lunes, 5 de diciembre de 2011

A cuatro ruedas.

La primera fue “Mini”, con su aspecto deportivo y esa doble tonalidad tan característica, rojo el cuerpo, negro el techo. Le pregunté: ¿cuánto cuestan tus servicios?, 17500, dijo, con un perfecto acento de Norfolk, me pareció un poco cara para sus 90c.v. y sus cuatro ojillos brillantes; su promesa de libertad y su pretendida exclusividad, no me convencieron, pensé que el mercado estaba lleno de máquinas con sus prestaciones y aquella condición de seminueva, me ayudó a rechazarla. No pude soportar la idea de que otras manos hubieran acariciado su chasis y otros glúteos se hubieran acomodado en su regazo.

Después vino “Pegui”, morenaza de las de antes, francesita, con curvas voluptuosas, con un ansia de volar que me intimidó desde el principio. Tenía poco rodaje y la idea de aprender juntos me sedujo. Fue su interior vulgar y frágil lo que me hizo retroceder, parecía perfecta, pero en cuanto entramos en detalles, su aura se transformó en neblina. Aquel exterior de aspecto robusto, ocultaba una salud enfermiza y la verdad, ya no estoy para pasar las horas muertas en la sala de espera de un frío taller y no soporto la incertidumbre de ignorar cuándo será la próxima recaída.

Se llamaba “Ibiza” y me prometió, como buena isleña, seis meses de sábado y seis de domingo, sin saber que lo que yo prefiero es el sábado cuando toque y el domingo cuando sea. Se vendía barata, 5000, pero sus 120000 km de autovía me hicieron sospechar, no sé, demasiada experiencia, seguro que se dejaría montar por cualquiera.

La vi tras el cristal, con su mirada oblicua, halogenada, hipermétrope. Su cuerpo negro como mi futuro, aerodinámico, voraz. A penas hablaba castellano, su lengua materna era el japonés y sus movimientos eran tan controlados y tan sutiles como los de una geisha durante la ceremonia del te.

Me sedujo con artes milenarias, nada pude hacer, mi razón sucumbió ante su belleza. Desde que la vi supe que el tamaño no importaba y no opuse la menor resistencia. Sus cantos de sirena me arrastraron hasta el interior del concesionario. Os juro que entré sólo a mirar y una hora después salí con un contrato de compra-venta bajo el brazo, 11500 euros menos y un nuevo fulgor en la mirada.

Mi “Yaris”, con sus 1400 c.c. se alimenta de shake bajo en octanos, pica sus ruedas de loto contra el asfalto y cabalga veloz hacia el sol naciente.

Hoy ha derrapado y se ha cruzado en mitad de la carretera, con el motor en punto muerto y su encantador acento, me ha dicho que me quiere. Mis padres no creo que lo entiendan.

8 comentarios:

  1. Muy buena comparación tu chica-tu coche, muy bien escrito, gran imaginación y redondo relato.

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  2. Seguro que no lo entienden. Imaginativo relato!!

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  3. ¡Qué bueno! he disfrutado leyendo este relato, muy bueno, muy bueno Fernando. Enhorabuena.

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  4. La idea de humanizar los coches y convertirlos en mujeres le da mucho encanto a este relato. Está muy bien contado, Fernando. El final es perfecto. Échale un ojo al párrafo: "Me sedujo...". Como sugerencia, quizás puedas cambiar alguna coma por punto y seguido.
    He disfrutado leyéndote.

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  5. gracias Geli, las comas me pueden, ya lo he cambiado. Gracias chicas.

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  6. ¡Qué divertido!!!!! Solo los hombres sois capaces de hablar de coches como si fueran mujeres. Está muy, pero que muy bien, tu relato....

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  7. Un relato que deja claro que por tus venas corre buena literatura y buena gasolina. Grande Fernando.

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