martes, 31 de julio de 2012

24. (concurso) FIN DE CURSO


 por Romeo 

Me costaba fingir pero lo hacía, concentraba todos mis esfuerzos en parecer tan contento como el resto de mis compañeros. Lo contrario sería cuando menos, chocante. Acababa el curso y comenzaban las vacaciones, el verano despuntaba y como aperitivo, el sol amenizaba nuestros recreos con la calidez de sus abundantes rayos.

Las notas finales colgaban sonrisas, gritos de alegría, lágrimas o preocupación en nuestros rostros, pese a ello, el sentimiento general era de alivio. Fuese cual fuese el resultado teníamos por delante una rutina diferente.  Los profesores tampoco conseguían disimular su buen humor, en ese punto coincidíamos.

Como iba diciendo, tenía que esforzarme para mostrarme feliz y concentrarme en encontrar suficiente aire para poder respirar y, conseguir que al menos una pequeña concentración de oxigeno, nitrógeno y argón, pasara por el angosto hueco que la bola de mi dolor dejaba en mi garganta.

Me esperaba un largo verano. Interminables días de soledad. Rebuscaría entre las páginas de mis apuntes sus anotaciones sobre una frase mal construida, un verbo mal empleado, un análisis sintáctico en el que sus correcciones con su elegante caligrafía me la acercaran un poquito. Quizá lograse mantener vivo el recuerdo de los movimientos elegantes de sus manos escribiendo con agilidad en el encerado, o el de los hoyuelos que su franca sonrisa coloca junto a su boca iluminando su rostro, puede que acudiesen nítidos a mi reclamo burlando esa opacidad con la que el paso del tiempo emborrona el límpido cristal de las vivencias.

Desearía cerrar los ojos y estar en septiembre.

Ella no entiende cómo he podido suspender la última evaluación. Me llamó para hablar conmigo a solas, para ofrecerme su apoyo. Hasta me dejó su teléfono por si tengo alguna duda. No se explica qué me pasa, dice que soy uno de sus mejores alumnos. Me encantó ver un rictus de preocupación en su rostro mientras cogía entre las suyas mi mano: ¿pasa algo?, ¿tienes problemas? Mi respuesta ha sido un leve arqueo de mis cejas y un frunce en mi boca, es un gesto muy ensayado que me hace parecer adulto y me da un aire interesante y misterioso.

Ha merecido la pena el suspenso, la fecha para verla está más cerca y su número de teléfono es un tesoro que tiembla en mitad de un folio en blanco.

23. (concurso) UN DIBUJO EN LA PARED



Marcaba las rayitas sobre la pared con el cierre metálico de mi reloj. Si mis cálculos no erraban ese día comenzaba el verano. El habitáculo que ocupaba tenía una pequeña ventana en el techo que me permitía separar los días de las noches, mi reloj estaba parado, se averió cuando uno de ellos golpeó mi muñeca, así pues, las muescas sobre la pared nacían de mi único contacto con el exterior: un pedacito de cielo que yo perseguía medroso, a través del sucio cristal de mi ventana.

No podía mantenerme erguido dentro de mi zulo con vistas a las nubes, así que me tumbaba en el suelo y me colocaba boca arriba buscando retazos del mundo del que me habían arrancado. Cuando la desesperación apretaba mi garganta y me dejaba sin aire, rebuscaba entre mis recuerdos preferidos para ahuyentarla. Hoy empezaba el verano, mi estación favorita, y ni siquiera unas circunstancias tan penosas, apagarían los rayos que iluminaban mis escasas esperanzas.

En la muesca de ese día, después de hacer el palito en la pared, coloqué un sol radiante y animado continué dibujando, hice un mar y una playa con palmeras y coloqué en ella un chiringuito, después me atreví con tu toalla de motivos florares y hasta con  un esbozo de tu cuerpo tomando el sol tumbada sobre ella. No pude seguir, el extremo metálico del cierre del reloj con el que dibujaba se partió. No importaba. Ya tenía mi verano.

No hubo más rayitas en la pared, aunque el tiempo, indiferente, seguía su curso, su paso llenaba de sombras mi pedacito de cielo.

Han pasado muchos veranos desde aquel. Muchas voces amigas me instan a olvidarlo. No entienden que no quiero. Aquel verano prendido de una pared desconchada con su sol irregular y su mar descolorido, me devolvió a la vida.



Alcatraz

DEUXIÈME GYMNOPÈDIE


Joaquín Sorolla - La bata rosa (1916)

La luz que se filtra entre las rendijas del cañizo es asombrosa. Convierte los trapos de Rosiues en el perfecto vestido de novia. Claro que la tata Amparo ha hecho mucho para que las telas raídas por los ratones —o roídas por el tiempo, quién sabe— luzcan como merece su sobrina, pero aquella tarde de Poniente de julio, el sol ofrece su paleta de colores más generosa; sus rayos le dan a la víspera el esplendor que “Palleta” será incapaz de darle a su hija el domingo, no por gusto... Lent-et-triste.
     Entre puntadas y desbastes el rumor de las olas trae aromas a salitre y voces de marineros avisando que los barcos arriban llenos de mabres, mólleras y jureles. Sento está eufórico, no sólo por el número de capturas, sino por su próxima boda. Seguro que el viejo Voro le ha insinuado que su esposa irá vestida de rosa. Los aceites de las capturas ya atracadas se mezclan con la esencia de aguarrás y las acuarelas... Vaya, esa nota se me ha ido. Lent-et-triste, Lent-et-triste.
—Mal, mal, mal y trescientas mil veces, mal. Hay que empezar de nuevo. No puedes usar como blanco el propio lienzo. Si quieres mostrar el blanco, píntalo, úsalo puro. —Dice el Maestro con grandes aspavientos. El alumno, con obediente veneración, toma el pincel y lo llena de color blanco, no muy espeso, como la espuma de las olas al romper en la orilla y pensando en el otro maestro, el sordo, el de Zaragoza, el que sí dejaba trozos de lienzo por pintar como parte del lenguaje del color. El agua de azahar y el aroma a jazmín de las telas donde Rosiues y la tata hacen la última prueba, vuelve a meterlo en el lienzo y una tenue alfombra de arena se ha empeñado en cruzar la estancia...
     Paso la hoja de la partitura que me acaban de traer de Paris: À Charles Levadé. Troisieme Gymnopèdie, Eric Satie.

domingo, 29 de julio de 2012

22. (concurso) Y ya van dos...



          Este verano tocaba crucero por el Mediterráneo. Ella ya había hecho ese mismo viaje, pero después del oscuro invierno moscovita, le vendría bien recibir la luz del sol.

Estaba disfrutando de su luna de miel junto a su marido, un poco mayor para alguien tan joven, pero su inteligencia, le obligaba a despreciar a los hombres de su edad. Eran demasiado frívolos e incultos, ella admiraba la madurez, la sabiduría y la posición social que tenía Charles.

Se habían conocido en París hacía tan solo seis meses. El era un reputado marchante de arte que se codeaba con lo mejor de la alta sociedad europea. Tenía una casa magnífica en Mónaco donde se reunían los apellidos más rimbombantes que jamás hubiera soñado.

Ahora se encuentra tomando un aperitivo en la cubierta del barco mientras lee con interés una novela. Charles, aunque estaba con ella, se ha retirado al camarote. Se sentía algo fatigado y prefería el aire acondicionado al enérgico sol. Pronto sentirá fuertes palpitaciones y se verá obligado a llamar al médico. Cuando éste llegue, sólo podrá certificar su muerte.

Ella estaba cada vez más segura de que el fármaco, correctamente utilizado, no dejaba huella alguna. Esta vez también había pedido una botella de vino. Su sabor enmascaraba a la perfección el gustillo de la píldora que ella misma había pulverizado concienzudamente. A Sergey le había pasado exactamente igual.

Levantó la cabeza del libro. El capitán venía a comunicarle la triste noticia. Sus ojos se llenaron de lágrimas: “Aunque padecía del corazón… ¡se encontraba tan bien! Estaba tan relajado, tan feliz. No podía entenderlo”.

Después de los preparativos se vistió de negro. Dejó de frecuentar la piscina y la cubierta y se encerró en su lujoso camarote. Rebuscó entre los objetos personales de Charles hasta dar con su agenda. Allí estaban todos, por orden alfabético. Les comunicaría personalmente el fallecimiento de su admirado esposo y durante el funeral se dejaría consolar por…Henry.

SISTER JANE

viernes, 27 de julio de 2012

21. (concurso) UN LUNES DE FINALES DE AGOSTO



Vivía en un país anestesiado, enganchado a la droga del pan y del circo. Aquel verano el viento arrastró el humo del opio de unas Olimpiadas, una Exposición Universal, una capital cultural. Yo, la voz que os narra desde un futuro aún más alucinado, tenía entonces quince años y despertaba a la vida y al amor por los libros, a la soledad de los cuartos de baño, al acné mal disimulado y a todo tipo de complejos.



Firmé un pacto no escrito con mi madre por el cual cada lunes ella me daría dinero para comprar un libro. Una nueva librería abrió sus puertas en la ciudad y yo, débil con el papel impreso y las chicas de grandes ojos, sucumbí a los cantos de sirena de sus estanterías y lamenté, como no podía ser de otra manera, que la hermosa dueña de aquel paraíso no tuviera una hija de mi edad a la que le gustaran las historias de robots de Isaac Asimov y supiera besar bien.



Un lunes de finales de Agosto volví a recorrer la distancia que separaba mi casa de la librería Cervantes. Entré, saludé a Pilar y me perdí entre los libros de ciencia ficción. Pasé el dedo por el lomo de los libros, mientras repetía mentalmente los títulos y me daba cuenta, para mi horror, que ya los había leído todos. Miré a Pilar con el rostro descompuesto. Es hora de crecer, chico, me dijo la buena de Pilar mientras señalaba una estantería a la que jamás me había acercado. Con el miedo y las ansias de quien está a punto de perder la virginidad o la vida, me acerqué a esa nueva zona. Veinte minutos más tarde volvía a recorrer la distancia que separaba la librería Cervantes de mi casa, acompañado por un libro que me cambiaría para siempre.



Ese mismo lunes de finales de Agosto, cuando las estrellas y una enorme luna se apoderaron del cielo, el televisor del comedor escupió las imágenes de un edificio envuelto en llamas. La cara de horror de la gente parecía querer traspasar la pantalla que nos separaba de aquel mundo que no era el nuestro. Miré a mi padre suplicándole, como siempre, una respuesta para aquello que no era capaz de entender. Mi padre se limitó a hacer lo único que podía en esos momentos, describirme lo que estaba sucediendo:



-        Es la Biblioteca Nacional de Sarajevo. El ejército serbio-bosnio ha concentrado todo el fuego de su artillería en ese único edificio. Miles y miles de libros perdidos...para siempre...



Esa noche no pude dormir. Tumbado en la cama, con el libro que esa misma mañana había comprado apretado contra mi pecho, lloré por cada uno de los libros que jamás serían leídos por los jóvenes de aquella tierra en guerra. Mientras, mi país celebraba un nuevo triunfo de uno sus atletas en las Olimpiadas.



JAY GATSBY

20. (concurso) CAMPEON



Me llamo William de Goiz- Almez. Soy hijo de Kevin y Faida de Goiz- Almez. Con un mes de edad ya me auguraban un futuro brillante en el mundo de la competición: lo llevaba en los genes.

Falsa modestia aparte, es cierto que todavía hoy conservo un físico notable y una hermosa y suave mata de pelo capaz de hacer enfermar de envidia a la mismísima Anita Obregón. Recibí la más exquisita educación que el dinero pueda pagar, impartida por los mejores tutores privados del país.

Desde muy joven destaqué en certámenes y pasarelas de belleza, como era de esperar. Mis padres adoptivos, muy orgullosos de mis éxitos, tuvieron que comprarme una vitrina especial para los diplomas, trofeos y medallas que iba consiguiendo cada año. Uno por uno, los países de Europa iban cayendo a mis bien peinadas patas…

Y entonces, un día de verano lleno luz y atrayentes olores, llegó ella…

Cuando la vi por primera vez, no me pareció gran cosa: menuda y morena, con sus doce desarticulados años, toda codos y rodillas. Me acerqué a olerla, más que nada, por cortesía. Traía equipaje y deduje que venía a quedarse.

En lugar de decirme algo bonito y darme la caricia acostumbrada en estos casos, la niña soltó su maleta, se arrodilló a mi lado, me abrazó y apretó la cara contra mi cuello.

Me golpeó la ola de angustia que emanaba de ella. Me pareció increíble viniendo de un ser tan pequeño y delgado. Me liberé del abrazo para mirarla a la cara. Sus ojos eran enormes, negros y líquidos como dos pozos de agua de los que brotaba una profunda desesperación.

No sabía qué le pasaba a aquella muchacha, pero sentí su dolor como si fuera mío. Tenía que aliviarlo como fuera, era imposible aguantarlo por mucho tiempo…

No recuerdo bien qué pasó, pero sí el sabor salado de sus lágrimas en mi lengua y su piel, muy pálida y suave. También las voces de mis padres adoptivos, sus tíos, sollozos bajitos y quejidos inarticulados, puede que míos, puede que de mi niña.             

Pues en mi niña se convirtió desde el momento en que me sonrió con aquellos ojos llorosos, y mi niña será mientras me quede vida.

Soy William de Goiz- Almez, un Yorkshire Terrier  de raza y abolengo. Y había ganado, en mi juventud, más premios a la belleza que ningún otro perro de mi raza.

Pero los concursos, por mucho que me halagaban el ego, dejaban mi alma vacía. ¡Yo soy mucho más que un adorno!

Fui el único capaz de hacer sonreír a una niña cuyos padres murieron en el mar y, desde entonces, aunque hayan pasado años, soy el único al que cuenta todos sus secretos.

Por la mañana desayunamos juntos y me quedo esperando a que vuelva de clase. Compartimos las tardes, y de noche me subo a su cama, nuestra cama, para llenarle los sueños de mimos y sonrisas.



Dña. Dorita San Juan de la Peña

19. (concurso) TU PRESENCIA




Siempre has estado ahí. Lo sé, lo presiento. Aunque quieras volverme loco, te encontraré.

Te busco de forma desesperada, calleja tras calleja, plazuela tras plazuela, jardín tras jardín mientras maldigo la hora en que te vi.

Recuerdo aquella calurosa tarde de agosto, naufrago por las calles de la judería, justo al desembocar del callejón del agua, tu mirada se cruzó con la mía. Te deslizabas entre turistas acalorados y me parecías ajena al lugar, como si la escena en que te encontrabas no fuese tu sitio, tu época o tu dimensión,  pero cuánta magia irradiaba tu errante presencia.

 Maldita la hora en que tus ojos se posaron sobre los míos, maldita la hora en que me sonreíste, maldita la hora en que me enamoré de la orbita de tus pupilas, de los bucles de tu cabello, de las curvas de tu cuerpo, de tu sonrisa embrujada…maldita la hora en que me robaste el alma.

Fui hacia ti. Desapareciste.

Desde entonces te busco desesperadamente esquina tras esquina, naranjo tras naranjo, escruto cada celosía y balcón siguiendo tu aroma de azahar, buscando algún rastro perdido que me lleve hacia ti.

Hace mucho calor y me cuesta respirar, las gotas de sudor empapan mi piel y los rayos del sol ardiente me queman como ascuas de carbón. Me derrito. Maldito verano. Maldito sol.

Dicen que ya no soy el mismo, que parezco un alma errante, que mis ojos no tienen vida…yo guardo silencio, recordando el día en que me arrebataste la sonrisa.

El agua de la fuente refleja tu rostro, tus finas cejas, tu piel blanquecina, tu pelo rojizo, entonces deseo besarte y hundo mi cabeza en el agua deseando unir tus labios a los míos, te busco bajo ella hasta ahogarme –bendita muerte si me estrechas entre tus brazos apartándome de este sufrimiento-.

Me toman por loco, de locos es andar por calles ardientes a horas que derriten el cerebro; pero no lo niego, es cierto que estoy loco, loco por ti, por tu mirada, por tu extraña magia.

 Te veo. Te deslizas como una nube entre la gente que parece no percibir tu presencia, entonces pienso que todo es una alucinación que se difumina cuando corro hacia ti alzando mis brazos para tomarte.

 Te temo y te amo a la vez; absorbes mi aliento, me arrancas suspiros, engulles mi fuerza.

Dicen que tengo “mal de ojo”, que una sombra me ha arrebatado el alma; hay quien dice que me ha dado demasiado el sol.

De todo ello me río porque sé que existes y te ocultas entre estas calles, sé que me observas  cada momento esperando la ocasión para martirizarme con tu presencia mientras disfrutas de este juego en que me has atrapado robando mi esencia como trofeo.

La gente se ríe de mi angustia, pero yo pienso que son ellos los dignos de risa porque no conocen amor tan salvaje, tan atroz, tan intenso.

Aunque quieras volverme loco sé que daré contigo. Siempre has estado ahí. Lo sé, lo presiento…





ALBARRAZ




18. (concurso) CHICAS DE CARRETERA




Agosto. Un día más. Un día como otro cualquiera. Qué más da si es lunes, miércoles o domingo. Su rutina siempre es la misma.

Debe ocupar su lugar junto a esa vieja silla de plástico, descolorida y sucia, en mitad de una carretera que lleva a la costa.

El sol lanza sus rayos sobre ella sin justicia, tatuando su piel de manchas de colores tostados.

Protege la amargura de sus ojos apagados detrás de unas gafas oscuras, mientras observa el ir y venir incesante de caras alegres tras los cristales de coches y caravanas. De vez en cuando le llega el fugaz sonido de alguna melodía veraniega, confundido entre  risas y gritos infantiles.

Agarra el borde de su vestido rosa fucsia y tira hacia abajo intentando cubrir su dignidad mientras piensa en su hijo y una mueca de angustia se dibuja en su rostro. Piensa en el día en que le dijo que le llevaría a la playa. Llenarían su mochila de bocadillos, fruta y agua fría. Él, de postre, pediría un helado de chocolate y ella de fresa y nata y se sentarían en la arena, a la orilla del mar, a relamerse los labios mientras las olas jugarían a esconder sus pies bajo el agua y la arena.

El claxon de un coche y un grito que no acierta a entender la devuelven a su cruda realidad. Ha aprendido a esquivar las miradas de asco y los gestos de reproche que algunos rostros clavan en ella, pero no consigue acostumbrarse a los insultos.

Recuerdos de infancia acuden entonces a ella y la llenan de incómoda nostalgia. Se pone de pie, intentando aliviar a su mente de los remordimientos que la atacan sin piedad. Piensa en  aquellos días en que despertaron en ella los celos de la primera adolescencia. El estallido de sentimientos confusos, del querer ser alguien, destacar entre las demás; el afán de aparentar y dejarse ver entre los chicos… ser popular. Pero ella y sus amigas no lo consiguieron.

Los chicos no las invitaban a salir. No las llevaban a dar vueltas en aquellas ruidosas motos ni les susurraban al oído palabras que no entenderían pero que las harían sentirse importantes. Y entonces, ella y sus amigas tachaban de frescas y fulanas a aquellas compañeras de clase que podían darse el lujo de elegir los chicos con los que querían salir. Ensuciaban sus nombres con rabia inventando mentiras sobre lo que hacían cuando se quedaban solas en casa o cuando no asistían a clase. Insultaban sin saber el significado de las palabras que usaban para definirlas y ahora…

Con un nudo en la garganta, intentando sonreír y mordiéndose los labios para que las lágrimas que asoman a sus ojos no le estropeen el maquillaje,  busca una botella de agua entre las bolsas que tiene a sus pies.

El primer cliente del día la espera.



SODADE


jueves, 26 de julio de 2012

17. (concurso) NUBES BLANCAS, NUBES NEGRAS


Tumbados en la hierba. Los brazos extendidos tocándonos los dedos, las miradas inquietas. Los tres soñábamos que volábamos. Voces, muchas voces llamando  a otras. Voces hablando de todo y de nada. El sonido del agua del lavadero que se diluía en los golpes de la ropa sobre los pilones. Cestas de ropa que se vaciaban y se sembraban al clareo convirtiendo el verano en un invierno blanco y sin frío. Tumbados en la hierba fresca, olor a tierra y fruta, a juegos sin prisas, olor a siega y centeno. Un jilguero se posaba en el suelo y parecía preguntarse qué éramos, que hacíamos. Acaso ¿comíamos gusanos bien gordos o escarabajos perdidos, sin dueño?. Tú, tú siempre comenzabas de pronto.

- ¡Mirad, mirad, un perro! – gritabas mientras Luciano y yo nos levantábamos del suelo asustados girando nuestras cabezas a todos los rincones. Una gran carcajada soltabas entonces señalando  con el dedo el cielo.

- Allí, allí. Pero, pero ya es tarde, ya no es un perro. ¡Es un cerdo! –

Una  nube caminaba sobre nuestras cabezas disfrazándose a cada paso, jugando a ser lo que no era.

- No veo un cerdo. Es un pollo, no, un pato, es un pato, mirad el pico, el cuello… Mirad aquella, parece, parece el tío Pedro – decías tú, Luciano, ¿ te acuerdas?, una nube con chepa, no puede ser otro que el tío Pedro.

Siempre juntos. Raquel, Luciano y Nieves. Y en el medio de los juegos de aquel verano una gran nube negra se fue acercando al pueblo. Una gota, un rayo, un gran trueno. Un chaparrón de ira convirtió entonces la blanca ropa en sombras, el verano en invierno, el calor en fuego, el frío en muerte, la fresca hierba en ortigas, los sueños en pesadillas, las alegrías en miedos. Todos nos refugiamos en pajares de abuelos, en manos que tapaban ojos y contaban cuentos. En el medio del juego de pronto se marchó el verano de la mano del trueno. Aquel verano nosotros, unos niños, nos volvimos tan viejos…

Y ahora, aquí estamos, los tres de nuevo, tumbados en estas hamacas en aquellos mismos campos jugando de nuevo  a ver como en el cielo pasan las nubes regalándonos formas, algunas exactamente iguales, otras tan distintas que ni nuestra imaginación se atrevió nunca a imaginar ni en sueños  ¿Cuántos años hace… 70?

- 76, Raquel, yo tenía diez en aquel Julio, en aquel verano del 36 – dijo Nieves mientras sujetaba con fuerza a su nieto Ismael que señalaba el cielo con su dedo.

- Yeya, ¡mira, mira un móvil y allí, un coche formula uno y una cometa!

- Vaya, vaya, un móvil. ¿Sabes que nunca de pequeña vi un móvil en una nube ni un coche ni  tan siquiera un dinosaurio?, pero cometas, muchísimas cometas y perros y gatos y tios Pedros con chepa – contestaba Nieves mientras Luciano y Raquel reían. Un largo suspiro y un silencio convirtió las nubes en palomas blancas y el futuro en esperanza sin miedo.

VICENZO DELATORRE

miércoles, 25 de julio de 2012

16. (CONCURSO) BLANCA GAVIOTA DE TINTA


BLANCA GAVIOTA DE TINTA



Era un primero de la calle Patricio Pérez; edificio de cuatro plantas y dos pisos por nivel. La vivienda era grande, con cuatro habitaciones distribuidas a lo largo de un amplio pasillo que casi parecía perderse en el horizonte. Y era verano. La televisión local retransmitió por primera vez el Certamen Internacional de Habaneras y mis padres, creo yo que con buen criterio, decidieron darme patente de corso para acostarme más tarde y así poder disfrutar de la competición coral. La habanera obligatoria era “Blanca gaviota” Durante seis días mi hermana y yo escuchamos esa canción cuatro veces por día, lo que multiplicado por los seis días de competición hace un total de... ¡veinticuatro veces en apenas una semana! Finalmente éramos capaces de interpretarla a dúo:



ELLA: Rooosaaaa Maríiiiaaaaa

YO: Pedro Manueeeeel

ELLA: Veinte años eeellaaaaa

YO: Él vein-ti-treees

ÁMBOS: Blanca gavioootaaa que vueeeelaaaas...



El Certamen comenzaba a las once de la noche. Mi madre, siguiendo la receta de mi abuela Gertrudis, preparaba una deliciosa horchata de almendras, que tomábamos todos arremolinados en el televisor. Un día actuó un coro de Asturias, de la cuenca minera, y salieron vestidos con sus uniformes de trabajo y con sus cascos mineros. El escenario quedó a oscuras y entonces aquellos hombres encendieron las luces de sus cascos. El efecto que aquella imagen produjo en mí fue inmenso: era como ver cantar a las estrellas del cielo.



Cuando ya terminaba la retransmisión, mi madre nos mandaba a la cama. Aquel verano yo dormía en la misma habitación que mi hermana. En una de las estanterías que tenía sobre mi cabeza una sucesión de botellitas de Moscatel aguardaban nuestro saqueo. Conseguíamos esas botellas en las tardes de feria, disparando con las escopetas de perdigones. Mi madre nos dejó tenerlas en nuestro cuarto a condición de que no bebiéramos ni un solo trago. Mi hermana robó un alfiler de la caja de costura de mi abuela y agujereamos varios tapones del dulce néctar. Sí, también recuerdo que aquel verano dormimos como lirones, y que las botellas fueron bajando de nivel durante los meses de Julio y Agosto. Menos mal que yo siempre tuve buena puntería.



Nuevos licores y nuevas sonrisas invaden nuestras vidas. El tiempo nos va marcando, como a las reses del ganado de John Wayne en Río Rojo. No sé cuánto queda de nosotros de aquel verano, de aquellos vasos de horchata de almendras, de aquellas viejas y destartaladas escopetas de perdigones de la feria, del alfiler hurtado de la caja de costura de la abuela Gertrudis, de los tebeos de Esther que leía mi hermana y de los tebeos de Mytek que yo devoraba. Pero hay algo de lo que sí estoy seguro: cada vez que recorro el  pasillo de casa con mi hija en los brazos y el suave vaivén de una habanera asoma en mis labios, una gaviota de tinta alza el vuelo, iluminando los trazos más oscuros de mi alma.

JEREMIAH DIXON

martes, 24 de julio de 2012

15. ( concurso ) El sonido de las olas


Es hipnótico. El sonido del mar enmudece mi “run run”. Saboreo el café, degusto la tostada y sigo con mis sentidos aletargados, mecidos al compás del sonido de las olas.

Son las ocho de la mañana. El periódico descansa en mi regazo. Solo leo noticias aterradoras y el miedo quiere invadir mi paz. No le permito entrar en mi cueva, donde anidan mis deseos. Y una sonrisa se dibuja en mi rostro moreno.

Escribo un poema en la servilleta de papel, bajo el membrete del hotel donde me hospedo. Mis recuerdos vuelan al compás del ruido del mar.

Solo una nota esta mañana al pie de mi gélida cama de hostal:

“Te echaré de menos. Recuérdame con el sonido de las olas. No me olvides nunca”.

El mar adormece mi dolor, lo acuna y lo convierte en un recuerdo amable, en un suave placer que me recorre las entrañas y eriza mi piel.


Niña Pastori


14. ( concurso) Una situación absurda





Hambriento como un lobo y con la camisa pegada a la espalda por el calor llego a mi casa. El pastoso y áspero polvo de verano mezclado con el sudor me obliga a una ducha rápida. Aquí, en Kazán me gustaría ver hoy a los sabiondos internacionales que aseguran que éste es un país frio…

Con el pelo mojado y las tripas rugiendo entro en la cocina y caliento rápido la sopa.

Abro el cajón del pan y ¿qué me encuentro?: ¡otra vez la vecina!

Mi apetito huye siendo reemplazado por una sensación de angustia en la boca del estómago. Mi plato de borsh, tan apetitoso hace unos momentos, ha perdido todo su encanto. El rojo sabroso de la remolacha se ha convertido en un rojo asqueroso de sangre corrompida.

Cojo la cajita de cartón marrón, ya algo mugrienta, que encierra los exiguos restos mortales de Nadia y la pongo encima de la mesa, entre el plato del borsh y la cazuela con el riquísimo guiso que Raísa me ha dejado para el almuerzo.

Me quedo mirando el macabro bodegón durante un buen rato, tratando de asumir el mensaje, que, en sí mismo, resulta clarísimo: mi mujer está harta de tener en su casa las cenizas de nuestra vecina y quiere que se las devuelva a su viudo… o me deja sin comer.

El problema está en que le prometí a mi buen amigo y vecino Nikanor guardárselas un par de meses. Sólo hasta que él pueda encontrar tiempo para darle cristiana sepultura.

¿Podré aguantar sin comer un mes y medio?


Halcón








lunes, 23 de julio de 2012

UNA ESTAMPA -O RETRATO- DE VERANO

Divertir, no entretener; que para eso está la televisión. Estaba reflexionando sobre los elementos naturales, cotidianos y cercanos, que pudieran servir para entretenerse en aquel verano de mes de junio infame, de julio de juzgado de guardia y más que probable agosto penitenciario, cuando la melodía de fondo que bostezaba el transistor empezó a hacerse más notable en el ambiente:

"El azul del mar inunda mis ojos,

El aroma de las flores me envuelve,

Contra las rocas se estrellan mis enojos,

Y así toda esperanza me devuelve..."

El paso de nubes con forma de islas; las olas rompiendo en la orilla con agonía las unas, con fuerza las otras, pero todas muriendo cuando tocan la arena; el desfile infinito de carnes trémulas embutidas en pieles soasadas; Coppini convirtiéndose en maricón de playa y esa sensación de plenitud pulmonar que sólo el salitre del mar puede aportar a un adicto al tabaco.

Me hubiera gustado contar que sus miradas se enzarzaron en un eterno abrazo de deseo en el instante que se cruzó con la morena de los ojos verdes cuando paseaba por la orilla del mar, pero no fue así —¿qué no tenía los ojos verdes? Vete tú a saber en qué se estaría fijando para no recordar sus ojos—.

O que salvó el flotador —pegote de plástico transformado en foca amarilla— del niño cabezón que se dedicaba a espolvorear de arena a todos los que estaban a su alrededor; de las corrientes marinas, pero creo que no sabe nadar. Aunque hubiera sabido nunca se mete de cuerpo entero en un agua que no tenga treinta grados exactos de temperatura, y la de aquel día estaba a veintiocho así que, ¡chaval!, dile a tu papá que vaya rascándose la billetera para comprarte otro... ¿que no tienes papá? Nada, nada, para Navidades le pides uno a los Reyes Magos.

No, no, espera, espera... Os diría que sacó la guitarra y, junto con otros dos músicos espontáneos con una nevera portátil como cajón de ritmos y una botella de Bezoya como instrumento de viento montaron un sarao —el sarao del verano— donde todo el mundo bailaba y cantaba canciones de Camela y de Luís Aguilé, pero no, no fue así porque no tenía guitarra, y aunque la tuviera no la tocaría porque no tenía oído, l-i-t-e-r-a-l-m-e-n-t-e no tenía oído, ni oreja, se la llevó un perro cuando era niño, y con ella el sentido del ritmo.

     Ahora bien, lo que sí puedo contar es que el verano, ante todo, existe para mantener una reflexión constante, es decir, para tener un eterno diálogo con el otro, con el eterno femenino, el mismo que te saluda todas las mañanas cuando te miras en el espejo. En ese eterno diálogo especular —de efímera vanidad— tratamos de entretenernos, de divertirnos y, por consiguiente, de entretener y divertir a todos los demás. El problema está en saber cristalizarlo en una legible, cuidada y perfecta escritura, ¡cómo no!... Un retrato del “dolce fare niente” en verano.

El viaje


Valencia escribe<br>sobre...

¿Cuánto tiempo ahorrando dinero y ganas? Mucho, demasiado quizá… pero aquel viaje era toda mi obsesión. Trabajé en lo mío, trabajé con ahínco en lo que me era  ajeno, me esforcé para no gastar en lo prescindible, para ir metiendo poco a poco el sobrante de lo cotidiano en una lata que no podía abrir sin romperla. No quería romperla hasta que rebosara. ¿Cómo olvidar la promesa que me hice hace tiempo? cuando mi trenza era chica y mi corazón soñaba viendo una y diez veces “Titanic”.
Ahora estoy aquí, en la cubierta de un gran barco, dejándome mecer por el vaivén del mar y el relajo que me produce la brisa rodeándome sin vergüenza. Me he llevado lo justo: ropa ligera, un libro, mi diario y el placer de mi hazaña para sembrarla en el mar.
Camarote individual, exterior, comidas en la terraza de proa, mantel de tela y vino en copa grande; lo había visto tantas veces en mis trabajos extra y siempre eran los demás quienes cogían la copa desde el píe, y con elegancia la levantaban despacio hasta elevarla a la altura de los labios…Ahora soy yo, María, quien protagoniza con naturalidad este almuerzo acomodado en un delirio.

13. (concurso) Un paseo urbano




Vacío está el verano cuando no importa que sea otoño, primavera o invierno. Vacío siento el cuerpo cuando danza entorno a un agujero que se nutre del bullicio de otros veranos que se agotaron.

Mi vacío ha succionada el gusto por los vestidos cortos, sin mangas; los escotes atrevidos, sugerentes; el color de piel dorado en una carrera que  deja sin resuello. Me doy licencia para renunciar a todo ello sin nostalgia.

Mi vacío veraniego me acompaña, me lleva hasta la convicción de que la media manga es lo conveniente, asumiendo como mía la idea de que lo holgado sustituya a lo ceñido formando un vacío cómodo.

Mi vacío se llena con el placer del calor bordeándome la cintura, envolviendo mi cuerpo en una segunda piel húmeda, incómoda y con ganas; suspiro porque me acaricien los oídos sones con timbre eventual, sugerente; con pequeños paseos urbanos buscando la sombra bajo los balcones de calles estrechas y solitarias.

Mi vacío brota de la soledad de una terraza y una cerveza, de la pereza de tener que estar alegre porque es verano, pero, adoro la luz, el sol y esos días interminables en los que el reloj es un mero abalorio.



Pablo Guillén

domingo, 22 de julio de 2012

12. (concurso) UNA AVENTURA, QUE ME PERTENECE

Hoy me propongo acometer el día con buenos propósitos y necesito esta soledad matutina con la que intento enredarme. Miro al cielo y lo veo libre de las telarañas de nubes que presentaba el día anterior. El sol hace esfuerzos por desplegar sus rayos y recobrar la vitalidad que la noche le ha sisado por unas horas. Fuera, los silencios rompen su sueño con los primeros ruidos del devenir de la vida.
Cuelgo la mochila a la espalda; en ella llevo lo imprescindible para socorrer hambre y  sed. También me acompaño de un buen libro y una libreta de notas para, cuando el cansancio asome en mi cuerpo, buscar una sombra al plácido descanso y poder tener el goce de alegrar el espíritu con una buena lectura o... escribir mis sueños, unos sueños que nadie podrá quitarme. Con ellos vivo porque son mi esperanza. Ellos alimentan la sensibilidad y la razón, que se ponen de acuerdo al sacudir delicados enojos, que brotan espontáneamente de un interior desilusionado y cansado por los errores, tan evidentes, provocados por la dejadez del hombre.
Camino con la única compañía de mis pensamientos, aunque intento no ofuscarme en reflexiones transcendentales que amarguen esta aventura que, se me antoja, me pertenece. Poco a poco, me adentro en el corazón de lo que he venido a visitar. Un hermoso paisaje natural, donde las leyendas y mitos que encierran sus bosques, convierten a este lugar en mágico y misterioso.
Me acomodo bajo un majestuoso árbol (Eleagnus Angustifolia) cuyo nombre hace referencia al jardín del Edén: El Paraíso. El aroma de sus flores me recuerda a una mezcla de miel y aceite que mi madre me preparaba de niña, llevándome a una infancia despreocupada y feliz.
Las horas, ajenas a todo lo que les rodea, marcan su ritmo para no quedarse atrás. No tengo prisa pero debo partir. Según me alejo, saboreo los últimos momentos de tranquilidad y despreocupación, hasta volver a la realidad de este mundo. Un mundo donde la inestabilidad, inquietud y desasosiego nos acompañan.

 SOLEDAD


jueves, 19 de julio de 2012

11. (Concurso) EL TAMAÑO SÍ IMPORTA





Desde mi más tierna infancia siempre me has acompañado. Has crecido conmigo. En verano era cuando más me daba cuenta de tu incondicional presencia. Daba por hecho que seguirías siendome fiel toda la vida. Me sentía afortunada cada vez que alguien  piropeaba tu seductora perfección, tu línea escultural. Estaba orgullosa cuando te movías, saltabas, brincabas y hacías figuras al ritmo de la música,  que animaba las verbenas de las fiestas de la Virgen de Agosto, y tú te convertías en el centro de todas las miradas.

Evoco con nostalgia nuestros días de playa, la lindura de tu talle, tu piel bronceándose poco a poco, tu envidiable tamaño. Nos tendíamos en la arena recibiendo las caricias de los rayos solares y nos sumergíamos felices en las tibias aguas del Mediterráneo.

Ahora te he perdido. Aún no puedo explicármelo. Sí, ya sé que las causas han sido mis continuos deslices, yerros y desatinos. No sé qué podría hacer para recuperarte. Pienso en ti día y noche, eres la protagonista de todos mis sueños.

Quiero recuperarte, quiero reconquistar los sesenta centímetros de mi hermosa cintura arruinados por culpa de mis excesos. Prometo no volver a probar los dulces, los arroces, las pastas y los quesos pero vuelve, por favor, no puedo vivir sin ti.  

María Molla  

10. (concurso) Laura y Ramón



Laura y Ramón son amantes. Laura no es la querida de Ramón ni Ramón el querido de Laura, sencillamente están enamorados.

Se conocieron cuando se estrenó el verano, se miraron y un arrollador tornado les envolvió hasta depositarlos en el séptimo cielo. En este momento vagan sin sosiego entre la ausencia y lo furtivo.

Laura tiene tres hijos y un marido ciego de amor por ella, pelean sus batallas como auténticos soldados en una guerra.

Ella consume el día esperando una señal, el pálpito que le indique que Ramón no está lejos, que la evoca con la mirada y la desea desde el alma. El calor es agobiante y su mundo se tambalea. Hace unas noches habló con su marido, en la cocina, de pie, de cualquier manera y sin demasiadas explicaciones. No se puede contar algo a quién no quiere saber.

Ramón, vive y sufre el asedio de su familia, su ingenua conciencia le obligó a confesar a todos lo que le ocurría a su corazón. Hábil, despreocupado y con promesas de papel ha conseguido esquivar todos los frentes… Ramón tiene dos crías y una mujer con porte y aires de matrona eficiente.

Sus encuentros son rápidos, apasionados, alimentados por misivas escritas en papeles toscos e improvisados… Tienen sus códigos, sus símbolos y sobre todo, tienen las ganas siempre a punto. Laura y Ramón se aman, viven su milagro en un camino de tierra perdido junto al río.





Luna




miércoles, 18 de julio de 2012

9. (concurso) "Hasta siempre"

  

 

Ese abrazo duró algunos segundos más que los del resto del grupo pero nadie más aparte de los protagonistas de esta historia lo advirtió. Querían separarse y actuar con normalidad, eso era lo más sensato y lo que tenían previsto hacer. Seguir fingiendo que no eran más que dos viejos amigos que se habían reencontrado después de mucho tiempo. Dos amigos que habían compartido junto a sus parejas unas vacaciones inolvidables. Pero qué sabe el corazón de mentiras ni de planes absurdos o qué sabe el corazón de normas o estados civiles…

Para ellos aquel abrazo fue la agonía de aquel verano y también de su historia de amor clandestina.

 

Violeta

Cómplices



Al llegar a la orilla me sorprendí. Alguien se me había adelantado: en vez de la superficie crujiente y lisa de cada mañana, me encontré con un corazón dibujado en la arena. Me acerqué y sonreí. A su lado, tracé el mío con la siguiente leyenda:

“Y yo a ti.”    

martes, 17 de julio de 2012

El rito


Valencia escribe<br>sobre...

Todos los años acudo al lugar en el que te abandoné para siempre, a esa playa que tragó tus cenizas sin rechistar y que nunca vomitó ni el más pequeño de tus pedazos… Voy y dejo mi corazón tatuado con los dedos en el mismo punto en que derramé tímidamente, hace tres años, parte de mi vida con la tuya entera; alimento la esperanza de que esa espiral casi invisible que corona ese punto, me transporte rápido, me lleve, me devuelva lo que es sólo mío.

Una luna gorda


Lunes por la mañana, el sol acaricia con ternura el rostro de las chicas de la peluquería, supermercado, pastelería… Todos los días se apiñan en el soportal de una calle céntrica de Huesca, sin compromiso ni ataduras, almuerzan en el café de la esquina sobre las once de la mañana. Es el Bar de Manolo.
Hoy hace un día espléndido, la luz de mayo es brillante y huele a verano. El primer madrugón de la semana ha hecho mella en sus ojos, en sus torneadas piernas, en sus jóvenes brazos, sin duda, un corsé de plomo se ciñe sin piedad en los cuerpos de estas muchachas…
Esta mañana Manolo no les ha servido café ni bollería… solo refrescos y silencio… ninguna tiene ánimo para contar nada, para presumir de nada… Anoche salieron de verbena, bailaron y se divirtieron, mucho vino y cacahuates. Una de ellas se atrevió con el anís… y hoy todas, tras una apariencia feliz e ingenua, sostienen el cuerpo castigado y la conciencia pesada.
¿Qué ocurrió con aquél  grupo de chicos? Se arrimaron sin remilgos, con ese punto canalla que tienen algunos hombres que nos gusta tanto a las mujeres… tras acabar la música, todos se trasladaron al río sin más bombilla que una luna gorda, descarada y fisgona. ¿Qué vivieron en ese lugar? No hay comentarios…