viernes, 29 de junio de 2012

SUCEDIO EN EL ANDEN





       Caminamos hacia  la estación cogidos de la mano. El llevaba mi maleta, yo llevaba mi bolso cargado de regalos. Consulté mi billete y nos acercamos al vagón señalado en él. Subió conmigo para ayudarme con el equipaje pero un empleado le obligó a bajar al andén. Nos miramos a los ojos como si fuera la última vez.

Acomodada en mi asiento le busqué entre el gentío. No sin dificultades llegó hasta la ventanilla donde yo le tendía mis brazos. Aún tuvimos tiempo de permanecer unos minutos diciéndonos boberías e inventando nuestro próximo encuentro.

Lentamente el tren emprendió la marcha. Parecía sentirse cómplice de nuestra despedida. Nuestras manos, sin quererlo, se separaron y nuestros dedos se movieron nerviosos al sentirse zarandeados por el viento.

El sol se ponía en la estación. Fue entonces cuando vi el brillo lacerante de un objeto puntiagudo apoyado en su espalda. Mi garganta emitió un grito sofocado que se confundió con el traqueteo del tren…

Todos los días le enseño a nuestro hijo la única fotografía que llegamos a hacernos juntos durante aquellas vacaciones en Roma, donde nos conocimos.

El ojo de la cerradura


Un mensaje escueto y seco en el contestador…
- Querido, me gustaría verte hoy a última hora, tenemos que hablar… 
Ya se cansa la tarde y el día también… es el momento, estoy aquí,  te espío a través de la cerradura… no termino de ver con claridad el mundo que coadyuve en este instante al  otro lado de la puerta, la ranura es demasiado estrecha…Tengo que acercarme mucho, y es entonces, solo entonces cuando contemplo parte del  rostro de mi mujer en actitud seria, preocupada y segura… No me atrevo a entrar…
Sigo mirando a través del agujero de la puerta…y la quimera me envuelve en un desasosiego inmenso…
- Sé lo que me vas a decir y no quiero oírlo…

Carambola



Día a día asiento, pero no sonrío… 

Parapetado tras mis gafas de sol, espío cada uno de sus gestos y anoto. La libreta rebosa de apuntes en tardes como ésta que, irremisiblemente, me conducen a aquellas otras de chivas, matute y gua. Y yo, atento, espero.
  
Guardo la libreta en el bolsillo del gabán y mi mano tropieza con la pistola y las dos balas. Atribulado entre lo que veo y lo que siento, espero el momento de hacer carambola.

jueves, 28 de junio de 2012

RELATO DE MI AMIGO GUNDEMARO ACERCA DE UNA VELADA CON SU NOVIA




Tuve que salir de casa sin terminar de comer. Había quedado con María Anselma para tomar algo en su casa antes de ir a bailar, y me iba a cantar las cuarenta si llegaba tarde a nuestra cita. No fui muy prudente que digamos: siempre era conveniente, en estos casos, presentarme con el estómago bien forrado. Mi querida novia no sabía cocinar.

La saludé con mucha ilusión, animado por el olor a filete, pero me enfrié un tanto cuando vi su estado correoso y reseco. ¡Todo sea por Amor!-  me dije, y le hinqué el diente. El pobre diente no aguantó semejante prueba y se partió por la mitad. Lloré de dolor, de hambre y de pena, lloré hasta que María Anselma huyó de la cocina y se escondió en el servicio.

Iba a dejar que se quedara allí toda la noche como castigo, pero recordé a tiempo que ya había pagado las entradas de la discoteca. Así que me tomé un analgésico, la subí en mi coche y nos fuimos a bailar.

Yo seguía enfurruñado, tanto por la cena como por mi diente, a pesar de que la chica, toda mimos y atenciones, trataba de hacerme agradable el trasnochar. A eso de las tres de la madrugada, por fin, pensé: ¡Qué más da un diente más o menos si tengo una novia tan buena y cariñosa!- y decidí perdonarla. Hasta nos reímos un rato, yo de sus guisos y ella de la avidez con la que trataba de zampármelos. Amar era bonito, hacía que se te olvidara el clavo que te iba a meter el dentista.

María Anselma aprovechó mi buen humor para hablarme de la boda. Hacía cuatro años que tejía esa red al menor descuido mío. Así que decidí que era hora de despedirnos por aquella noche.

Tenía hambre y no me apetecía conducir hasta su casa. Seguro que durante el camino seguiría con el tema de casarnos. Puse cara de mareado y me quejé de dolor de cabeza.

Hice bien confiando en su buen corazón: enseguida se ofreció a volver sola e insistió en que yo tenía que ir a acostarme.

Me preocupaba que anduviera sola por aquellos andurriales tan de madrugada. Le dije que fuera en tren, y para asegurarme de que no trataría de buscar un taxi que, además, costaría un huevo, la llevé personalmente a la estación del suburbano, la metí en el vagón y la tuve cogida de las manos a través de la ventanilla mientras las puertas se cerraban.

La vi alejarse mandándome besos. Aún con todas sus manías, era la mejor mujer del mundo.




CUBISMOS

Cuando Pablo lamió la mermelada de fresa de la hoja del cuchillo, vio la mitad del rostro de Fernande reflejado sobre el perfil de aquel objeto de acero. Entonces supo que la simultaneidad de los puntos de vista era posible plasmarlos al unísono en un mismo papel. Terminó su desayuno en aquella bohardilla de mala muerte e inició un nuevo boceto.
La otra mitad del rostro de Fernande se reflejó en la manija de bronce de la puerta abierta y no miró atrás. No hubo portazo; desde hacía tiempo sabía que ese momento llegaría y que no podría  seguir formando parte de aquel proyecto... Y de su vida tampoco.

Soy facilona... soy una simple "cana..."

Surjo de la nada, entro a formar parte de una sociedad en la que casi nunca soy bien recibida ni esperada…al principio suelo ser discreta,  me confundo con el grupo…soy tímida y descarada…cuando vengo al mundo produzco una ligera sonrisa…sobre todo, si aparezco sola, luego, cuando surgimos más, todo va empeorando, nuestras vidas se convierten en un verdadero infierno…
Intento hablar con mis camaradas, con los casi iguales… les pido ayuda, les sugiero que me escondan, que me tapen toda apariencia… la mayoría de las veces no me escuchan… Sufro la ira de los que se creen superiores, de los que se sienten más importantes y distinguidos… que si son más antiguos en el ser… que si tienen más derechos porque marcan impronta… ellos, obedecen órdenes y caprichos sin reparos… ¡Yo no! Me revelo, me pongo tiesa y no renuncio a un lugar digno y natural en este mundo…
El otro día le decía a un individuo que frecuenta mi territorio: ¿por qué te empeñas en robarme la identidad? ¿Por qué permites que mi más íntima esencia se pierda entre agua que termina escapando por un tobogán en casa ajena?... no obtuve respuesta… me miró por encima del tape y de pronto, dejo de mirarme…
Me aburre ser el motivo de vergüenza del género humano más cercano,  hablan de mi  con frustración y con desgracia… me revuelve la tripas escucharles… Intento alejarme de todo eso, me tapo los oídos y me centro en buscar una solución: quizá, formar un sindicato de este sector; quizá, una asociación sin animo de lucro para defender nuestros derechos; quizá, un cambio de estructura en el sistema de valores o simplemente, una migración masiva a otra zona…lo que sí tengo claro es que tenemos que organizarnos, no dejar que dobleguen con calor nuestra voluntad… Tengo que mandar un Wassup al resto de compañeras y proponer una asamblea nocturna y clandestina. ¡Sí, eso es lo que voy hacer!

miércoles, 27 de junio de 2012

POBRE MONSIEUR LASALLE



Como cada tarde, desde hace veintidós años, Monsieur Lasalle saca a pasear su nostalgia. Encaramado a su distinguido porte, heredado de uno de sus bisabuelos, alto funcionario de la corte de Napoleón III, y junto a su inseparable bombín, pasea por los más selectos barrios de la ciudad, en los que ni siquiera se tiene conciencia de hallarse en una ciudad.

              Su rutina siempre es la misma: su pulcro trabajo en el Ministerio, en una mesa perdida dentro de una inmensa oficina, su frugal almuerzo en Chez Marie y su puntual paseo hacia los barrios altos. Aquellos que su estirpe frecuentó años atrás, según la tradición familiar transmitida de padres a hijos.

              En esas caminatas hacia el pasado, su mente recrea las historias de suntuosas fiestas en magníficos salones, cacerías multitudinarias con lo más granado de la sociedad, madrugadores duelos en defensa del honor mancillado.

Y como cada tarde, desde hace veintidós años, acaba volviendo al presente, a su pequeño apartamento de soltero, situado en el extrarradio y por el que paga más de la mitad de su sueldo, sus cenas frías al son de las melodías de su juventud, extraídas de una vieja gramola, y la soledad que se agazapa en la humedad de su cama.

              Pero hoy hay algo diferente. Tras miles de paseos por esa zona imaginando la vida de la que se siente injustamente excluido, la que se desarrolla tras esos altos e impenetrables setos, le parece vislumbrar un pequeño hueco en el tupido verde. Sin poder aguantarse, se asoma, introduciendo la cabeza con tanta mala suerte que una pelota salida de quién sabe dónde le golpea en la cara con violencia.

El impacto le deja sentado sobre el duro suelo, mareado y sangrando por la nariz, mientras su bombín se aleja rodando.

La vida no es justa -piensa Monsieur Lasalle una vez más.

martes, 26 de junio de 2012

Jugar a “gua”

  
Les acecho, les sigo la estela como buen sabueso, no extravío detalle de sus movimientos, miro, observo, lo escribo todo en un pequeño cuaderno de tapas duras y una goma que ciñe las hojas cuando quiero… Me confundo entre los juncos del lago, el mismo lago que se refleja en los cristales de la ventanilla del ten, que diariamente lleva a María hasta la ciudad y  Matías la conduce hasta él.
María es mi deseo infantil, Matías es mi amigo siempre… los tres hemos cuajado en el mismo lugar, a orillas del mismo lago… Las gruesas trenzas de María eran mi asidero a la provocación y Matías, no decía nada porque sabía que ella, en parte era mía…Asentía y sonreía cuando en la plaza se nos antojaba jugar a “gua”… recuerdo que ellos no hablaban, se miraban de reojo…
Y ahora, sufro todos los días del mismo ritual: Matías prendido de la cintura de María, el paseo hasta la estación, la llegada del tren… Ella, de puntillas, volcada siempre en la misma ventanilla, extiende tanto los brazos que tengo la sensación de que en cualquier momento, van a rozar mi mejilla, pero no, solo sostienen con firmeza sus manos, como si fuera la última despedida… y yo, me quedo agazapado, anotando a lapicero el lenguaje de sus cuerpos, de sus miradas… día a día asiento, pero no sonrío…