De cara al sol el plástico ardiente,
volcó de pronto una gota de amor,
-del más puro amor- y pasión en mi piel,
que fría no puedo, aunque quiero, quitar
sin romperme la carne adherida con él. (Versos censurados
de la Odisea.)

Seudónimo: Martina.

 

 

GANGSTERS

Sólo hizo falta un disparo. No soy caro por casualidad. Los buenos profesionales no podemos —no debemos— fallar. En estos tiempos de crisis que corren, la competencia es, más que fuerte, salvaje; y los trabajos pulcros se pagan muy bien.
     Yo prefiero apuntar al corazón porque no mueren enseguida... tardan unos segundos... necesarios, a mi entender, para que se pongan al día con el ser superior en el que crean y, de paso, para que piensen qué les ha llevado hasta esa situación. No es necesario ser cruel, para eso ya están otros sindicatos.
En cuanto al desorden de la habitación, las huellas de los tacones sobre la moqueta y embutirme en un vestido ceñido; todo eso es para la pasma. Si no les das algo con qué entretenerse se ponen muy nerviosos, y cuando los polis se ponen nerviosos son de gatillo fácil y pueden acabar disparando sobre alguien inocente, o descubriéndote por casualidad, que también se ha dado el caso. Así que las pistas llevarán a la Policía donde yo quiera, es decir, a un callejón sin salida, a otro caso sin resolver; y a mí, a por un nuevo cliente.

APOSTILLAS A “ENTREVISTA CON LADY LOOT” (Dedicado a Manuel Vicent)

IV

Sentado frente a ella como yo lo estaba, y apartando un instante mi mirada de la suya mientras ella hacía lo mismo para mover la cucharilla con la que endulzar su taza de café, pude fijarme en un detalle: sus zapatos, unos magníficos ejemplares de igual nombre vulgarizado a quien les habla, estaban usados y desgastados, señal de que aquella mujer no era de las que cambiaba con facilidad si se encontraba a gusto con algo o alguien; y muy limpios, luego pulcra.
También pude observar que las suelas de aquellos zapatos estaban, más que limpias, nuevas, o mejor dicho: ¡no estaban desgastadas! Aquello no podían ser medias suelas, no en la mujer más rica de aquel país... Esos zapatos eran los de una mujer que no caminaba por la calle, sino por alfombras y moquetas de salas de reuniones y despachos presidenciales. Estábamos en una sala privada del hotel —SU hotel— más importante de la ciudad, y había venido en un coche oficial —mandado por el Presidente— recogida desde las puertas de un Jet —SU Jet— privado.
En cierto modo me dió un poco de lástima, ya que sí, era rica, y poderosa, pero no caminaba por las calles. Mis pensamientos, o la torpeza de mi cuerpo, golpeó la mesita y tiró el servicio de café que nos habían traído. Me supo mal haber derramado el poco café que quedaba porque manché la moqueta, pero ella me sorprendió de nuevo, ahora con su comentario: “No se preocupe, estaba harta de ese color”.

GIGOLÓ

Léase la j como r francesa (o alemana, que al caso viene a ser lo mismo)

—¿Cjisis? ¿Me has hecho venij paja hablajme de la cjisis? ¿Cuatjo mil kilómetjos paja esto? ¡Mija Majiano, que te den!
—¡Pero Ánguela, mi churri, no me dejesh shólo, que me hundo! ¡Neceshito tu calor, tu comprenshión y tu shoshtén!... (Por Diosh, qué carácter tiene eshta mujer)
—Yo cjeía que me quejías y veo que sólo quiejes mi dinejo...
···
Esta vez el portazo sí que sonó a punto y final.
...
—¿Michel? ¡Hola, shoy Mariano! Dishculpa que te llame a eshtash horash por teléfono, ya shé que shon lash tresh A.M. in Washington D.C., pero esh que neceshito que me hagash un favor, eshtimada mía...

sábado, 25 de agosto de 2012

SOS



 

         Anneka caminaba despacio por la orilla de la playa. Las oscuras y fétidas olas dejaban su incierta huella en la brillante arena color antracita. Levantó, durante breves segundos, la visera de su casco protector; el oxígeno era escaso. Le pareció ver un extraño objeto semienterrado. Se agachó y lo cogió entre sus inflados guantes. Contempló lo que parecía una botella de vidrio color marrón. Ya no se usaba ese frágil material. Le dio algunas vueltas, parecía contener algo en su interior pero…no sabía cómo abrirlo. Decidió llevarlo al laboratorio más cercano. En los tiempos que corrían, nadie manipulaba cosas de las que no se conociera su procedencia.

Al entrar en el recinto, pudo prescindir del casco. Allí el aire era sano. Cuando vieron lo que traía entre sus manos, le animaron a dejarlo sobre la mesa de estudio para analizarlo convenientemente.  Anneka y las tres personas restantes se quedaron en silencio. El de más edad, separó del cuello de la botella el pequeño y húmedo tapón hasta que su contenido cayó sobre la suave superficie. Se trataba de un envoltorio de plástico, debía ser muy antiguo. El plástico había dejado de utilizarse, ya que las reservas de petróleo habían sido esquilmadas hacía muchas décadas. Entre el obsoleto material, se encontraba, doblada, una inscripción. Estaba escrita en inglés, idioma universal. La tinta estaba borrosa, inexistente en algunas líneas; la mesa escaneó la nota automáticamente. También sustituyó los espacios imprecisos por palabras convenientes al tono del mensaje: “ Miami, mayo 15/ 2015. Me llamo Martin, tengo doce años. Sé que estos mensajes pueden viajar durante mucho tiempo arrastrados por las corrientes.  Me gustaría decirle, a quien lea esta nota, que estoy muy triste porque en la Tierra apenas quedan bosques. La mayoría de las especies marinas y terrestres están en peligro de extinción y los gobiernos no parecen darse cuenta. Tal vez, ustedes puedan encontrar una solución”.

Las cuatro cabezas, instintivamente se giraron hacia la pared que mostraba: Alesund (Noruega) enero 2227. Anneka dijo: “No sabía que quedaran bosques en el año 2015”.

 

viernes, 24 de agosto de 2012

La última cerveza


Valencia escribe<br>sobre...

Las dos la oímos caer, tras un ligero tambaleo perdió el equilibrio. Se derramó con prisa el líquido sobre la piedra. Fue un accidente, un movimiento brusco, un manotazo perdido en un arrebato de pasión encontrado. Surgió sin querer, entre tímidos abrazos sobre una losa dura y poco amorosa que ansiaba ser banco, quizá lecho.
El bronco ruido les interrumpió los cariños, captó su atención y las obligó a taparse la boca para apagar un pequeño chillido, ahogándolo. Peligraba el secreto de su deseo.
El líquido huyó del cristal con una alegría trepidante, se deslizó por el estrecho cuello como si de un tobogán se tratara, hasta la penúltima gota besó la piedra con la intención de empaparla.
Las dos se rieron con gracia, se miraron y siguieron riendo. El contenido se había desparramado sin rumbo, desorientado, molesto por la falta de hospitalidad del suelo…
- Era la última que nos quedaba.
- Da igual, estaba ya caliente.
- Pero ¡Era la última!
- ¡Mira! todavía queda una gota cansina y torpe a la que le cuesta encontrar la salida…

36. (concurso) 8 DE SEPTIEMBRE



Había una vez una chica muy hermosa y muy asustada. Vivía sola, excepto por un gato sin nombre. Su apartamento estaba en la planta más alta de un bloque en el centro de la ciudad. Era un pequeño reino en el que ella se sentía tranquila, protegida de la gran urbe por sus cuatro paredes delgadas y blancas.

Por la mañana se levantaba al amanecer, daba de comer a su gato y salía a trabajar. Tomaba el autobús que la llevaba a un gran edificio de oficinas en las afueras, donde pasaba su jornada escribiendo las notas que otras tomaban. mediodía se compraba un bocadillo y un refresco en un kiosco, y se sentaba en un banco del parque cercano, siempre el mismo y siempre sola.

Era una joven bonita, con el largo pelo castaño liso y bien peinado, unos alegres ojos negros que chispeaban cuando se reía y unas piernas largas y bien torneadas, que le habían procurado muchos piropos cuando caminaba cerca de un grupo de obreros. Algunas veces un compañero nuevo intentaba acercarse a ella, entablar conversación, tal vez iniciar una relación. Pero nunca volvía, y ella se había acostumbrado a comer su bocadillo acomodada en su banco del parque.

Regresaba al trabajo junto con la multitud que formaban los oficinistas de la zona, todos entrando a la misma hora, pasando el resto del día haciendo el mismo trabajo, hasta la hora de salida. Fichaba y bajaba al metro, tomando el primer tren junto con decenas de ejecutivos que la miraban ocasionalmente, a veces con lujuria en los ojos.

Llegaba a casa y su rostro se iluminaba. Durante el verano llegaba a tiempo para ver hundirse al sol entre los tejados de la ciudad, mientras las luces de las torres se encendían, y con las miles de farolas convertían el suelo en un cielo de estrellas anaranjadas. El gato siempre la recibía en la puerta. Era un gato atigrado, de ojos verdes y pelaje espeso, que se enroscaba en su pierna, sin dejar de maullar y seguirla.

Ella llegaba, se desnudaba en su habitación y salía al balcón para ver el ocaso, con el gato en brazos. Mientras la luz se desvanecía ella se transformaba: su piel adquiría un pelaje negro brillante y sedoso, le crecían garras en manos y pies, sus orejas se alargaban, mientras su nariz retrocedía al tiempo que unos largos y fuertes bigotes le iban creciendo. Disminuía de tamaño, se encorvaba, le crecía una fuerte y grácil cola, que finalmente se liaba con la del gato, su amante y amigo...

La noche les pertenecía. Por los tejados y callejones de la ciudad se sentían libres. Vagaban sin rumbo, corriendo, cazando, jugando por los aleros con los rabos entrelazados… Hacían el amor en espacios impensables, se perseguían y buscaban sin descanso, hasta que las primeras notas de los jilgueros sonaban en la madrugada, y ella, desnuda, con su amor en los brazos, regresaba a esas cuatro paredes que la protegían de la mediocridad.

 

Huelquén

 

lunes, 20 de agosto de 2012

ESPETONES, SAL Y LAVANDA

El aroma de los espetones asándose en la playa se mezclaba con el que sacaba la brisa del propio mar y con la esencia de lavanda que usaba Rosita para lavarse. La caricia del aroma la decidía el caprichoso deseo del Gregal que a veces jugaba a ser Jiloque. Pescadito y yo estábamos tan a gusto dormitando; yo sobre la hamaca, él sobre mi estómago, que era el único que parecía estar inquieto... No sé si fue él o el gato quien produjo aquel leve rugido.
     El último bostezo del sol dibujaba la silueta desnuda de aquella mujer encerrada en ese vestido de lino y cuerpo de niña que, con su pamela, intentaba molestarnos entre risas. Pescadito tuvo mucha menos paciencia que yo, y saltó con la intención de realizar una incursión donde los espetones. Rosita me susurró algo incomprensible en el oído —digo lo de incomprensible por la diferencia cultural entre ambos— y, al volverse hacia la casa, el caprichoso deseo del Gregal jugando a ser Jiloque me levantó su vestido para confirmarme la desnudez, la tesura y la juventud insultante de su cuerpo.
     Estuvimos toda la noche abusando de nuestros cuerpos; hasta que, el primer rayo del sol que iluminara la habitación, me recordó mi rutina. Creo que ella se hacía la dormida. Me vestí, dejé el dinero bajo el tapete de hilo, me despedí de Pescadito que retozaba panza arriba junto a los espetones carbonizados y el barco zarpó hacia Surabaya.

35. (concurso) DULCE VERANO


Solo quedaba un día para que terminase su verano. Sara había pasado sus quince años veraneando en la playa con su familia, pero aquel año había sido diferente, ella quiso que fuera diferente. “Aquí nadie me conoce”-. Pensó, “Puedo ser yo misma”-.

Había conocido un grupo de chicos. Durante todo el verano había ido con ellos a fiestas, a las calas a bañarse e incluso uno de ellos le había expresado sus sentimientos. Aquello estaba fuera de su vida normal, era un sueño hecho realidad que se rompería al día siguiente, cuando volviese a su colegio. “Tan solo un año más “-. Pensó apesadumbrada. “ Solo uno más y saldré del infierno para no volver, todo será como aquí, una vida nueva “.

Su madre se acercó y la estrechó entre sus brazos.

-        Creo que tus amigos te van a preparar esta noche una fiesta de despedida – Le dijo.

Lo había imaginado pero no quería estropearles la sorpresa.

-        Tendrás que estar guapa, podrías ponerte el vestido que te pusiste en la fiesta del colegio el año pasado.

Sara sonrió y se levantó de la hamaca. La playa estaba tranquila aquella mañana. Recordaba aquel vestido. Un precioso vestido blanco, con vuelo y ceñido a la cintura, con unos bonitos tirantes finos. Se lo puso en la fiesta de fin de curso del año anterior. Por suerte su madre no llegó a ver como quedó el vestido después de la fiesta. Aquella noche la había pasado llorando en casa de su tía. Sus compañeros de curso la habían esperado a la salida del colegio con spray de graffiti, después de un par de empujones acabó en el suelo con el vestido roto y hasta arriba de pintura. No se lo dijo a sus padres entonces y no pretendía hacerlo en aquel momento.

-        Mejor otro vestido mamá, tengo mucha ropa y es muy blanco para salir de noche, no quiero estropearlo.

-        Como quieras. Desde que estás aquí te noto distinta cariño, estás mucho más alegre que en la ciudad, quizás te venga bien que pasemos aquí los fines de semana, ¿Te gustaría?

Sara se giró y observó a su madre con un brillo en la mirada. Aquello haría que el año pasase volando y le daría valor para enfrentarse a sus compañeros, ahora sabía que ella no era el problema, había conseguido ser ella misma y allí en el calor de la playa la habían tratado como a una más. Ya no dejaría que le pegasen en clase, ni que le robaran la ropa en los vestuarios, o le insultasen…

Aquella noche se puso un vestido verde, verde esperanza, sus amigos la recibieron con pancartas, le habían hecho una foto tamaño póster en la que aparecían todos en la playa y por detrás todas sus dedicatorias. Carlos se le acercó tímido como siempre y la besó. 



Aquel beso a Sara le supo a verano.


Saori




domingo, 19 de agosto de 2012

Viento del sur




Sabía  que ella adoptaba su pose para que él la mirara. Cada tarde el mismo juego, un vestido vaporoso, delicado y algo volátil, que le ceñía el pecho y  la cintura, dando alas a la falda que era donde su imaginación se desbordaba. Quería pensar que era por y para él toda su fachada.
Le encantaba que la contemplara extasiado tras los visillos de su ventana. Eran aburridas aquellas tardes de domingo en Savannah, en que las chicas de buena familia -como ella- salían en grupo a dar un paseo junto al río. Siempre aguardando y deseando que aquel pavisoso se le acercara.
Eran  vecinos: él bebía sus vientos, pero nunca se atrevería a dar el primer paso, había algo en la actitud distante y provocativa de ella que lo atemorizaba.

Un aire caliente y salado del sur  barría  las ventanas.

TARDE DE AGOSTO




                                                     

Dentro de la casa, en una calurosa habitación, dejó olvidadas las peleas y los golpes. Se vistió con un ligero  desmangado de lino sin contestar al capcioso interrogatorio de su marido; su peinado, el maquillaje y ese leve vestido señalaban otros objetivos diferentes a una cena con sus amigas.

Ya en la calle, bajo el salvaje sol de agosto, comenzó a bajar los peldaños  para alcanzar otro universo que le devolviera el sentido a su oscura existencia.

Puntualmente frenó ante ella un coche. Se abrió la puerta y se acomodó entre la paz y el amor sin condiciones. Las sonrisas y las palabras de apoyo flotaban en el pequeño espacio. Suspiró feliz. El coche arrancó con tres mujeres hacia un destino más apacible.

Pasadas dos horas escasas, su casa voló por los aires. Su marido, borracho, no percibió el olor a gas. Ellas, comenzaron a vivir. 

viernes, 17 de agosto de 2012

La chanson del tuareg.


Aquél verano, decidimos recorrer gran parte de Marruecos a nuestro aire, a nuestro ritmo, evitando en lo posible los circuitos turísticos y el Marruecos que las agencias nos quieren vender. Buscábamos lo auténtico, las mil y una noches, el azul y el verde. La libertad del viajero contra el antifaz del turista.
De Bilbao a Málaga en avión, autobús hasta Tarifa, Ferry hasta Tánger y 14 horas de tren hasta Marrakech. Dos días perdidos por su zoco para recuperar fuerzas, respirando el curtido de las pieles con excremento de paloma, durmiendo en la terraza del Babá Hotel, comiendo tajin y cous-cous donde comen ellos, bebiendo zumo de naranja por una miseria y saboreando bnaná (té con hierbabuena) al caer la noche sobre la plaza de Djemaa el Fna, la plaza de los muertos.

De nuevo en marcha, autobús de línea que atraviesa sin cuidado los Atlas por la noche, con el estómago hecho tabaco, pero la ilusión intacta. Llegamos a Ouarzazate a las 2 de la madrugada, nos quedamos en el Hotel Alí, hasta que la gastroenteritis de Jenny, dio paso a una ligera molestia de estómago. El batido de aguacate y plátano preparado por Fátima, fue como ella dijo, un verdadero milagro.
En una pequeña tienda de artesanía del centro, conocí a Abdul. Le conté nuestra intención de llegar a Erg Chigaga en el desierto del Sahara y subir la duna más alta de Marruecos. Me dijo, que su primo Nordine, Tuareg como él, organizaba de forma ilegal ese tipo de viajes y casualmente, saldrían hacia allí a la mañana siguiente con tres turistas holandesas. Tras negociar el precio bebiendo té y tocando el djembé durante un par de horas, llegamos a un acuerdo. El precio de salida, fue de 1500 dirhams por persona y al final se nos quedó en 750 para los dos, una ganga, si pensamos que incluía: transporte en Land Rover (800km a través del desierto) y camellos, una noche de alojamiento en una jaima o al raso, según la climatología de aquel día, comida, bebida, guías y folklore. Cuando le pregunté por el seguro de ese viaje, me respondió que nuestro seguro lo cubriría. Claro, suponiendo que lo hubiésemos contratado en España. Nos dimos la mano y quedamos para la mañana siguiente.
El viaje en jeep, fue peor que el Éxodo: 12 horas en una tartana de 6 plazas ocupada por 8 adultos, tres delante, cuatro detrás y Hafed en el techo, tumbado encima del equipaje. El aire acondicionado no venía de serie, abrir las ventanillas no fue una buena idea, el polvo del desierto actuó como una lijadora sobre nuestras caras. El termómetro de mi reloj llegó a marcar 62º, si a eso le añadimos la cinta de Tracy Chatman, que escuchamos una y otra vez, turnándonos en su rebobinado manual con un bolígrafo bic, os podeis imaginar el viajecito. He sido incapaz de volver a escuchar “talking about the revolution” desde entonces.
Tras parar en un oasis clandestino en mitad del desierto, a instancias de Nordine, (para hacernos con 2 botellas de rioja a 8 euros cada una, sin posibilidad de regateo, sacadas de una nevera kelvinator atada con una cadena y situada en el centro de una choza de adobe, custodiada por un bereber, de cuyo cuello colgaba una AK-47), llegamos a las inmediaciones de Erg Chigaga con la noche recién estrenada.
Nordine, Hafed y Abdul, que al final vino en calidad de guía, se esmeraron en prepararnos una gran cama sobre la arena del desierto, nos dieron media botella del vino de estraperlo, un tajin humeante y las buenas noches con cierta urgencia. Mientras, ellos se disponían a subir con las tres holandesas (no me preguntéis sus nombres) a lo alto de la duna, para cenar arriba.
Nosotros, también queríamos ir, pero los tuaregs, con educación, nos cerraron la puerta de aquella aventura, argumentando que era más bonito subir al amanecer.
No me hizo falta pensar mucho para entender la jugada. Expliqué a la contrariada Jenny las intenciones donjuanescas de nuestros guías. Al fin y al cabo, nosotros éramos pareja y ellos eran tres para tres. Claudicamos. 
Se perdieron en la oscuridad del desierto, entre las risas de ellos y una ausencia de sonido expectante de ellas. No tardaron en llegar a lo más alto. Desde abajo, escuchábamos el djembé y la magnífica voz de Nordine, mientras entonaba una canción tan antigua como la noche. Se terminó la música y se hizo el silencio. Supe que aquél, era el momento elegido por los Tuaregs, para desplegar su ancestral encanto. A los cinco minutos, las tres chicas bajaban corriendo y gritando de la duna. Llegaron sofocadas hasta nuestra cama y nos preguntaron angustiadas si podían pasar la noche con nosotros allí. No hacía falta que nos contaran lo que había sucedido, era fácil de adivinar. Al final, pasé la noche en la cama con cuatro mujeres sin cantar ni una sola canción. Las estrellas me sonreían.
Con los primeros rayos de un sol que conoce cada palmo de su reino, Jenny y yo, subimos Erg Chigaga. Es difícil describir su belleza, solo diré que la magia del desierto descansa en su posición de antítesis de la vida, todo parece muerto y sin embargo, si te paras a observarlo y escucharlo, está en constante movimiento, se desplaza, pequeños seres reptan por su mar de arena con olas en forma de dunas y los tuaregs pescan en sus aguas, capitaneando un barco de miseria y resistencia.
Regresamos. La tensión se podía cortar a golpe de cimitarra. Esta vez, una tormenta de arena, nos obligó a ir a los 8 dentro del jeep, las 4 chicas detrás, Nordine y yo en el medio sobre dos pequeños asientos abatibles, Abdul conduciendo y Hafed a su lado. Las ventanillas cerradas.
Escuché como Nordine le decía a Abdul en francés, que no entendía porque las chicas los habían rechazado. Por lo visto, no era la primera vez que ocurría.
Nordine, hablaba perfectamente el castellano y aprovechó que las holandesas no lo hablaban, para incluirme en su pesar y contarme lo que había sucedido. Me contó, que todo fue bien hasta que terminó la canción y una de las holandesas le preguntó sobre qué trataba, él, dijo que sobre la vida en el desierto y poco más, luego, se terminó el vino y la comida y una de las chicas se levantó, Nordine, aprovechó el movimiento para agarrarla de la cintura, Hafed, copió a su compañero y cogió de los hombros a otra de las chicas e intentó besarla, entonces, todo se estropeó, comenzaron a gritar en holandés y se fueron corriendo duna abajo. El resto de la historia ya la conocía.
Con humildad, los tuareg son un pueblo orgulloso, me atreví a darle un consejo y le dije:
- Nordine, tienes un físico imponente, una voz extraordinaria y un exotismo difícil de ignorar, debes aprovechar esas cualidades y la próxima vez que una mujer te pregunte por el significado de una canción, debes mentir.
- No entiendo lo que quieres decir.
- Verás, la próxima vez que una mujer te lo pregunte, no debes desaprovechar la ocasión para engatusarla, no olvides que la mayoría de los turistas no hablamos vuestro idioma y si nos cuentas que la canción dice tal cosa, lo creeremos seguro. Debes contar con esa voz profunda y llena de matices que posees, una historia de este estilo: La canción es muy antigua y habla de mi pueblo, los tuaregs. Dice la letra, que el corazón de un tuareg pertenece al desierto, que el desierto es una amante celosa que demanda todo nuestro amor y por eso somos solitarios, no podemos amar a una mujer, porque el desierto no lo permitiría. Los tuaregs, somos a un mismo tiempo, amantes y esclavos del desierto, es nuestra maldición y debemos vivir con ello. Podrías adornarlo un poco, diciendo que en el estribillo de la canción, se cuenta la historia de cómo un joven y valiente tuareg llamado Safar, desafió al desierto enamorándose de una extranjera, los dos tuvieron que huir en camello a través de las dunas por la noche y nunca se volvió a saber de ellos.
Abdul, lo estaba escuchando y no me había dado cuenta de que Nordine estaba tomando apuntes, Abdul, conduciendo por una carretera llena de curvas con una sola mano, se puso a mirar hacia atrás y a gritar a Nordine que lo apuntase todo, que la historia era muy buena y que tenían que probar con ella en la próxima excursión al desierto con mujeres.

Llegamos a Ouarzazate y nos despedimos del grupo. Nordine, no sabía como agradecerme aquella información tan valiosa y me regaló su Shesh, su turbante, enseñándome cómo ponerlo. Vi como Abdul hablaba con Jenny y ella se reía mientras los dos me miraban.
De camino a Essaouira, la pregunté qué era lo que le había dicho Abdul en la despedida, me contó que le había dicho: “tu hombre tiene una imaginación peligrosa”, a lo que ella contestó, “a mi me lo vas a contar”. Por eso se reían.

Mientras espero a que aparezcan nuestras mochilas por la cinta transportadora del aeropuerto de Bilbao, pienso en nuestros amigos nómadas y deseo que hayan sabido gestionar bien la ficción de sus canciones para aliviar, de alguna forma, la soledad que les demanda el desierto.      


jueves, 16 de agosto de 2012

UN CAMBIO DE CIENTO OCHENTA GRADOS

No te sorprendió cuando os informaron en una reunión de trabajo sobre la existencia de una lista de al menos cuarenta y tres trabajadores, de diferentes especialidades y categorías, que dejaríais de formar parte de la empresa. Varios ERES. Era el principio de que las cosas no iban bien. En los últimos cinco meses el aliento estaba abatido, se te hizo cuesta arriba presentarte cada día en tu lugar de trabajo, no sabías si te remunerarían el sueldo entero o parcialmente y esperaste, como si de migajas se tratase, que al menos te pagaran algo cada mes.

Respiraste hondo y mentalmente la calculadora se puso en marcha cuando supiste que percibirías la mitad del salario. Con una sonrisa triste dejaste caer los hombros que sin darte cuenta los tenías erguidos a consecuencia de una tensión involuntaria y pensaste... “¡Dios!. Mi ánimo está condicionado por el desconsuelo”. ¡Durante cinco meses la misma sensación, la misma angustia!. Cada vez que hubo una asamblea, sacaste las uñas como si fueras una leona luchando por el bocado de tus crías. Intentabas que comprendieran no sólo tu situación, también la de tus compañeros y como tú, algunos/as también alzaron la voz. Aunque de poco sirvió
No te extrañó que tu nombre, estuviese en aquella lista, destinada a que todos los que perteneciesen a ella, pasasen a formar parte de la empresa más grande de nuestro país, la INEM.

El reloj lo dejaste encima la mesita desde que te informaron que estabas libre de las ataduras de las horas. Disfrutas del amanecer los días que el sueño se encuentra satisfecho antes de que salga el sol. Unos días te diriges caminando hacia la playa - uno de tus rincones favoritos – y contemplas el inmenso mar, dejandote acariciar tus piernas por sus espumosas olas. Otras veces, sales a pasear de la mano de Isidro, tu marido, y os paráis a contemplar pequeñas cosas que tú con las prisas no te percatabas que estaban ahí. Después de comer, disfrutáis de las charlas en una sobremesa sin fin, habláis de anécdotas, recuerdos y hacéis referencia que quizá son más suerte que desgracia los acontecimientos recientes. Al menos en estos momentos donde las circunstancias dieron la vuelta de ciento ochenta grados. Isidro te hace ver la parte positiva del momento. A pesar de todo, te encuentras muy relajada, como hace mucho tiempo no te sentías.

 El optimismo es tu determinación y disfrutas de la compañía de la persona que está a tu lado y te recuerda que... de situaciones peores salisteis. “No vive mejor el que más tiene, sino, el que menos necesita”, te dice subrayando la frase “y... nosotros necesitamos muy poco”, te sigue diciendo a la vez que te mira fijamente.

miércoles, 15 de agosto de 2012

En la Plaza Santa Clara


Valencia escribe<br>sobre...

Me había arreglado temprano. Un vestido sencillo en tonos azules y verdes que me costó mucho decidir, el pelo suelto y la pamela que reservo para ocasiones. Estoy nerviosa, Cronos iba demasiado despacio y yo, decidí esperar en el umbral  el tiempo que me sobraba. Hoy por fin iba a encontrarme con él…
Hace unos días le mandé un menaje con una mujer que visita a ratos mi barrio. Es una indigente, vive en la calle. Mi madre le ofrece pan y chorizo que agradece con amplia sonrisa. También le da unas monedas para gastar en más comida, las coge asintiendo con la cabeza. Yo no la creo. Pide tabaco, pero mi madre dejó de fumar hace tiempo. ¡Su trabajo le costó! No quiere ni olerlo. Ayer le regalé un paquete entero de cigarrillos a escondidas. Hace mucho calor y ella, huele mal. Le ofrece un vaso de vino, un poco de alcohol levanta el ánimo, musita mi madre en voz baja.
Me aproveché de ella… le pedí que en su deambular callejero buscara a Leonardo Levante, un hombre misterioso al que apenas conozco, pero que me ha tocado el corazón de una manera diferente… Creo que pasea por las callejas del centro, al atardecer. Suele vestir camisa de algodón o lino de color blanco, lleva casi siempre unas cáligas de cuero desgastado, arrastradas miles de veces por la ciudad en busca de ese detalle perdido en una fachada, en una viga, ideada con tanta traza que aguanta la carga siglo tras siglo y seguro, esconde alguna historia sórdida y sangrienta…
Le supliqué que le encontrara, que se acercara despacio para que la fuerza invisible de lo desconocido no tirara de él en sentido contrario. Le insistí que fuera en su mano donde depositara el pedazo de papel.

Te espero en la Plaza Santa Clara, el viernes, al atardecer…
Marina.

Ayer, la mujer acudió a mi casa. La reconocí más guapa, con un guiño me confirmó que el trabajo estaba hecho y cogió en complicidad el paquete que le tendí.

34. (concurso) UN VERANO CUALQUIERA


Con los ojos llenos de lágrimas, observaba a los veraneantes de agosto caminar ajetreados por debajo de su ventana. Iban cargados de sillas plegables, sombrillas, cubos, palas de plástico, colchonetas inflables, neveras llenas de refrescos  y bolsas de toallas. Desfilaban en dirección al mar con paso cansino, pero contentos y risueños. El calor plomizo les hacía moverse lentamente y con pereza.

Miranda los observaba desde su balcón sentada en su silla de ruedas y con la tristeza en los ojos. El año pasado ella también formaba parte del espectáculo. Se  echaba crema y se ponía el bikini, y cargada con la bolsa de esparto, se fundía junto a la marea humana rumbo a la playa. Ahora sólo podía observar y, acurrucada en su esquina, lloraba desconsolada por su mala suerte.

“Se les ve tan alegres”, pensaba.  Y ese pensamiento le hacía aún más desgraciada.

Cerró los ojos y se imaginó levantándose de su silla, cogiendo su bolsa y uniéndose al grupo. Se quitó las chanclas al llegar a la arena y se lanzó al  agua del mar para refrescar su piel. Nadó y buceó como una sirena; recogió conchas del fondo, acompañó a los peces en su paseo, se tumbó en la orilla a tomar el sol y a escuchar las olas del mar estrellarse en la orilla. Sintió la brisa acariciando su piel morena por el sol.  ¡Qué bien se sentía! Y todo parecía tan real.

Y, ya sin tristeza,  Miranda abrió los ojos. Había descubierto  una poderosa arma para combatir los malos momentos; su imaginación.

Holiday




domingo, 12 de agosto de 2012

33. (concurso) EL SUICIDA



Imagina que eres un importante empresario. Imagina que tienes una esposa perfecta, dos hijas preciosas y un perro con pedigrí. Imagina que vives en una amplia casa unifamiliar, con piscina, en una zona residencial con seguridad. Imagínalo. Imagina que lo tienes todo. Y ahora imagina que tu fabuloso imperio se derrumba por una vida de puterío y lujo. ¿Puedes imaginarlo?. Bien, ahora imagina la cara de tu mujer y los comentarios de tus amigos y familia si se enteraran. ¿Lo imaginas?



Manuel imaginó la vergüenza, el deterioro, la miseria y pensó que quería morir antes de vivir con aquella devastadora situación. Pero un suicidio no pagaría el seguro y eso, eso le llevó a mí.



Yo soy uno de esos hijos de puta que anda tirado por las calles, el que violaron en el reformatorio. Soy el politoxicómano de constantes ingresos en urgencias. Yo soy ese. Y con todo, nunca pensé en quitarme la vida.



Aquel burguesito  estaba tan acostumbrado a que su dinero arrodillara a sus semejantes, que ni siquiera se amedrentaba en un barrio del que huían hasta las ratas. ¡Qué cabrón!



Subo al coche y me dirijo a la urbanización. Las luces de la vivienda dicen que sus ocupantes están despiertos. Me siento junto a la puerta y espero lo inevitable, los ladridos harán que el dueño abra la puerta para reprender al can. Del empujón inicial mi viejo amigo el empresario cae de espaldas en su recibidor, mi pistola le apunta en silencio. Su mueca de sorpresa se truca en un mohín de reproche; su familia está en casa, ese no era el trato. Su inmaculada mujer se sobresalta, sus hijas se sobresaltan. Todos se sobresaltan menos yo, y es una pena, me gustaría sentirme humano.



Diles por qué invocaste a un demonio como yo. ¡Díselo o las mato!. Y el horror que modela el rictus del caído. Un segundo de duda. Dos. Tres. Y mi pistola que apunta al tembloroso trío femenino. Y Manuel comienza a balbucear, a llorar, a desarmarse, toda aquella fachada de seguridad se derrumba y su entrecortada voz empieza a desgranar una historia de vergüenza y vicio.

Me siento en el brazo del sofá y vomito mi verdad. Llevo toda mi puta vida no siendo otra cosa que un hombre salvaje, libre y vagabundo, que no es otra cosa que un marginal desecho delincuencial. Sin opción a otro tipo de vida. Hasta que un día, un ciudadano inmaculado, un ser sin mala conciencia, me dice que su mala suerte lo llevo a la ruina y que no pudiendo soportarlo decide comprarme para calmar su dolor. Señalándole con la pistola grito. “¿Qué se siente siendo una bestia?. ¿Dime?. Se siente mala conciencia, ¿verdad?. No hay dinero que compre la calma, ni el descanso. Sin embargo, hay una manera de eliminar la mala conciencia, ¿quieres que te la muestre?.

Aprieto el cañón contra mi sien y hasta me parece escuchar el chasquido del percusor...

EL BURGUESITO