lunes, 5 de septiembre de 2011

NI-no, ni-no

“Ni-no-ni-no-ni-no…”, crecí con ese sonido pegado a mis tímpanos. Llegó a ser tan familiar que ya ni lo advertía. Es lo que tiene vivir al lado de un hospital. Las ambulancias eran los pájaros de mi bosque particular, en mi infancia, la música  de mis juegos y mis sueños.
 Más tarde me mudé a una zona residencial donde los sonidos de fondo eran otros.
Por eso cuando el estridente sonido de una ambulancia irrumpió en mi tranquila calle un sábado por la noche a toda velocidad, todo el vecindario lleno de inquietud se pertrechó -indiscreto- detrás de las ventanas y, se lanzó a la calle a ver qué ocurría.
Ahora ya ni se inmutan.
Mi novio conduce una ambulancia y le encanta activar la sirena cuando tiene un rato para venir a verme, le tengo dicho que no lo haga, pero no hay manera, dice que siempre que hay una urgencia la activa y… ¿qué mayor urgencia puede tener que estar conmigo?
Así pues, el familiar sonido: ni-no, ní-no, que acompañó los juegos en mi infancia, ha regresado a mi vida de la mejor manera: llenándola -como entonces- de ilusión.

6 comentarios:

  1. Un relato tan desenfadado que hace más ameno el soniquete. Estupendo.

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  2. Muy bueno, diferentes reacciones ante una misma señal.

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  3. Me encanta, pero el conductor enamorado puede sufrir el síndrome del pastor mentiroso, cuando se trate de una urgencia hospitalaria, nadie se lo va a creer.

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  4. Mirandolo bien que mejor forma de saltarse los semaforos y llegar puntual a todos los sitios que tener un novio que conduce ambulancias. Me ha gustado mucho Yolanda.

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  5. Genial Yolanda. Hay algo de de la magdalena de Proust en este relato que me gusta mucho. Enhorabuena!!!

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  6. Pues a mí también me gusta, Yolanda, creo que voy a buscar un novio así para mi Leocadia.

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