domingo, 29 de abril de 2012

De sabor intenso...


Las manecillas del reloj casi rozaban las 10 de la noche cuando me senté en aquella mesa de un bar de la calle mayor. Parecía que ese lunes no iba a tener final. Desde que puse el pie en el suelo esa mañana, todo había ido sucediendo al antojo de la rutina y de sus prisas. Sin tiempo para pensar ni descansar... una cosa y después otra y otra más.

Me apoyé en el respaldo de aquel banco de madera y  la cabeza en la pared, cerrando los ojos un instante y dejando a mis pies escapar, doloridos, de esos dichosos zapatos negros. Un suspiro de alivio se me escapó mientras recordaba, sonriendo,  que una conocida del trabajo me había dicho que eran “ideales”. “Estos zapatos son ideales, Carmen” creo que fueron sus palabras exactas.

Tomé la copa de tinto que me había traído el camarero y con el primer sorbo, sin saber el motivo…en ese instante a solas con mis pensamientos, su imagen vino a mi memoria y recordé sus palabras.

“Si yo fuese una bebida ¿qué sería?” me preguntó. Y yo, sonriendo, pensé que en ese instante si yo fuese un líquido estaría rebosando aún y estar dentro del recipiente más grande que nadie pudiese fabricar o imaginar.

Recuerdo que estábamos estirados en la cama y él jugaba con mis rizos, enredándolos en sus dedos. Sus manos me parecieron enormes en comparación con las mías y sus dedos largos y bronceados, eran de un tacto suave. Cada caricia suya en mi piel era como un bálsamo… tenía el poder de hipnotizarme con un simple roce.

Estuvimos juntos “solamente una vez”, como reza ese bolero y no podría definir si fue un amigo o un amante. La verdad es que ni yo misma lo sé, pero fue algo tan intenso para mis sentidos que se me quedó clavado dentro y desde aquel día no he pasado una sola hoja del calendario sin pensar en él.

“Vino. Sin duda alguna, tú eres como el vino” le contesté perdiéndome en el marrón de sus ojos, “pero no un vino cualquiera, claro que no”.

Me acurruqué entre sus brazos y nos quedamos callados.

Recuerdo que él no hablaba mucho pero, sin embargo, el tono de su voz, profundo e intenso, se colaba por mis oídos y me llenaba de tal manera que el mundo parecía desaparecer. Escuchar sus susurros en mi oído…era…no sé… creo que jamás he vuelto a sentir una sensación de paz y seguridad como aquella.

Me incorporé apoyando el brazo en la almohada y clavando mis ojos en los suyos, con el alma ardiendo y deseando con rabia que el tiempo se detuviese… con la voz apenas dibujada en un susurro, le dije:

“Vino. Vino tinto de sabor intenso, con un gran cuerpo. Con notas de ligero sabor a cacao. Amargo al entrar en boca, pero de final afrutado y dulce. Ideal para tomar por el puro placer de disfrutar de la vida”.

TODO ES NORTE

Era mayo en el cielo y ni sombra del sol. La primavera había avanzado como esas gotas de agua encerradas que creen saltar los muros de cristal de una clepsidra. El camino recorrido fue inútil, era como andar sobre la nieve y no dejar huella.
Nieve. Casi siempre es hermosa, pero cuando han caído veinte nevadas consecutivas fuera de tiempo y lugar, su hermosura se torna en algo habitual, su elegancia se desvanece.
El bosque no estaba preparado para el frío primaveral, los hongos no salieron, las yemas no brotaron, las hojas de los árboles no vistieron al invierno desnudo y éste se negó a terminar con su letargo por pura vergüenza.
Al principio, los que hablaban a través de las ondas, empezaron a dar forma al concepto de la tercera glaciación. Un enfriamiento global, planetario, dijeron. Pero todas esas palabras se quedaron heladas en el aire, como los cables que las trasportaban, como los satélites que las dirigían, como las voces que las narraban,... Y el mundo se congeló.

Han pasado doce años, el blanco ha ganado la batalla al color, la humanidad está ciega. Si quieres ver el carmesí de una rosa, tienes que cerrar los ojos y buscarlo en tus recuerdos o encontrarlo en frías imágenes de archivo. El sol ya no nos pertenece, ha debido trazar su elípse en dirección a otros cielos con atmósferas menos crueles. Los cuatro puntos cardinales se han fundido en uno. Todo es norte.
Hoy he salido con mi cámara a fotografiar el paisaje monótono del trocito de tierra en el que me ha tocado vivir. Hacía más de diez años que no disparaba fotos policromáticas, ¿para qué, si todo es blanco nieve y negro desolación?, pero, algo más poderoso que la desidia, me ha hecho salir a buscar el color y ahora, mientras reviso, retoco y manipulo las fotografías en mi ordenador, la de un lago helado con un tronco seco en mitad de la composición, ha captado mi atención como una llamada de auxilio infantil. Aumento la imagen central hasta descomponerla en enormes píxeles dalinianos y entre todos los cuadraditos negros y blancos que aparecen en la pantalla, descubro una nota de color. Aíslo el detalle, lo baño de nitidez, defino al máximo esa parte de la fotografía y nace el milagro. Se trata de un brote, tres diminutas hojas de un verde esperanza han ganado la batalla al frío sobre el lecho inánime de un tronco congelado. La vida se abre camino. La primavera ha vuelto. El sur está más cerca.

sábado, 28 de abril de 2012

UN PARAJE ESPECIAL



“¡Que recuerdos!” - pienso con nostalgia, al contemplar tal belleza-. Nos acomodamos en un tronco seco. Inhalo con intensidad el aire fresco al tiempo que me abotono el cuello del abrigo y veo cómo mi hija Meri imita mis movimientos. Paso mi brazo por encima de sus pequeños hombros y le digo.
-La primera vez que conocí este sitio, me pareció algo mágico. Era una niña, como tú. -Sonrío al ver la expresión en su cara-. Acompañé a tu abuelo, al igual que él vino con su padre cuando era un niño, le relató la misma historia que tu abuelo me contó a mí y yo te voy a narrar a ti.

En el pueblo las personas fueron y son muy supersticiosas. Mi abuela fue una mujer con carácter, rebelde y aventurera para aquella época. Un día que sus padres viajaban a la ciudad, decidió averiguar qué había en este lugar que tanto rechazo causaba a la gente. Subió al lomo de su caballo y se dirigió a este hermoso emplazamiento.

Se sorprendió al ver tanta belleza. Estuvo durante una hora de pie sin poder moverse, no sé si por miedo o por la admiración del lugar, se relajó al comprobar que nada extraño ocurría, sentándose en un tronco como este.
Estaba contemplando el paisaje cuando, le dio la impresión que alguien la observaba y se giró asustada. Un joven, que ahora es mi abuelo miraba la estampa que ante él se encontraba. ¡Dios, cuanta belleza creaste!, -dijo en voz alta- y no se refería solo al paisaje.

Mi abuela no era supersticiosa pero..., había algo en este lugar que la atrapó. Cuando quedó embarazada de su primer hijo, tuvo un sueño en el que se le manifestó el nombre que le debía de poner. Hizo caso omiso y al poco tiempo el bebé murió sin motivo aparente. Cuando quedó en cinta por segunda vez, volvió a tener el mismo sueño: un escalofrío le  recorrió todo el cuerpo al recordar qué le había sucedido. Tanto mi padre como sus hermanos llevan los nombres obtenidos de una quimera.
Desde entonces, todos los años venimos a este lugar tan especial. Te atrapa tanto como bello es.

miércoles, 25 de abril de 2012

PEQUEÑO CAZADOR

Estaba Acorralado. Frente a él, un enorme mamut de varias toneladas le observaba. El animal estaba herido, dejaba tras de sí un reguero de sangre humeante y sus ojillos negros no apartaban la vista de la lanza de “Pequeño Cazador”.
Pequeño Cazador miró al cielo y comenzó a rezar en voz alta; el Gran Padre Cuervo no parecía atender sus súplicas.
Temblaba convulsivamente. En su huída, había caído en las heladas aguas del lago y, al salir de éste, sentía cómo poco a poco su cuerpo se disolvía en la nada.
Nunca debió separase del grupo, pensó, nunca debió tratar de cazar el mamut por su cuenta, fue un gran error.
“El mamut es inteligente –recordó las palabras, en la cueva, del que hablaba con Gran Padre tras comer la hierba sagrada-. Gran Padre Cuervo insufló parte de su aliento en ellos y por eso los cazamos, para alimentarnos y para recuperar esa parte de aliento que nos pertenece. Pero él también lo sabe, y de la misma forma quiere apropiarse de la parte que nos fue legada”.
 Decidió, pues, cazar un mamut para él y tomar su aliento robado. Realizó todos los rituales propicios, marcó en su cuerpo las señales sagradas del Totem protector, entonó los cánticos sagrados...era el momento.
Volvió en sí. Apenas sentía sus brazos pero aún mantenía el arma en guardia, tratando de defender su vida. Respirar era como si le clavasen miles de cuchillos de sílex en los pulmones.
Allí estaban los dos, en medio del glaciar, uno herido de muerte, el otro congelado. ¿Quién moriría primero? ¿Cuál de ellos tomaría el aliento del otro?
El animal cargó hacia él. Pequeño cazador abrió los ojos de par en par mientras veía avanzar los enormes cuchillos de marfil buscando su corazón. Alzó su lanza.
Era el fin, sintió. Mas cuando ya todo parecía perdido y tan solo restaba un palmo de terreno entre él y el animal, éste se desplomó soltando un agónico resoplido.
Dejó caer su jabalina y se arrastró hacia el cadáver; las piernas ya no le respondían. Se acurrucó junto a la víctima, tratando de envolverse entre los pelos de lana para conseguir un poco de calor.
Si los del clan no le encontraban pronto no tardaría en morir allí, junto a su trofeo.
Entonces miró de nuevo al cielo y se puso a llorar. Pensó que eso era malo, pues si dejaba de existir, ¿quién aprovecharía el aliento de ambos?

martes, 24 de abril de 2012

EL SECRETO DE LA LLUVIA



La lluvia tenía un secreto que guardaba gota a gota.             Se cuidaba de que su canción no lo desvelara pues a veces –caprichosa- en su rítmica caída se le escapaban confidencias hechas a las nubes en tormentosas noches de verano.
Pero este secreto lo tenía bien guardado: envidiaba la nieve. Su blancura era tan perfecta, su textura tan tentadora… Escondida allá en lo alto  contenía su llanto cuando veía a los niños disfrutar tirándose bolas o construyendo enormes muñecos. No soportaba la hermosura del blanco manto en las montañas…, ella nunca despertaría esa admiración, ni esa alegría; ella sobre la tierra tan sólo lograba indeseables lodazales…, cierto que todos la buscaban en épocas de sequía, pero eso no la consolaba, ambiciosa y coqueta, quería todo: quería la belleza.
Había algo que mitigaba sus dolorosos celos: caer sobre la nieve y destruirla era un inmenso placer. Mirando la que rodeaba el lago se regodeó, maligna: “te falta poco para desaparecer”,  en breve, la envidiada blancura sería sólo agua empapando la tierra.

Silencio




De la casa al lago solo había cien metros. Las huellas encontradas en la nieve señalaban un solo sentido. No tenían retorno. Correspondían por su tamaño a la víctima. El cuerpo hallado en el lago había bajado supuestamente por su propio pie hasta el agua. En la pequeña cabaña de la colina no había más señales, vivía sola los fines de semana. El inspector de homicidios pensó, a la vista del informe, que era un caso claro de suicidio. Quedó archivado. La luz blanquecina del amanecer había vuelto a hacer de las suyas. La inmensa quietud lo corroboraba.

EL LAGO BIBERET

 Aquella mañana, en las primeras horas del día, Libonette de Brués, tercera de su nombre, de la Casa de Crumar , llegó a las orillas del Lago Biberet . Las voces de los que la acompañaban, los ladridos de los perros, los latigazos dados a las bestias de carga, rompían el silencio de aquel lugar, haciendo que los sonidos se sucediesen de forma constante en aquel espacio libre de voces.
A lomos de un  caballo  de cabeza blanca abría la comitiva del grupo Libonette, flanqueada por  Britón de Mund, Réliter de la Casa, con su viejo cuervo en su hombro izquierdo  y por la anciana Prisciá Blandur,  mujer al servicio de la señora de  Brués. Detrás de ellos una escolta  de 50 hombres, fuertemente armada , varios carros con viandas y enseres, animales  atados a los carros,  obligados a caminar sin descanso, algunos de ellos heridos o muertos ya por el frío y lo complicado del terreno iban tiñendo la blancura del camino de un rojo intenso que poco a poco se convertía en rosáceo.
Libonette giró su cabeza hacia el lado izquierdo haciendo un pequeño movimiento que el Réliter de la Casa comprendió de inmediato. Britón de Mund ordenó a su caballo apretando sus talones sobre el cuerpo del equino que se adelantase al grupo. Giró en redondo y elevó su brazo derecho. Todos se detuvieron entonces. Las mujeres que iban subidas a los carros se apearon con rapidez corriendo hacia el caballo de Libonette.  Cuatro de ellas comenzaron a poner en la nieve unos gruesos tablones  al lado del caballo de la señora y otras cuatro se dirigieron al de Prisciá Blandur. Ayudadas por otras mujeres descabalgaron. A cada paso que daban, los tablones se iban cambiando de lugar. Las mujeres deseaban que anduvieran despacio ya que a cada paso dado un nuevo tablón debía ser cambiado para que ninguna de las señoras tocara con sus pies el suelo nevado. Un carro abierto por uno de sus lados, a modo de tribuna avanzó hacia ellas, se subieron  y se acomodaron en unos espaciosos asientos de piel de oso. Allí aguardaron  el tiempo necesario. Un sonido atronador se escuchó de pronto. Seis escoltas llevaron ante Libonette de Brués a un joven de 16 años , vestido con una túnica roja. La anciana posó sus manos en su cabeza mientras articulaba en la vieja lengua una serie de conjuros que sólo ella y quizá los dioses entendían. El silencio de todos era estremecedor, tanto como los sonidos cada vez más potentes que parecían provenir de otro mundo. El joven fue llevado hacia una barcaza y empujado al Lago Biberet. La niebla se había cernido sobre éste cuando un grito desgarrador  se mezcló con el silencio de todos. Libonette se levantó entonces y con voz alta y clara prometió un año más a todos mientras el viejo cuervo de Briton de Mund graznaba sobrevolando las cabezas de las Señoras.
Así sucedió aquel día.  Tal y como os cuento. Yo sabía que sería el próximo, que al año siguiente yo sería la victima que ofrecerían al caballero de Brués, al amado de  nuestra dueña y Señora, que había muerto el día en que yo había nacido. Todos los nacidos el día de la muerte de Frandan debían morir por haberle robado la vida al señor de la Casa de Crumar. Aquel día logré escapar vaciando un cordero y metiéndome en su interior.  La anciana consejera había anunciado que la Dama Libonette moriría si uno de los corderos lograba escapar de su rebaño…Y así sucedió  en el transcurso de aquel mismo año. La Señora de Brués se arrojó al vacio desde una de las torres del castillo de Crumar al percatarse de que aquel que tenía que ser entregado a su Dueño y Señor, habitante ahora del Lago Biberet, había desaparecido. Tiempo ha transcurrido de aquella historia, mi joven nieto , hijo de mi hijo, ayuda de este pobre viejo . El destino es el destino y en las orillas de este Lago dejaré mi último aliento pero al veros frente a mi, la muerte ya no es desesperanza sino comienzo. No dudeis en contar a vuestros hijos  y a su prole esta historia que uniréis a la vuestra haciendo grande el linaje del Cordero.

domingo, 22 de abril de 2012

LA ALTERNATIVA



Blanca bajaba todos los días por el sendero hasta el puerto seguida por su perro Storm desde hacía diez años. Después de regar las plantas y frutales que tenía en el exterior de su bonita casa, situada en la ladera de la colina, desayunaba en la terraza del bar y allí leía un periódico gratuito mientras miraba el trajinar de las mujeres de los pescadores que, en la puerta de la lonja, reparaban redes o limpiaban las cajas del pescado.
Le gustaba comenzar el día sintiendo la brisa del mar y recibiendo en su cara el cálido beso de los rayos de sol, sobre todo en primavera. No faltaba ni un sólo día, si llovía se situaba debajo del porche, e igualmente hacía en verano cuando ya desde la mañana, el sol mediterráneo aparecía con fuerza.
Hasta ella llegaban las voces que traían palabras desconocidas para los que no están familiarizados con los pueblos costeros. Blanca practicaba con los vecinos su jerga, porque a pesar de que ella disfrutaba aprendiendo, también la utilizaba en sus novelas desde el día en que ella llamó cuerda a un cabo, y Diego, el patrón del Mastia, le dijo que a bordo no hay más cuerda que la del reloj.
También bajaba puntual al puerto todas las tardes cuando, desde su mesa de trabajo, veía los barcos acercarse rodeados de gaviotas en busca del pescado fresco. A veces tenía que correr si atisbaba que el Mastia iba de los primeros, pues quería ser ella la que cogiera el cabo desde el muelle y lo amarrara al bolardo con destreza mediante un nudo de ballestrinque. Entonces, Diego, le sonreía con los ojos, saltaba a tierra y la abrazaba a la vez que daban vueltas entre risas.
 En los últimos dos años ya no le resultaba tan placentera la lectura de la prensa pues siempre comenzaban los titulares con una dosis de desaliento: terrorismo financiero, incremento de las diferencias salariales entre directivos y trabajadores, planes de austeridad aplicados a la clase obrera, recortes en sanidad y educación…
 Un día recibió un correo de su amiga Lucrecia que le hizo dar saltos de alegría por toda la casa, cuando se tranquilizó preparó un té, puso la música bien fuerte y le contestó:
 Querida Lu, no sabes lo que me alegra que al final estéis de acuerdo y nuestros planes se vayan a hacer realidad.
He hablado con el alcalde, el pueblo nos cede casas vacías para todos, las hay grandes y pequeñas, pero todas con vistas al mar. Ya sabéis que hay que adecentarlas porque llevan mucho tiempo deshabitadas. La única condición es que se utilicen materiales reciclados, energía solar y depósitos para recogida de agua ¿qué te parece nuestro alcalde? A cambio tenemos que dar trabajo a dos personas por lo menos, hacer talleres de escritura y lectura para los vecinos y una biblioteca, pero esto no es difícil ¿verdad? Para ello nos dejarán utilizar el antiguo varadero, ya lo veréis, es una nave bastante grande, hay que arreglarlo un poquillo pero ya tengo algunas ideas… Será un lugar ideal para instalar la editorial.
Blanca continuó escribiendo sobre pequeños detalles: el perfume de la hierbabuena, los huevos frescos de la tienda, los erizos en las rocas, los poemas de Diego… Terminó el correo con un fuerte abrazo, lo envió, salió a la terraza, y mientras quitaba las hojas secas del jazminero comenzó a pensar en otras alternativas para crear empleo en el pueblo que le había dado todo.

sábado, 21 de abril de 2012

TUS OJOS



Tus ojos, tan rebosantes de alegría por las mañanas. Con tú café de las 8 en la mano, tu pelo alborotado, tú bolsito marrón de piel y tus continuas prisas.
Son las 6 y media de la tarde, y con una sola mirada tuya adivino el duro día que has tenido. El jefe ha vuelto ha presionarte, tienes que hacer muchos papeles en poco tiempo, te entiendo cariño. Te devuelvo la mirada acompañada de una pícara sonrisa. En la cena, el silencio te delata. ¿Qué te ocurre? Nada, sonríes forzadamente. Tu mirada vuelve a delatarte una vez más. Otra discusión con tu padre, supongo. Arrastro hacia detrás mi silla y me acerco a abrazarte. Todo se solucionará, seguro.
La misma noche, no puedo evitar entristecer cuando, a oscuras, te beso la mejilla y mis labios se humedecen. Enciendo la luz. No puedo aguantar tu verde mirada ahogada en sentimientos tan evidentes que te entristecen y cabezudamente me niegas, como siempre.
¿No te das cuenta? Puedo observarte, puedo adivinar lo que sientes, puedo encontrarte entre un millón de mujeres iguales a ti, sin necesidad de  escuchar el sonido de tu voz… Tan solo tengo que encontrar tu mirada. 

viernes, 20 de abril de 2012

LA EPIDEMIA DE LAGRIMAS



 Eva, llorando, le suplicó que no se marchara. Él abrió la puerta con los ojos inundados de lágrimas. Le rogó, por favor, que no pusiera tantas trabas. La decisión ya estaba tomada y no había tiempo para rectificar. Ya no quedaba nada entre los dos. Aún así, ella no veía el momento de quedarse sola, no podía imaginar su vida sin él. Evitaron mirarse para no aumentar su dolor pero sus lágrimas se derramaron como torrentes. La vecina salió al rellano al oír sus llantos. No daba crédito a lo que contemplaba, jamás los había oído discutir, siempre andaban cogidos de las manos y ahora esto…Les acercó una caja de pañuelos para secar sus rostros empapados pero la rechazaron. Siguieron  llorando rotos por la angustia que les producía la idea de la separación. La continua proliferación de lágrimas provocó que sus ropas empezaran a  calarse  y la vecina, quien también comenzaba a llorar, llamó a Gloria, de la puerta seis. Ésta subió y, al contemplar la escena, quiso ayudarles con el trapo de cocina que llevaba anudado en su delantal. Fue inútil, los tres rechazaron su ayuda debido al olor a ajo que despedía. Gloria, ante tanta impotencia, comenzó a sollozar y, temiendo lo peor, pidió ayuda al portero. Miguel, era muy eficiente pero tartamudo, no pudo articular palabra alguna y se quedó paralizado mirando a los cuatro vecinos. Se encontraba limpiando el polvo de la escalera cuando le avisaron y, como era alérgico, empezó a estornudar. Los incesantes estornudos le irritaron los ojos que comenzaron a protestar emitiendo una cascada de lágrimas. Tanta humedad comenzó a producir estragos y la vecina de la puerta cinco salió irritada para protestar: El agua ya le llegaba al salón... Miguel, aunque mudo, seguía teniendo la cabeza en su sitio y, con diligencia, llamó  a los  bomberos. Éstos, tan sólo tardaron siete minutos en llegar. Quedaron estupefactos. El oficial al mando, preguntó por la causa de tal desaguisado y, entre gimoteos, Gloria señaló a la pareja. Mientras los demás achicaban el agua, el cabecilla se dirigió hacia los dos y ,como no se trataba de un incendió,  alzó la visera del casco para ver mejor. Sus ojos se quedaron hechizados por los de Eva. Ésta contempló al atractivo oficial y, de sopetón, paró de llorar. Sucesivamente cesaron todos de lamentarse. Roberto, que así se llamaba nuestro bombero, tomó a Eva entre sus brazos fornidos y, sin mediar palabra, la condujo hasta el interior de su vivienda. El marido cogió la maleta y, calladito, llamó al ascensor. Su vecina, con su mejor sonrisa, entró en su casa, se sirvió un trago y continuó escribiendo su relato. Gloria se quitó el delantal, se lavó las manos y se fue con Miguel a tomar un café a casa de la vecina de la puerta cinco. Los bomberos, sin su jefe,  se dirigieron veloces a contener otro incidente. En el número tres, el agua no cesaba de salir y ya caía por las alcantarillas...

¡MENUDO FIN DE SEMANA!



Desde la cama, oigo como cae la lluvia de manera torrencial, se presentó de imprevisto, es de agradecer, al menos los embalses se van llenando poco a poco con la esperanza que este verano no nos falte el agua.

Me levanto y miro por la ventana. Asombrada, me restriego los ojos: “¿Llueven letras en vez de  agua?. Una mujer camina como si de una sombra se tratase. “¿Estaré soñando?”

Lo cierto es, ¡que llevo una gran temporada que mi encéfalo pita igual que la sirena de una ambulancia!. No hay día..., que una mala noticia no se sume a este pobre cerebro, a veces creo que no tiene capacidad para recibir nada más, pero lo va asumiendo todo con resignación.

Vuelvo a mirar a través de la ventana, mi asombro se vuelve en admiración al ver, cómo las letras  que caen forman algunas palabras. Intento aprovechar esta situación tan extraña y las voy recopilando para escribir algo con ellas.

The you better start swimmin´ or you´ll sink like a stone for the times they are a-changin´
( Más vale que empieces a nadar o te hundirás como una piedra, porque los tiempos están cambiando)

Desde la cama, siento la lluvia, me levanto y miro por la ventana. Las gotas de agua caen con esmero, forman charcos que una mujer sortea con pulcritud. Empiezo a tararear una canción de Bob Dylan sin motivo alguno. Siento una ola de inexplicable alivio

jueves, 19 de abril de 2012

Abandonadas


-Madre, no me vuelva a decir que no llore porque si de algo tengo ganas es de llorar –exclamó Adela al tiempo que, nerviosa, se retocaba el recogido del pelo.

-Hija, no te pongas así. Ya verás como todo se arregla…

La mujer no acabó la frase. Adela se giró con brusquedad y le contestó, casi como en un exabrupto:

-¿Se arreglará, se arreglará?

La furia entre los dientes, los puños apretados.

-¿Acaso no ha oído lo que dicen por el pueblo?. Además de mi marido, la Encarnita hace tres días que no aparece por su casa. ¡Y no me diga ahora que es casualidad! –gritó ya sin contemplaciones.

La anciana la miró con una profunda pena y entró en la casa. «Es como una maldición» -pensó.

Durante generaciones, aquella vivienda sería siempre recordada como la de "las abandonadas".

miércoles, 18 de abril de 2012

EL TIEMPO



Parar el tiempo. ¿Os imagináis como sería? Un simple gesto y detenerlo todo. Todo lo realmente importante se esfumaría como el humo de un tren  recién salido de la estación. No habría problemas, no habría preocupaciones, tan solo millones de cuerpos flotando en el aire. Retroceder. Todo el mundo queremos, o hemos querido retroceder en el tiempo alguna vez. Esa tontería que dijiste que estropeó el momento, esa mirada que desearías haber entendido entonces y no supiste, o ese beso perfecto y olvidado que la inseguridad secuestró y guardó en un cofre bajo llave. Tal vez retroceder en el tiempo simplemente para aprovechar el tiempo con alguien, con alguien que ahora no está, y decirle a tiempo un te quiero, para que quede siempre en el recuerdo y se borre el sentimiento de culpa por no haberlo echo. Quizá una invitación a un vermú rechazada, o un paseo agarrados del brazo para no tropezar. Disfrutar de nuevo esos momentos, que ahora no son más que un montón de recuerdos guardados en nuestro corazón, dispuestos a ser revividos en nuestra mente mientras una diminuta gota de agua empapa las mejillas. Fotos tontas llenas de vida, de sonrisas y miradas con ternura. La imagen de esa persona sentada en su sillón, observando el sol de buena mañana, hasta que te das cuenta de que ese sillón está vacío. Esa costumbre, esa broma que te gastan todos los años el día de los inocentes, que no te das cuenta de su importancia hasta que un mal año, el 28 de diciembre tu teléfono permanece en silencio. Ese silencio que te recuerda y te hace ver, que falta una persona en tu vida. Salir a la calle y que una suave brisa te acaricie, resultando ser para ti, la sonrisa más profunda desde los cielos. Ni parar el tiempo, ni retroceder en él es posible, pero puedes vivir el presente, y esperar un buen futuro. Y es cierto, que no valoras de verdad lo que tienes hasta que lo pierdes, pero, ¿realmente te ha abandonado esa persona? Busca en tu corazón, allí permanece, y siempre permanecerá viva mientras tú la recuerdes.

EL DESAYUNO DE ÁNGELA


Era su desayuno diario. Se levantaba de la cama, se miraba en el espejo y reflejaba un rostro inexpresivo, insatisfecho, irreconocible. Lentamente, se dirigía a la cocina, cogía dos grandes vasos, que colocaba bajo sus húmedos ojos y los llenaba con zumo de tristeza, el cual, brotaba transparente desde el fondo de su alma.
Sorbo a sorbo, masticaba el fruto de su angustia. Se esforzaba por buscar en sus recuerdos una gota de felicidad, sin embargo, el sufrimiento le nublaba los instantes alegres.
En ocasiones, ofrecía a sus escasas visitas un vaso del zumo que fluía de sus ojos, pero era un líquido tan amargo, que nadie se atrevía a probarlo.

YO OS MALDIGO




“No lloro por ti,
no lloro por ti,
lloro por las nubes que son de un blanco imposible
y aquí abajo nada es puro, todo es feo y tan horrible.”

No lloro por ti, de Christina Rosenvinge

            Dos de las personas que más quiero en este mundo no pueden hablar. Una de ellas, mi padre, seguramente no vuelva a hacerlo nunca más. ¿Cuánto tardaré en olvidar su voz? No, no lloro por él.
            Esperanza, mi hija, aún no puede hablar. Nadando en el líquido amniótico de la felicidad fecunda aguarda el momento en que sus ojos vean la luz de un amanecer. No, no lloro por ella.
            Separados por un segmento temporal de sesenta y siete años, Miguel Ángel y Esperanza, mi padre y mi hija, el abuelo y su nieta, probablemente jamás hablarán sobre literatura rusa, sobre la Guerra Civil Española, sobre lo importante que es no utilizar un gambito de dama si tu rival es un experto jugador de ajedrez. Lloro por eso, por privar a mi padre de la posibilidad de regañar a su nieta; por robarle a Esperanza la ilusión de pedirle el aguinaldo a su abuelo el día de Navidad.
            Recipientes de cristal que hoy sois lecho para mis lágrimas, yo os maldigo.

martes, 17 de abril de 2012

POR UNA MIRADA TUYA



Tus ojos. Ellos me prendieron de ti. Juguetones, llenos de vida y de risa. Poder tenerlos cerca se convirtió en mi obsesión. Flores, bombones, originales citas, románticas cenas… No fue fácil conseguir mi objetivo. Pero lo logré. A perseverante no hay quien me gane.
Después de toda una vida a tu lado, hay algo que me rompe por dentro. No me encuentro ya en tus ojos. Y me busco. Pero ya no estoy. No está la  risa que los llenaba de chispitas. Ni la ilusión. Ni la vida. Sólo hay opacidad y ese llanto recurrente que los llena de lágrimas durante horas, sin motivo aparente. El médico lo llama depresión. Yo no le pongo nombre. Retorno al pasado y a mi lucha por tener otra vez su magia cerca.
Sellaría un pacto -con dioses o diablos- empeñando mi vida,  por encontrarme aunque sea un leve instante, otra vez en tus ojos.

Cierta tristeza




Lloraba tanto y tanto que sus ojos eran dos cuencas fluviales imparables. Sus vecinos aprovechaban la llantina que le solía venir cuatro veces al año para regar sus huertos siempre verdes. Las propiedades curativas de los vasos de lágrimas de sus ojos eran conocidas en toda la comarca. Al principio, Marlene lloraba sin parar y por cualquier cosa que la conmoviera, y con lo difícil que estaba el mundo, este ocupaba el centro continuo de su  llanto. No dejaban que escuchara las noticias ni que leyera el diario. Los niños le llevaban sus juguetes, le hacían carantoñas y arrumacos, pero nada servía para consolarla, su pena era inconmensurable. Lloraba de día y de noche. Un día,  sus ojos se secaron durante un breve tiempo y con ellos el verdor de los campos del valle donde vivía. Todo se volvió gris y sombrío y le causó tal tristeza, que  sus ojos se anegaron, el río volvió a su cauce y su vida, por fin, cobró sentido.

El pintor de los Borgia

No sé por qué aquella tarde, contradiciendo todos mis hábitos de mujer meticulosa, se me ocurrió acudir a aquella cita. No sé por qué limpié mis pinceles, recogí un poco los trastos que tenía por medio y me fui al cuarto de baño donde me di una ducha de agua fría.

Horas antes había recibido un mensaje en mi móvil que decía:

Soy el pintor de los Borgia y es importante que nos veamos. Tengo que decirle algo que puede interesarle. Estaré en el Círculo de Bellas Artes a las 19:00.

Me pareció un mensaje ridículo proveniente de algún loco que había conseguido mi número de manera, para mí, inexplicable. En el mundo artístico abundan extraños personajes.

No sé por qué me maquillé y me vestí con esmero. Salí a la calle a eso de las 18:30. Anduve despacio recreándome en la agradable tarde primaveral. Al pasar por el jardincillo trasero del palacio de la Generalitat, el olor del azahar me invadió con una inmensa dulzura. Un lujo de aromas de campo en el corazón de la ciudad.

Entré en el Círculo puntual, según mi costumbre, y ocupé una mesa. Estaba desierto. Un camarero se me acercó y le pedí un Martini seco que bebí a pequeños sorbos mientras miraba la puerta en espera del misterioso personaje.

Apareció un hombre alto y guapo, trajeado de oscuro con una camisa muy blanca. Se acercó a mi mesa y me ofreció la mano:

-Hola, soy Bernardino di Betto di Biagio, conocido como Pinturicchio, y he nacido con el único objetivo de pintarla a usted.

-Hola –le contesté perpleja. Mis noticias sobre Pinturicchio eran que se trataba de un hombre feo y sordo y no se correspondían con el atractivo caballero que acababa de besar mi mano. Además, qué demonios significaba aquello. Es cierto que mi nombre es Lucrecia pero mi apellido no es Borgia y estamos en el siglo XXI.

-Todavía no he cumplido mi misión. Es por ello de vital importancia para mí que usted pose hasta la terminación del retrato que pasará a la historia para que los siglos puedan apreciar la belleza de su rostro –continuó con desfachatez.

-Lo haría con mucho gusto –dije siguiéndole la corriente- pero mi propia obra me lo impide. Tal vez cuando la mujer de mi cuadro llene el vaso volvamos a vernos. Ha sido un placer conocerle.

Me despedí de él y regresé a mi estudio donde el esbozo de mi extraña obra descansaba en la penumbra esperando que un nuevo amanecer avanzara los trazos de su copioso llanto.

lunes, 16 de abril de 2012

Patética pirueta


Silencio y oscuridad en el viejo camerino. Arde una colilla encendida entre sus dedos temblorosos. Despacio, la acerca indiferente hasta su boca y el naranja brilla intenso un instante para perderse dos segundos entre el humo que, lento, escapa de sus labios.
Cabizbaja, con los ojos cerrados dibujando arrugas en la sien, alarga un brazo y a un gesto del pulgar, una bombilla sucia ilumina, tenue, un rincón de la habitación.
Sentada como estatua herida, en un viejo taburete, quisiera huir del reflejo que le devuelve la telaraña afilada y brillante del espejo. Le horroriza su gesto cansado y manchado de trazos de colores confundidos entre sus lágrimas.

El tocador, que un día vistió elegante, está ahora lleno de polvo, de restos de cristales, maquillajes y algodones resecos y olvidados. Unas flores agonizan en un vaso de plástico lleno de manchas junto a un viejo bote de cosmético, rebosante de cenizas y colillas aplastadas.
Desenrosca con cuidado el tapón de un bote de crema y empapa el pañuelo con un olor dulce. Lo acerca a su rostro y borra su sonrisa mezclando rojos, blancos y negros, que quedan esparcidos por su cara en una mueca borrosa.

“Pensaste que con hacerle reír era suficiente y quisiste que su sonrisa fuese solamente tuya”, murmura empapando de nuevo el suave papel. “Que sus ojos solamente te mirasen a ti y que sus manos aplaudiesen nada más que tus piruetas”.

Busca consuelo, con los labios temblorosos, en la última calada del cigarrillo y al cogerlo con las manos húmedas, lo empapa en una mezcla pegajosa de crema y maquillaje. Apaga la colilla y sigue murmurando su monólogo, mientras busca un pañuelo limpio.

“No soportaste, egoísta, que su corazón latiera nervioso al mirar el trapecio y valiente,inventaste piruetas imposibles en cuerdas que no supiste colgar de ningún sitio. Y así, tu solita, caíste en tu propio ridículo”.

Sollozando, restriega el agua que sale de su nariz con la palma de la mano, dejándola pringosa de mocos y pinturas. La mira un instante e indiferente, la restriega en la camisa de mil colores, sorbiendo desconsolada.
Empapa de nuevo el pañuelo con otro pegote de crema, inclinándose hacia el espejo roto, buscando un hueco en el que poder mirarse.

“Ardías de rabia, celosa estúpida, cuando su boca se abrió con asombro al ver al domador impasible ante cientos de afilados dientes. Y entonces quisiste morder y afilaste tus uñas clavándolas en su piel. Y le hiciste daño y fuiste tú… tú, la única culpable. Tú… tú solita, le apartaste de ti”.

Con los ojos enrojecidos por el llanto, quemados con escozor por los restos de pintura, la payasa se desploma en el tocador de madera… inconsolable. Y entonces, acuden a su mente las imágenes de hace unas horas, como el trailer de su patética y última aparición.
El tropezar ebrio al caminar con sus zapatones de goma y su caída de bruces en mitad de la pista. Las caras serias y preocupadas de aquellos que antes reían y aplaudían sus tonterías. El silencio clavándose en sus oídos. Los gestos de incomprensión de aquellos que creían en ella y el dolor… el dolor que la partió en dos al levantar los ojos y ver su butaca vacía.

“Terminó tu función, payasa”,murmura con la voz rota, mientras busca un pañuelo limpio entre los restos de su fracaso.

sábado, 14 de abril de 2012

"PARA ELISA"



¡Cumpleaños feliz!, ¡cumpleaños feliiiizzzzz!, rodeada de mis seres queridos este cumpleaños era especial para mí. Mi pelo estaba creciendo, ya casi había olvidado las náuseas y el peso de las miradas cargadas de conmiseración mutaban a otras de admiración y alegría. ¿Habría ganado esta batalla?,  todos aquellos que repetían: “ha vencido a la enfermedad”, ¿se limitaban a enarbolar esa bonita frase para animarme? Ya daría espacio a mis dudas en otro momento, ahora me tocaba abrir el regalo. Qué extraño, no veía por ningún lado vistosas cajas de colores cerradas con bonitos lazos, con lo que me gustan; sólo faltaba que no hubiera regalo ese año tan especial.
Pero sí, sí que había regalo, me lo entregó Rafa acompañado de esa mirada suya que consigue concentrar intriga, picardía y emoción, de una forma única.
Era un sobre alargado: “Para Elisa, por su titánica voluntad, que todos admiramos”, rezaba por afuera y firmaban: “tus amigos que te quieren”.
Dentro del sobre un pasaje para dar la vuelta al mundo en un crucero, pero no era un crucero cualquiera, un nuevo coloso réplica del Titanic iba a hacer realidad mi sueño.
Siempre dije que si conseguía ese viaje podría morir tranquila, pero…, ¡qué demonios!, al diablo esa frase, después del viaje espero continuar otro más intenso, largo y apasionado: el de la vida.

jueves, 12 de abril de 2012

EL VASO MEDIO LLENO






De niña, en el colegio, siempre se burlaban de su nariz. Cuando llegaba a casa, le preguntaba a su madre si era guapa, -claro que sí, eres muy guapa-, y le daba un sonoro beso en la mejilla.

Durante la adolescencia, su complejo de nariz prominente, era motivo de desasosiego continuo. Pensaba que, cubriendo media cara con su pelo, pasaría más desapercibida.

Mientras sus amigas andaban todo el tiempo pavoneándose de sus conquistas amorosas, ella, evitaba todo contacto con los chicos de su edad.

En la universidad, escogió la carrera de psicología, pensando que era la disciplina donde menos hombres se matricularían. Pero... había unos cuantos y ella los evitaba todo el tiempo. Dejó de ir a clase, no se presentó a ningún examen y mintió en casa.

Ella estaba convencida de que no podía continuar así. Se miraba al espejo en la intimidad de su habitación y lo único que veía era una enorme nariz entre unos bonitos ojos, sobre unos labios carnosos y proporcionados y los cabellos rubios y sedosos que caían sobre los hombros. -Tampoco era tan grande la proporción de su fealdad, –pensó. A ello, había que añadir un cuerpo atlético y armonioso, sus elegantes gestos y una voz cristalina que había podido educar en el coro del colegio. Entonces…

Se puso el vestido que mejor le sentaba y, con paso firme, salió a la calle. Entró en el conservatorio de música que no quedaba muy lejos de su hogar. Un hombre y una mujer, ésta última al piano, le hicieron varias pruebas de voz. -¡Magnífica! Con esa cara y esa voz, llegarás lejos, no lo dudes…




MI GLUTAMATO


Me enamoré de tu voz. Al oír como pronunciabas “glutamato monosódico” me descoloqué, mis esquemas se deshicieron como gránulos liofilizados y te di un cuerpo, una cara, unas manos que removían incesantes la olla. Me gustabas como eras, tremendamente preocupado por la salud del prójimo.  En “buscadas y consumidas” -ya no pude más-, me imaginaba que me estabas comiendo enterita a mí, y  yo me deshacía como la sopa. Quiero ser tu aditivo pernicioso y que seas tú quien prepare mis manjares el resto de mis días. No me importan los dolores de cabeza, ni la diarrea, ni la sudoración excesiva,  ni la taquicardia, si estás tú conmigo. Sé que parecerá una extravagancia, pero el amor es así, se salta las barreras y lo socialmente correcto. Anhelaba tanto conocerte, que me puse en contacto con el autor del vídeo para que me dijera quién eras. El resto os lo podéis imaginar sin mi ayuda. 

miércoles, 11 de abril de 2012

MADERA ENTRE TUS DEDOS...


Un ruido familiar me despierta de mi estático sueño. La puerta del ascensor cruje y oigo pasos que se acercan. Una llave de metal gris gira en la cerradura y una sombra oscura entra en el salón bailando esa coreografía tantas veces vista. La misma cada noche, desde hace algunos años.

Con suavidad, choca un puñado de llaves en el cristal del cenicero sin colillas y la luz de la mesilla, ilumina la habitación.

Impaciente, como cada noche, espero mi turno.

Tus pasos se alejan por el pasillo y el resplandor de luz blanca de la cocina se refleja en el espejo del salón. Te observo, quieta, sabedora de cada gesto tuyo. Abres la nevera, sacas un plato helado y lo colocas en el microondas. Un minuto y medio será suficiente.

Una chapa decorada con estrellas cae encima del mármol y un largo trago de cerveza fría pasea por tu garganta. Y yo, siempre sin sed, envidio el gesto de satisfacción que se dibuja en tus labios cuando separas la botella de tu boca y la miras un instante.

Un leve pitido, un abrir rápido y un pequeño portazo.

El reflejo de luz blanca desaparece del espejo y las últimas zapatillas que te regaló por tu cumpleaños, te acompañan hasta el sofá.

Te sientas y sin prisas, ojeando una vieja revista, comes en silencio mientras yo, gritando sin voz, inmóvil y desesperada porque me siento no existir, espero.

Bailan los segundos en el péndulo del viejo reloj de pared y convirtiéndose en minutos, a mí, se me antojan horas.

De pronto, me miras. Sonríes sin decir nada y acercándote despacio, me envuelves en tus manos.

Observas el hueco vacío que queda en el rincón donde me gusta esconderme. Me agarras por los pies y sin pensarlo un instante, empiezas, despacio, a retorcer mi cabeza.... Y yo, doy vueltas y vueltas entre tus manos, con una sonrisa pintada en la cara. Un leve mareo, dibujado en espiral… y al final, sintiéndome vacía, como siempre, con mi cabeza separada del cuerpo, pienso que quizá, si tuviese corazón, podría descifrar tu mirada clavada en mí.

Me dejas allí, encima de la mesa y das un paso atrás observando mis pedazos.

Te acercas de nuevo y noto tus dedos en mis zapatillas de madera. Una leve caricia en mis cabellos escondidos en un pañuelo dorado y de nuevo, me partes en dos.

Y yo, sintiéndome especial, te miro con mis ojitos de pintura negra trazados con pincel fino, mientras colocas en fila pedacitos de mí.

Me siento empequeñecer entre tus dedos y sin embargo, mientras noto que, poco a poco, voy invadiendo tu espacio, dibujo una leve sonrisa en mis labios perfilados de rojo, deseando que vuelvas a bailarme en el tiovivo de tus manos.

Sigues desnudándome en trocitos, en silencio. Y yo, cada vez más pequeña, cada vez más impaciente, noto que una extraña sensación intenta apoderarse de mí, de mi cuerpo de madera esparcido encima de la mesa.

Minúscula, insignificante mi tamaño y rebosando caricias, acurrucada entre tus dedos, me acercas a tus labios mientras pienso que si tuviese corazón, quizá, podría sentir eso que en el televisor llaman amor. Quizá si no hubiese un vacío tan grande dentro de mí, podría descubrir lo que sientes en tu piel cuando, en la oscuridad de la noche, abrazado a su fotografía y sentado en el sofá del salón, a solas, dejas escapar lágrimas susurrando “te echo de menos”.