viernes, 29 de abril de 2011

EL BESO DE LA MUERTE

Bajaba de su apartamento, era  una  mujer  muy  hermosa, parecía  tan  sensible, que  no  podía ser...,

estuve toda  la noche dándole vueltas a sus  respuestas, estaba  claro  que  algo  ocultaba, ¿pero que?

sus labios  tan sensuales, invitaban  a algo  más..., “la besaría”, me   invitó a  una  copa que rechace

olvidé  por  un momento  a  que  había   subido, me  hipnotizó  su  belleza, menudo  detective  era....


Después de quince días de investigación, encontramos el cadáver, su   mujer fue al  deposito, era  él,

era como  una  pesadilla, lloraba la perdida de su marido, suplicaba que encontrásemos a su asesino.


Reconozco que  estaba  enamorado, me tenía completamente cegado ¡por  tenerla  entre mis brazos!

en la  victima había  datos concluyentes, según  los forenses la última palabra la tienen los  muertos,

cada  vez  las  pruebas  estaban  mas  claras,  tenía  que  seguir  investigando,  quisiera equivocarme,

habíamos interrogado a los camareros, a  bailarinas  y todos  decían  lo mismo, era un buen hombre,
entonces  cuando  ya me  marchaba, llegó Julia asustada, no quería que la vieran hablando conmigo,
no podía creer lo que estaba viendo, esa cinta... era la prueba definitiva, pero en el fondo ya lo sabía,
nada podía hacer, con  una gran  decepción fui a buscarla para  detenerla, ella  me  estaba esperando,
andando hacía ella, dispara, tumbado en el suelo siento un beso, su beso, el beso... de la muerte.

"El beso eterno" y "el beso más hermoso"

El beso eterno

Lo tomó de la mano muy decidida. Llevaba mucho tiempo aguardando. Lo conoció cuando él era bien joven, un día que había tenido un desafortunado accidente.
Se enamoró por completo, apasionadamente. Y desde entonces lo rondaba de lejos, a distancia, sin que él se percatase de nada. Parecía que la esquivara. Aún no era el momento.
-¡Ya es la hora, mi amor, no tengas miedo, vamos juntos!
La muerte enamorada apenas le rozó los labios, sellándolos con un eterno beso.


El beso más hermoso
Pensabas que eras demasiado mayor para volver a ilusionarte como un colegial y, sin embargo, aquí estás deseando que regrese pronto y te salude y se interese por cómo has pasado el día y te haga mil preguntas sin esperar respuestas, pues ella te irá contando como un torbellino todo lo que éste le ha deparado y tú la mirarás embobado, sonriente y orgulloso, sintiéndote cómplice una vez más de los secretos y confidencias de las que, sin meditarlo demasido, te hace portador. Nunca hubieras imaginado que, a pesar de la diferencia de edad, podrías congeniar tanto con otra persona, que te haría reír y soñar, ni que la vida pudiera volver a cobrar sentido cuando ya la espalda inicia una leve curva sobre sí misma, independientemente de tu voluntad, y tus cabellos comienzan a clarear.
La mirarás orgulloso, como los más ancianos contemplan aquel árbol que sembraron hace ya mucho y que se levanta imbatible abriendo sus ramas hacia el cielo. Y ella te dirá ¡Abuelo! Y te estampará un sonoro beso, que te hará el hombre más feliz del planeta.



Magdalena Carrillo

jueves, 28 de abril de 2011

LA MALDICIÓN DE PAVLOV

           Besé a Lucía un siete de diciembre de 1995, al mismo tiempo que la sonda de la misión Galileo penetraba en la atmósfera de Júpiter, justo una semana antes de que se firmaran los acuerdos de paz que pusieron fin a la guerra de Bosnia, el mismo año que Thomas Vinterberg y Lars Von Trier crearon el movimiento cinematográfico Dogma, el año que el último acorde de The Bends quedó registrado para la posteridad (a mayor gloria de Radiohead), el año que Saramago nos dejó a todos ciegos. Pero en ese momento, con dieciséis años,  poco me interesaba la atmósfera de Júpiter, la guerra de Bosnia, el cine Dogma, Radiohead o el señor Saramago. Lo único que quería era besar a Lucía, y lo hice. No obstante eso marcó mi vida para siempre, y no como todos ustedes se imaginan. Y es que soy un tipo que, desde ese siete de diciembre de 1995, tiene un problema muy grave.

            Tres cosas sucedieron al mismo tiempo y en el mismo lugar justo en el momento en que yo le planté un beso a Lucía:

            1.- Sonaba The Partisan de Leonard Cohen en la habitación contigua a la mía. Por lo visto a mi hermana mayor le dio por escuchar a Lonard Cohen mientras mi mano se deslizaba inexperta bajo la blusa de Lucía.
            2.- Un intenso olor a vino consiguió filtrarse desde la cocina hasta mis fosas nasales, atravesando el comedor y el pasillo. A mi padre se le cayó una copa de tinto en el momento más inoportuno.
            3.- Lucía pronunció una frase antes de besarme, apenas una fracción de milésima de segundo previa al contacto de nuestros labios. Fue como si su lengua depositara en el interior de mi boca aquellas palabras: “me alegro de estar aquí”.

            De Lucía ya no volví a saber apenas nada, pero fruto de un maleficio, de una perversidad del destino, de la extraña conjunción de los astros, del dichoso movimiento Dogma o de la misión Galileo fue que mi comportamiento quedó alterado para siempre. ¿A qué me refiero?, mejor nos guiamos con estos ilustrativos ejemplos:

            1.- Cafetería del centro de Alicante, un día como otro cualquiera del año 1998. He quedado con una compañera de la facultad para dejarle unos apuntes de Protohistoria de la Península Ibérica. Me acompaña mi novia, Ana. Cuando estoy a punto de pasarle la mercancía (dos encuadernaciones) a Julia, que es como se llamaba la destinataria de mis apuntes, comienza a sonar una canción de Leonard Cohen. Una fuerza irresistible hace que me abalance sobre Julia y comience a besarla , ante la atónita mirada de Ana, ya mi ex.
            2.- Final de la Champions League del año 2002. Mi director de tesis doctoral tiene dos entradas y me dice si quiero acompañarle. Acepto. En el estadio, en el mismo momento en el que César pide el cambio, el que iba a dirigir mi tesis me dice: “me alegro de estar aquí”. Fue la primera vez que besé a un catedrático.
            3.- Año 2005, cena de fin de curso con mis alumnos del instituto. Es mi primer año de profesor. Estamos en una pizzería. Jóvenes de quince años ansiosos por parecer mayores. A mi lado se ha sentado Laura, la chica popular de la clase. La cena transcurre sin mayor complicación hasta que un sonido cristalino acompañado de un fuerte olor a uva fermentada invade mis sentidos. Todos lo vieron.


            He intentado justificar mi comportamiento toda mi vida; delante de mi novia, de mi director de tesis doctoral y del juez. El resultado es el siguiente:

            1.- Estoy soltero.
            2.- Nunca terminé mi tesis doctoral.
            3.- Espero en la cárcel a que mi abogado tenga éxito con el recurso.

Y AÑORÉ MÁS QUE NUNCA SUS BESOS. Marige Torres

Y AÑORÉ MÁS QUE NUNCA SUS BESOS
La vida ni se ve ni se toca, siempre nos basamos en el estricto significado de la lengua, carece de color alguno y no sabe a nada. Aunque negando toda credibilidad literaria, la vida nos puede llevar al cielo o al infierno, podemos verla de color de rosa o gris como una tormenta de verano y hasta incluso encontrarle un sabor dulce como la miel o amargo como la piel de un limón.
Entonces ya podemos comenzar la historia de la vida en sí, no de su atributo lingüístico sino de su sentido esencial que no es otro que el tiempo.
Cada vida, por minúscula que sea, tiene un espacio en el tiempo, y reconozcamos pues que este nunca acaba, ni aún cuando la susodicha vida deja de serlo. Pero estimados alumnos hoy no vengo dispuesto a exponeros una teoría metafísica sobre la vida, hoy quiero hablaros de los besos, de su importancia, su significado y su sentido.
Los jóvenes alumnos se miraban sonriendo y susurraban palabras sarcásticas como, este viejo está loco. Pero yo me aferré fuertemente al atril, en el que durante tantos años había repetido una y otra vez, una y otra vez, teorías metafísicas a diferentes generaciones de jóvenes. Todo ser humano ha experimentando en su vida el sentido del beso pero cada beso, al igual que cada persona, es único e irrepetible en   nuestras vidas y en nuestro tiempo. Comparar entonces un beso, o hablar de él de una manera objetiva es teóricamente imposible. Como soy yo en este caso, el que habla el sujeto en si, os diré que en mi vida ha habido cabida para todo tipo de besos, el beso de un hermano, el de un amigo esos para mí son muestras de aprecio y cariño, el primer beso robado, el beso de una amante, esos para mí son besos pasionales y soñados, el beso de mi compañera, entendiendo por compañera a la mujer que me acompaña por este camino incierto de la vida, es un beso de bondad, cariño, compresión. Y queridos alumnos he de deciros desde la subjetividad en la que me estoy basando para daros esta mi teoría sobre el beso, que para mi el sentido más verdadero de un beso, es el beso de amor de una madre, en el que además de todos los conceptos ya citados de los sentidos del beso, añadiría que es el único beso en el que cabe enteramente la palabra amor.
Terminé la clase, los alumnos seguían susurrando palabras irónicas y sonreían cínicamente a mi paso, no me importó. Llegue justo a la hora prevista, las personas que allí se encontraban parecían forasteros ante mis ojos cristalinos, abracé fuertemente a mi hermano dándonos un beso de dolor y tristeza, y no pude evitar mirar las palabras que yacían en el frío mármol blanco junto a un ramo de flores frescas… tus hijos jamás te olvidaran.
Y añoré más que nunca sus besos.

miércoles, 27 de abril de 2011

EL JARDÍN DEL BESO. Eufrasio Saluditero

Yo me he criado en el barrio de la plaza del jardín del beso. Cuando éramos niños, las ancianas nos contaban los orígenes del nombre de la plaza; unas, que fue donde unos jóvenes amantes sellaron, con un beso, un amor censurado por sus familias; otras, que fue punto de partida de las glebas de aquella guerra tan antigua – que se había perdido ya hasta la fecha en sus memorias – donde se despedían, con un beso, de sus madres, hermanas, esposas e hijas. Don Polieucto, anciano cultivado y leído, aseguraba que la plaza tomaba el nombre por conmemorar un gesto que traía la sagrada escritura de traición entre dos hombres.
     Durante la pubertad el jardín servía para perdernos por sus revueltas, fuera del alcance de las miradas censoras de nuestras abuelas y abuelos, para besarnos según ellas, para fumar según ellos, para descansar de sus miradas según nosotros.
     Con la madurez el beso pasó de ser una palabra a un verbo y el jardín un recuerdo cuando nos convertimos en padres y, casi sin darnos cuenta, en abuelos justo el día en que compruebas que, paseando por el jardín, la chavalería disimulaba cuando pasabas por delante de ellos.
     El tiempo libre que da la vejez la empleé para descubrir que el jardín del beso en realidad se llamaba “del bessó”, que aquí significa mellizo; y que era el apodo del antiguo propietario del jardín antes de que Mendizábal lo expropiara junto al palacio – hoy desaparecido por los bombardeos de la última guerra - pero que al nacer uno de ellos murió y el otro no conoció mujer desapareciendo con él, la familia, el palacio, la tierra, para quedar sólo el nombre del Beso.

martes, 26 de abril de 2011

MEMORIAS DE UN ROBLE Yolanda Nava Miguélez

El tacto de su mano removió mis entrañas de madera acercando los recuerdos de un tiempo tan especial como lejano, a la oscura y enorme bodega en la que ahora vivo.
Recuerdo que venían cada tarde y se quedaban a mi lado hasta que la negrura de la noche se deslizaba entre mis ramas; creo que me eligieron por mi situación estratégica y mi grueso tronco al abrigo de miradas curiosas; a mi lado compartieron confidencias y se fueron conociendo y enamorando hasta que un día, llegó al fin, su primer beso: fue un beso torpe, de principiantes, que les llenó de rubor y les hizo dueños del más preciado de los tesoros: la ilusión.
Me eligieron también para celebrar su aniversario; llegaron vestidos muy elegantes para la ocasión, con unas copas y una botella de un vino excepcional: un “gran reserva”, que se llevó parte de sus ahorros, la fecha lo merecía. Brindaron por un futuro en común, que quién sabe si llegaría algún día, y se abrazaron emocionados. El líquido color cereza les hizo poner los ojos en blanco: “sabe a tus besos” -dijo él- mirándola cómplice.
Ella le pidió que trazara un corazón sobre mi corteza y que pusiera dentro la fecha de su primer beso como recuerdo, el corte fue profundo, pero no me importó; juré que lo cuidaría y conservaría siempre.
Pero mi suerte cambió, me arrancaron de la tierra y me convirtieron en la barrica que ahora soy, no reniego de mi destino ya que custodio el mejor caldo de una importante bodega, dicen que mi contenido es excepcional, el mejor en muchos años, creo que es cierto, los matices de su sabor son un deleite.
Hoy les reconocí entre las personas que nos visitan, han cambiado mucho: él está casi calvo y ella ha ganado peso, caminan torpemente cogidos de la mano; parecen felices. Ella, cansada, se ha detenido a mi lado y al apoyar su mano sobre mí, ha detectado una marca que burló el lijado en una de mis tablas: la fecha de su primer beso. Han reído y llorado ante el hallazgo, y yo he sentido cómo los recuerdos agitaban mi corazón de madera; él le ha prometido que brindarán con una botella de mi caldo al precio que sea, que intuye su sabor dulce e intenso: como sus besos.

"EN EL CALOR DEL INVIERNO" De Lara Hernández Abellán

Llegó el frío, pero con catorce años, los grados no se sienten, no se te cuelan en el cuerpo como ahora. Te ríes de él y sueles gastar bromas con ese vaho que te sale de la boca.
Con catorce años, el mundo aún es tuyo y marque lo que marque el termómetro, siempre tienes calor. Por entonces yo era así, una loca que nunca tenía frío.
Con catorce años estaba enamorada por primera vez en mi vida y podría haberme pasado el día y la noche paseando en camiseta sin notarlo. Mi corazón y mi piel eran demasiado jóvenes para saber lo que era quejarse de frío, cansarse por caminar o romperse de desamor. Todo eso lo aprendieron con el tiempo. No podía ser de otro modo.
Andábamos por calles, rodeados de amigos y sintiéndonos solo uno. Los dos sabíamos lo que pasaba, lo supimos desde el momento en el que nos presentaron en el patio del Instituto, tuvimos que bajar la mirada porque nos sonrojamos a la vez. Preciosa vergüenza aquella.
Con catorce años se escuchan una y otra vez las mismas canciones y en aquel viejo antro, que hace siglos que no existe, hasta nos las ponían en orden y cuando sonaba la nuestra, la mas bonita de todas, nos mirábamos de reojo. La ponían a las diez, justo antes de irnos, y esperábamos nerviosos esa mirada segura desde que salíamos de casa cuatro horas antes. Cada noche lo mismo, durante semanas que se hicieron eternas y que ahora me parecen un suspiro.
Con la entrada del nuevo año y una botella de sidra para ayudarse, me acarició la mano por primera vez al ir a felicitarle. A mi me temblaron las piernas y él lo notó. Siempre he estado segura de que lo notó. Toda aquella enorme plaza lo debió notar.
Y una tarde me besó, de la manera mas dulce que se pueda besar. Rodeados de gente que bailaba y que no nos prestaba atención. Sonó aquella canción, le sonreí y él me besó. Después se acercó a mi oído y aún con los ojos cerrados le escuché susurrar un “Te querré siempre“. Volví a sonreír.
Con catorce años, solo se dicen verdades, no hay por qué no decirlas. Pero yo me callé, no pude responderle. Sólo sonreí. Aún sintiéndolo igual que él, aún pensando que jamás dejaría de sentirlo. Sólo le sonreí.
Fue mi primer beso y uno de esos momentos que te vienen a la memoria a menudo , lo recuerdo intacto, cada segundo de aquella tarde, cada paso que dimos... He pasado mucho frío desde entonces y tuve que aprender a protegerme la piel y el corazón, no me quedó mas remedio, pero nunca he podido olvidar aquel beso.
Y tan sólo le sonreí...

Del quinto, ni me acuerdo.

Mi tercero, fue menos traumático, más audaz, más experto, pero la urgencia de seguir sumando le restó importancia.
Del quinto, ni me acuerdo.
Mi primer beso consistió en una aproximación, un cerrar de ojos y un suave contacto que duró toda una vida.
En una playa gaditana, paseábamos de noche, consumiendo la última hora antes del toque de queda impuesto por nuestros padres. Tenía quince años. Hacía dos semanas que nuestras manos se buscaban, que nuestras miradas se fugaban, que nuestros cuerpos encontraban cualquier excusa para rozarse. Dos semanas, el verano tocando a su fin y todavía no nos habíamos besado.
Mis amigos me apremiaban, ella les había confesado que yo no quería besarla, que sólo hablaba y hablaba y la miraba de un modo extraño. En mi defensa argumenté, que porqué tenía que asumir esa responsabilidad, si ella también tenía labios. Nosotros, somos los que empezamos esta guerra, me dijeron. No te esperará siempre.
Fijamos la fecha, sería el sábado por la noche. El lugar, no admitía dudas, la orilla del mar, con las olas de testigos y la oscuridad como cómplice.
Y allí estaba yo, cogidito de su mano, ella hablando, yo sin escuchar una sola palabra, pergeñando algo que me perseguiría para siempre, buscando una señal que me diera el valor necesario para arrojarme al abismo voluntario del primer beso.
Será en la próxima duna, no, es demasiado alta, podrían vernos. Con la próxima ola… son demasiado frecuentes, la marea está subiendo. Una ola alcanza mis pies desnudos, es el momento, no, con los pies enterrados en la arena soy más bajito que ella y estoy en clara desventaja. La playa se acaba y ya llego tarde al toque de queda, soy un fraude, ni siquiera he presentado batalla, esta guerra está perdida.
Alguien grita mi nombre, sumido en tormentosas cavilaciones, sin darme cuenta, la he soltado y me he alejado unos metros. Viene hacia mí, me rodea por la cintura, acerca su boca a la mía, cierra los ojos y me besa. Todo sucede tan rápido, que apenas me doy cuenta de que su lengua está llamando a la puerta de mis dientes, la dejo pasar y sonriendo digo adiós a mi adolescencia.
¿Es que nunca pensabas darme un beso?
Me lo has quitado de la boca.

Lucrecia Hoyos, Un beso bajo el ombú.


Sucedió de pronto, sin esperármelo. Nos veíamos todos los días en el trabajo. Conversábamos a menudo a la hora del café. Me caía bien ese chico nuevo, Pablo se llamaba. Tenía los ojos de caramelo y una sonrisa de uvas maduras que decía “cómeme”. Yo era una chica tímida, reservada. El tiempo libre lo pasaba en casa devorando libros o dando paseos por la ciudad cuando el tiempo era bueno. Llevaba siempre un cuaderno encima para escribir todo lo que me venía a la cabeza, era mi forma de no estar sola frente al mundo.

Aquel día fui al Jardín Botánico, me senté en un banco y comencé a escribir su nombre: Pablo, Pablo, Pablo… Lo repetí tres veces sin saber por qué y me quedé mirando el viejo ombú que me daba sombra.

-Hola, ¡qué sorpresa! –dijo una voz familiar a mi espalda. Me volví sobresaltada y allí estaba él, sonriente, con ropa informal y un libro en la mano.

-Hola -me levanté algo nerviosa y avancé mi cara para besar sus mejillas.

Él hizo lo mismo pero hubo una descoordinación en los movimientos y nuestros labios se rozaron levemente. Nos quedamos callados y sorprendidos, nos miramos a los ojos tímidamente. Después no sé qué pasó. Nos abalanzamos con fuerza y nuestros labios se acariciaron suavemente primero; con furia después, hasta quedar exhaustos.

Han pasado los días, las semanas y los años, cincuenta desde aquel primer beso. Hoy el ombú sigue regalándonos su sombra y protegiendo nuestras heladas copas de cava de la mirada de los extraños…

Manuel Solis, Un millón de besos

Y por fin nos besamos. Llevaba una semana ensayando en el espejo. Crearía unos segundos de silencio, te miraría fijamente a los ojos y te daría el aviso. La “mueca triunfadora”, la “sonrisa victoriosa”, ese “lo tengo todo bajo control”, vos me devolverías una mirada de “lo estaba esperando” , o de “me adivinaste el pensamiento” y juntos comenzaríamos ese viaje en el interior de nuestras bocas, un viaje lleno de piruetas y bañado en saliva, un viaje en el que el tiempo se pararía y no encontraríamos ningún otro sentido a nuestra existencia: habríamos nacido para ese beso.

Pero lo cierto, es que mi decepción fue muy grande. No hizo falta ser ningún Casanova para darse cuenta a los pocos segundos de que no tenías ni idea de besar. No abrías casi la boca y mordías mis labios, convirtiendo este acto tan amoroso en una dolorosa penitencia. No obstante , en seguida noté una sensación positiva. Mientras te besaba conseguí recordar en un mismo instante todos los besos que había dado y recibido en mi vida, una especie de biografía amorosa instantánea al más puro estilo Borgiano, algo así como el Aleph de los besos.

Mientras intentaba educarte intentando convertir aquella pelea en algo satisfactorio, seguía viéndolas a ellas: la bailarina brasileña con la que pude entender el significado de un cruce de lenguas, aquella compañera de instituto con la que di mis primeros besos con sabor a whisky, el apasionado encuentro en los probadores de unos grandes almacenes en Washington D.C con una estudiante japonesa, hasta aquella modelo de Barcelona que me besó pensando que yo era otra persona , y muchas otras más experiencias.

En principio no pensé volver a verte más. Pero después sentí que necesitaba besarte todos los días. Mientras lo hacía, me sentía como si estuviera con todas a la vez y eso me fascinaba.

Estuvimos tres meses saliendo, tres meses viviendo aquella experiencia única. El sexo no me importaba porque aquella sensación era muy superior, no quería dejar de besarte, estaba obsesionado. Pero un día fui a buscarte y nunca más te encontré. Te llamé mil veces por teléfono y nunca respondiste a mis llamadas.

Dicen que cuando alguien desea demasiado a otra persona, termina siendo rechazado.
Lo cierto era que yo nunca te había deseado a vos, sino a lo que representabas, y ahora cuando beso a otras mujeres y mi imaginación me hace recordarte, me pregunto justo eso: si solo fuiste producto de mi imaginación.

DEL 18 AL 24 DE ABRIL


RELATOS INSPIRADOS EN ESTA FOTOGRAFÍA:
# AL ROMPER LA HORA
# UN GORRO NEGRO Y PUNTIAGUDO
# SILENCIO

lunes, 25 de abril de 2011

DEL 18 AL 24 DE ABRIL

RELATOS INSPIRADOS EN ESTA FOTOGRAFÍA:
# La casa de los espíritus
# Marisi Garcia Rivas CARA A CARA
# DOMINGO DE RESURECCION
# Momentos
# Alberto Marrone, "EN LA PLAYA"
# - Pues parece que no quedó tan mal! - ¡ Bueno, est...
# EL LIBRO. María Gertrudis Torres Mazón
# AVENTURAS Y DESVENTURAS DE JUAN OLARZOLA
# Lucrecia Hoyos, PREMONICIÓN
# Relax con garbí y tres idiotas de fondo.
# Yolanda Nava Miguélez, LA DEDICATORIA

jueves, 21 de abril de 2011

AL ROMPER LA HORA

Gol de Cristiano a pase de Di María en la final de la copa del Rey, esta era la señal que esperaba en vísperas del Jueves Santo. Dios me ha hablado por medio de un partido de fútbol.
Nunca fui muy creyente, siempre tuve dudas, dudas que mis padres no sabían solucionar, respuestas que los terciarios capuchinos del colegio no sabían darme.
No tengo amigos, dicen que no soy normal porque me cuestiono las cosas que todos deberíais cuestionaros. Nadie me entiende y no me importa.
Hoy es un día importante en mi pueblo, esta noche a las 00:00 será la rompida de la hora, miles de bombos y tambores sonando al unísono. Padres, madres, hijos, hijas, nietos, nietas, abuelos y abuelas, como borreguitos alienados, todos juntos, haciendo ruido durante 24 horas para conmemorar la muerte-sacrificio de Cristo.
Estaré en el lugar perfecto, hace tiempo que lo elegí, está en altura, con buena visibilidad, allí seré invisible y a las 00:00 aprovecharé el sonido ensordecedor de la percusión, para disparar una y otra vez la escopeta con mira telescópica de mi padre, escopeta que llevaré oculta bajo los pliegues de mi túnica púrpura. Cuando se den cuenta, cuando reine la confusión, la última bala será para mi.
Que nadie culpe a nadie, el Cristo de la buena muerte me lo ha ordenado.

Cuando la Guardia Civil registró la habitación de Ana, sobre su tambor, encontró esta nota de suicidio. Su padre murió de un certero disparo en la cabeza. Otras nueve personas más dejaron de hacer ruído.

UN GORRO NEGRO Y PUNTIAGUDO

Me daban miedo. No podía evitarlo, aunque tengo que reconocer que ejercían sobre mi una fuerte atracción, tan llenos de misterio, siempre erguidos y moviéndose todos a la vez, iba de la mano de mi abuela y cuando... se acercaban le apretaba tan fuerte que me regañaba, ¡pero niña, que me haces daño!; el sonido de sus trompetas traspasaba mis tímpanos y me transportaba por lugares que, mi caprichosa imaginación llenaba de misteriosos templos y siniestros y ancianos sacerdotes; en algún recoveco de mi infantil cerebro se mezclaban retazos de visiones borrosas del Ku Klus klan, (que espié furtiva mientras mamá la veía con las tías), con los papones, unos y otros se me antojaban seres venidos de lejanas galaxias.
Cuando conocí a Gabriel y me confesó su devoción y las fechas que inexcusablemente había que reservar para sus desfiles como papón, me quedé petrificada, lo intenté pero no pude seguir con él, cada vez que se me acercaba en la intimidad, me lo imaginaba con el gorro puntiagudo negro y amenazante sobre su cabeza y mi libido se desmoronaba cuan endeble castillo de arena hacia la apatía y el más frío de los fríos, una pena, era tan mono.

SILENCIO

Dedicado a todos aquellos que, en el silencio, son capaces de decir tanto.

-         Quiero que me expliques qué te mueve a salir debajo de un trono, a pasar horas y horas con ese pasito corto transportando un trozo de madera policromada, con siete pequeños trozos de cristal simulando lágrimas que resbalan por la mejilla.
-         ...
-         Quiero que me expliques qué razón hay para que alguien tan inteligente como tú, que lees a Pamuk, que ves películas de Luis Buñuel y David Lynch, que citas a los teólogos de la liberación, que dices ser un tipo de izquierdas soñador, para emocionarte cuando en una de esas “levantás” y al grito de "¡al cielo con ella!” del capataz un nudo te aprieta el corazón como si de una corbata se tratase.
-         ...
-         Quiero que me digas la verdad. Quiero que me digas que todo esto no es más que folklore, el reducto de una España de “charanga y pandereta”, los últimos coletazos de un pueblo estúpido y atrasado.
-         ...
-         En serio, por favor. Habla. Dime que hoy no volverás a llorar cuando una saeta rompa el silencio de la noche, cuando alces la mirada y veas la luna llena atravesada por una fugaz nube con forma de navaja, cuando los incensarios se balanceen al compás de “La madrugá” de Abel Moreno, cuando escuches el tintineo de las bambalinas del palio, cuando la cruz guía atraviese el arco de la iglesia y los cirios iluminen las regiones más oscuras de tu alma, cuando tus hombros hiervan dulcemente al contacto de las “trabajaderas” (esas a las que gustas llamar “trabajaderas de gloria”), cuando reces con tus compañeros costaleros bajo su manto, cuando me veas entre la gente y en mi sonrisa adivines todas mis preguntas.
-         ...
-         Al menos quiero pedirte una cosa. Hoy, en la procesión, piensa en mí.

miércoles, 20 de abril de 2011

La casa de los espíritus

- Hola, perdona mi atrevimiento, pero siempre te veo cuando te vas de la playa que es justamente cuando vengo yo. Para una vez que coincidimos tengo que aprovechar la oportunidad de saludarte. Me llamo Ernesto.

- Hola Ernesto, ¿te importa que corrija algo de lo que acabas de hacer?, soy profesora, suelo dar lecciones y también tengo que aprovechar la oportunidad de hacerlo.

- Claro mujer, dime lo que tu quieras.

- ¿Te funciona esta forma de entrar a las chicas en la playa?.

- No siempre.

- Y te voy a decir porqué. Mira, cuentas con una buena percha y eso es importante, pero conmigo y supongo que es un fallo que sueles cometer, has sido un poco brusco, has roto mi burbuja sin miramiento alguno, ¿quieres que te enseñe a hacerlo mejor?.

- Me encantaría.

- La primera norma es observar, apuntar bien los detalles. Debes situarte a cierta distancia, en una posición ventajosa en la que observes sin ser observado. Tu toalla estaba a pocos metros de mi silla, no parabas de mirarme y sabía lo que ibas a hacer en todo momento. Después tienes que trazar un buen plan, para una chiquilla valdría lo que has hecho, pero para una mujer como Dios manda, no es suficiente. Si hubieras sido más observador, te habrías dado cuenta de que estoy leyendo la casa de los espíritus.

- De Isabel Allende, si, lo he visto.

- Muy bien, pues con este dato importantísimo ya puedes trazar un buen plan.

- Así que te va ese rollo literario, muy bien, déjame intentarlo de nuevo.

- Estoy ansiosa.

- Hola, perdona que te moleste, a mi no me gusta que lo hagan mientras leo, pero Isabel Allende es mi escritora preferida y llevo unos días esperando una señal para acercarme a ti y cuando te he visto leyendo esta novela, me he dicho, o lo haces ahora o nunca te atreverás a hacerlo.

- Muy bien, estás lanzado, sigue.

- ¿Sabías que fue su primera novela y que esta obra situó a su autora en la cúspide de los narradores latinoamericanos e inauguró una brillante trayectoria literaria que con los años no ha dejado de acrecentar su prestigio?. Una novela de impecable pulso estilístico y aguda lucidez histórica y social.

- Uf, muy mal, me estoy enfriando bajo un sol de 38 grados, pareces la wikipedia.

- Espera, espera, se que puedo hacerlo mejor. Si nos atenemos al realismo mágico, yo bien podría ser Esteban Trueba, un hombre poco sensible pero muy trabajador que se enamora de Clara, esa podrías ser tu, una mujer de otro estamento social, una mujer que podría enseñarme a querer, a ser más humano, que puede convertir mi corazón en un órgano capaz de bombear sangre y guardar sentimientos a un mismo tiempo.

- Ahora si que empezamos a entendernos.

- ¿Puedo preguntar tu nombre?, el mío ya lo sabes.

- Me llamo Leila.

- Leila, soy un fan incondicional de Eric Clapton. Y dime Leila, ¿te gustaría tomar un café conmigo y poder hablar tranquilamente, alejados del ruído del mar, de las casualidades, de los encuentros, de lo que un hombre como yo puede aprender de una mujer como tu?.

- Pues va a ser que no. Ernesto, te voy a dar un último consejo: jamás molestes a una mujer que está leyendo sola en la playa, si está sola es que quiere soledad.

- ¿Entonces a qué ha venido corregirme?.

- Así somos las profesoras.

- Pues la próxima vez que no quieras atraer la atención de un hombre en la playa mientras lees, al menos, ten la decencia de poner el libro al derecho.

Marisi Garcia Rivas CARA A CARA

No era la primera noche que pasaba despierta. Desde hacía unos meses, la oscuridad de la noche, la transformaba. En esas horas, desaparecía la pereza. Durante el día, acudía a sus rutinas, sin estar presente. El tedio de su vida, la envolvía. No buscaba nada, aquí estaba lo extraño, ya no se oía esa risa contagiosa, con la que despertaba e iluminaba todas las horas. Sin embargo, esta última noche, sintió algo nuevo e inesperado, a las 6 de la mañana, viendo que ya era imposible conciliar el sueño, se vistió. La mañana prometía lluvia, se colocó el chubasquero en el último instante y salió al frescor del día apenas comenzado.
Se preguntaba, mientras sus pies se dirigían hacia la playa. No sabía como había entrado en ese pozo, la desidia no solo la anulaba, no se esforzaba lo más mínimo para ahuyentarla. Ella, la flor de la alegría, la que siempre tenía palabras mágicas, para espantar toda sombra de dolor entre sus amigos. La que contaba chistes y se reía continuamente de ella misma. Ya vés, se decía, ahora, he tocado fondo y han pasado tres meses, menos mal, que hoy no pude dormir, ha sido el estímulo que necesitaba para despertar.
Ya estaba en la playa, se descalzó y disfrutó de la humedad de la arena, el mar tiene poderes, y yo allí hablando con mi almohada, qué horas perdidas, hablaba en voz alta, sus pasos se convirtieron en danza. Bailaba y gritaba. Era un reencuentro con su alma, la había dado por perdida y allí estaba, se fusionaron mientras el sol despertaba.
Se sentó un rato, el sol la acariciaba, la lluvia hizo una pausa para no molestarla. Miraba la orilla ensimismada, esa quietud de azulina agua, le contagió una alegría renovada. Ahora, vendré todos los días, esta hora será mi aliada, con la sonrisa en su cara, hacia planes, daba gracias, sin saber a qué, sin saber a quién, a todo y a nada. Sacó el libro que llevaba, su más fiel compañero, no se sentía viva si no leía, bromeaba diciendo a todos, que ella nació con tres manos, las dos de dedos eran solo para sujetarle el más preciado de los regalos, el libro, su tercera mano. Y desde ese día, si paseas al alba por la playa, verás sentada a esa mujer y a su libro. La llaman… La eterna Enamorada.

lunes, 18 de abril de 2011

Momentos

Su mente se queda en blanco, deja la lectura del libro que sostiene sobre las piernas, y contempla el mar, el horizonte y la isla soñada, a la que nunca puede llegar. Siente la brisa sobre su rostro y su cuerpo cálido. Puede saborear el gusto del aire y la sal. Paladea el momento, presiente que esto y sólo esto sea la felicidad.
Instantes que se escapan y que, de alguna manera, quisiera atrapar para que pervivan en su memoria y no pasen al olvido. Para poder recordarlos, cuando le sea preciso.
De la lista de relámpagos radiantes, que se han deslizado, veloces, por su vida intuye que éste merecería el primer lugar.

Alberto Marrone, "EN LA PLAYA"

El cielo estaba límpido sin ninguna nube, la playa desierta, el mar era manso, la brisa aportaba paz y calma… Y ella sentada un su reposera, ensimismada absorbía con avidez los primeros rayos del sol, mientras sus ojos concentrados seguían las líneas de palabras de un grueso libro. Y yo la miraba.
Su mente volaba vaya a saber en qué mundos, con qué personajes, embelesada y sumergida, en vidas que antes ni conocía. Y yo la miraba.
Ella iba al encuentro de algo que estaba a punto de ser y aún no sabía que sería, con el dulce sabor de ir descubriendo lentamente el gusto exquisito de un plato desconocido. Y yo la miraba.
Sus manos suaves daban vuelta las hojas acariciando el papel como quien acaricia un niño. Ella se comunicaba en una intimidad con el libro, en donde él le hablaba y su alma contestaba. Y yo la miraba…"

EL LIBRO. María Gertrudis Torres Mazón

Voy abriendo paso a tan bella historia. El paisaje no puede ser más perfecto, el mar está quieto como si hubiera decidido quedarse dormido por un momento y el sol se mira descarado sobre sus aguas como si estuviera alardeando de su hermosura. Parece ser que hoy es el día ideal para leer, la playa está casi vacía y uno se puede concentrar, pasa la página y poco a poco se mete en mis entrañas, las palabras le envuelven poniendo todos los sentidos en ellas, se queda preso, todo parece ir bien aunque siento un leve cosquilleo por mi costado debe de ser el levante del mediodía, ahora es el comienzo del primer desenlace, digamos que es mi favorito, le está gustando lo puedo percibir…

.- Oiga señor, su sombrilla está en el agua. Dice un niño.
.- gracias chaval, estaba tan ensimismado leyendo que no me he dado cuenta.

… No, otra vez me he vuelto a quedar a oscuras y este maldito plástico que me oprime el corazón.


AVENTURAS Y DESVENTURAS DE JUAN OLARZOLA

“Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos; pero yo, el que escribe, habré entrado hace mucho en la región de las sombras”. Sombra, E.A. Poe.

            La Playa era el mundo, y aquel mundo era una enorme playa. Sobre la arena, suspendidas, cientos, miles, millones de hamacas. Continuamente aparecían del agua nuevos habitantes, cogían sus libros de la orilla y ocupaban su lugar. Todos saben  que los libros necesitan nacer en el borde del mar, como las armas nacen en los yunques y las letras en los labios de otros seres que habitan lejos, muy lejos de la Playa. Juan Olarzola apareció en la orilla, con la mirada contrariada. Nacer no es fácil. Por instinto cogió su libro, aún húmedo, y se encaminó, pisando la dulce arena (dulce aquí no es un adjetivo utilizado con intención lírica, sino que simplemente describe la realidad: la arena, en la Playa, es azúcar), a su correspondiente hamaca. Una vez allí abrió su libro. Aventuras y desventuras de Juan Olarzola, de Marco Antonio Torres Mazón. Cerró el libro. Miró a su derecha, donde Hans Castorp leía La montaña mágica, y luego a su izquierda, donde Leopold Bloom hacía lo propio con Ulises. Juan Olarzola esbozó una sonrisa y volvió a abrir su libro. Comenzó a leer: “Capítulo Primero. La Playa. La Playa era el mundo, y aquel mundo era una enorme playa. Sobre la arena, suspendidas, cientos, miles, millones...”.

Lucrecia Hoyos, PREMONICIÓN

Lelia se despertó relajada. Estaba en la playa con un libro desatendido sobre sus muslos. El sol de primera hora de la mañana calentaba su cuerpo escudado en crema de factor 50. Llevaba gafas de sol y sombrero. No sabía el tiempo que había estado dormida. Apenas recordaba el contenido del sueño que acababa de tener. Miró la hora, las diez de la mañana. Se había instalado allí a las ocho con su Mp3, su toalla, un almohadón, y una mini nevera con un bote de té y un puñado de cerezas. Las diez era su hora de volver a casa. Se demoró un rato aquel día. Se dio un buen baño y se dispuso a mimarse con los frutos escarlatas y el té verde. ¡Qué placer! –pensó, justo en el momento en que le vino un retazo de la historia que acababa de soñar: un hombre con un cuerpo de vértigo le hacía el amor en plena playa. Se turbó con el recuerdo. En ese momento oyó una voz a su espalda.
-Hola, perdona mi atrevimiento, pero siempre te veo cuando te vas de la playa que es justamente cuando vengo yo. Para una vez que coincidimos tengo que aprovechar la oportunidad de saludarte. Me llamo Ernesto –dijo ofreciéndole su mano.
-Hola –acertó a decir apenas Leila mientras miraba incrédula el cuerpo y el rostro de aquel hombre…

RELAX CON GARBÍ Y TRES IDIOTAS DE FONDO. Saluditero

Que tranquilidad. Si no fuera por esos tres idiotas que están en el agua haciendo demostraciones de testosterona, sería perfecto. El garbí me hace cosquillas en la nuca. Que agradable es siempre a estas horas; luego se volverá leveche y ya no se estará tan bien en la playa. Incluso puede que me moje los pies cuando esos tres idiotas se vayan, pero parece que va para largo. De todas formas, no me gusta bañarme hasta bien entrado junio. En abril sólo se bañan en la playa los ingleses y los alemanes, y esos parecen ser de los primeros...creo.
El sol está apretando de lo lindo y las puntas de las hojas del libro empiezan a levantarse – esto va a ser que hay que ir pensando en marcharse - ¿Por qué no se imprimirán los libros con las páginas azules y con tinta blanca? Desde luego dañarían menos la vista, como a mí, que no sé dónde demonios habré dejado las gafas de sol. Porque en su sitio no estaban. La visera del sombrero no es suficiente. Tengo que comprarme una pamela como las de las carreras de Ascot, o directamente un sombrero de mariachi, no haría más el ridículo que los tres idiotas de ahí...¿dónde están?, ¡Ah, sí, allí los veo! Bufff, que susto. ¿Qué iba diciendo?. Lo del sombrero de mariachi. Sombrero de mariachi, sandalias de plástico y el bañador de flores del año pasado. Este verano tampoco vamos a ligar, por lo menos si llevamos eso puesto, así que el fin de semana que viene: ¡Shopping!
¿Sabes lo que te digo?, que me voy, que me he hartado de esos tres idiotas, que no se puede leer en paz. Me desconcentran. Con lo lejos que están y el follón que están montando, si es que no sé para que narices madrugo yo un domingo por ...

Yolanda Nava Miguélez, LA DEDICATORIA

Cada verano, en la primera semana de julio, llegas con tu familia. Tu presencia me llena de ilusiones desde hace tres años.
Este va a ser nuestro verano, ya somos adultos, y el tiempo del tonteo debe dejar paso a algo más serio. ...Me gusta todo de ti: tu forma de moverte, tu risa, ese aire misterioso que te envuelve y los libros que siempre te acompañan; gracias a ellos te conocí, ¿te acuerdas?, dejaste uno olvidado en la playa, lo encontré cuando la limpiaba, llevaba tu nombre y fue la excusa perfecta para entablar conversación. Era un libro lleno de poesías, de un tal Neruda, creo, yo de libros no entiendo nada, huí de ellos hace años, dicen mis padres que bien caro lo estoy pagando, pero yo no me quejo, alguien tiene que limpiar la playa ¿no?
Este verano será especial, lo pasaremos juntos porque yo sé que me dirás que sí, sé que te gusto. Ya estoy saboreando tus labios y el tacto de tu piel…
Me he encontrado otro libro en la playa, este es de un tal Saramago, es un libro maldito, ha destrozado mis esperanzas, junto a tu nombre lleva una dedicatoria con una fecha reciente: “Para mi prometida, con todo mi amor: Pablo.”

domingo, 17 de abril de 2011

Del 11 al 17 de abril.


RELATOS INSPIRADOS EN ESTA FOTOGRAFÍA:

# ODIO. Wisquensin Oregon
# DOCE AÑOS DE LAGRIMAS. Fina Fernández
# En mi rincón.
# Luis Mateo Díez, UN TESORO
# HACEDORES DE SUEÑOS. María Gertrudís Torres Mazón
# Parte del juego

Del 11 al 17 de abril.

RELATOS INSPIRADOS EN ESTA FOTOGRAFÍA:

# EL DEBUT DE ESTELA. Fina Fernández
# DALTÓNICO, LA PELÍCULA. Por Abuelino Patigüeño.
# OTRA MIRADA, de Alberto Marrone
# DALTÓNICO, de Saluditero
# La exploradora
# Lucrecia Hoyos, LA CONDENA
# ÚLTIMA VISIÓN. Marco Antonio Torres Mazón
# GUELIANDA

sábado, 16 de abril de 2011

Relatos del concurso "¿Dónde lees tú?"



Alberto Marrone
"EL TUNEL"

Alfredo avanza hacia la estación arrastrando sus pasos, sin percibir los olores, el bullicio, sin ver el gentío, sin sentir.
En su mente las ideas y las palabras danzan tan alocadamente que se mezclan, se enredan y se estrellan unas contra otras, y terminan desmayadas antes de concebir algún significado.
El tren se pone en marcha, las casas, los árboles pasan por su ventanilla a una velocidad que parece que se persiguen entre sí. Cada pasajero se recluye en su propio mundo, se cruzan por los pasillos del vagón, se tocan, se empujan, cada uno en su propio aislamiento.
Cuando el tren ingresa en el túnel, en la oscuridad, Alfredo siente en ese momento, en ese instante, que puede ponerse en contacto consigo mismo. Las palabras en su cabeza se ordenan, se alinean con sus miedos, sus dependencias, sus cárceles internas. Los monstruos se muestran en toda su dimensión, ya los ve, los conoce, ahora sabe como atacarlos, y a lo lejos la luz de la salida anuncia que el túnel se termina.

Lucrecia Hoyos
EL TREN, EL TUNEL Y EL TIEMPO...
Los trenes son mi lugar de lectura preferido. Será porque trabajo a una hora de distancia en tren y voy y vuelvo cada día. Dos horas, dos horas mágicas en que desconecto de todo y me enredo en miles de historias sucesivas. Voy avanzando con su marcha, hoy estoy en el Santo Domingo del siglo XVIII, en La ... isla bajo el mar, ayer me emborrachaba, de empleo en empleo, entre las páginas de Factotum. No sé por dónde andaré mañana. Lo que es seguro es esta ruta, este paisaje al que de tanto en tanto miro y cuyo descenso lento hacia la costa tengo grabado en mi alma, de modo que está también conmigo y, de alguna manera, interviene en el ambiente que imagino a través de las palabras impresas en los libros. Atravieso este túnel milenario y cierro los ojos un momento mientras exhalo un suspiro...

Jesús García Corredera (relato ganador de la semana)

Cuando los cabrones de RENFE echaron a Juan de su puesto de revisor, no pudo hacer frente a los plazos de la hipoteca y se fue a vivir a la entrada del túnel que cruzaba todos los días en su tren (le parecía más bohemio vivir debajo de un puente, pero no había ninguno cerca). El túnel era amplio, y el so ...l calentaba su boca desde primera hora de la mañana, por lo que no había humedad.

Además, no necesitaba mucho. Un infiernillo, un cajón para su ropa y sus libros y un viejo sofá, cuya espalda pegaba a la pared para dormir (por si venía algún tren a deshora) y giraba 90º para aprovechar todo el calor de la mañana mientras leía.

Juan estaba terminando Ana Karenina cuando el tren lo arrolló. El maquinista sabía que vivía allí y pitó varias veces, pero ¿quién podría perderse un final así?

viernes, 15 de abril de 2011

EL DEBUT DE ESTELA. Fina Fernández

 
            Estela estaba nerviosa, su debut en el teatro Campoamor fue anunciado por todos los medios de comunicación. El decorado está preparado, el paisaje de color azul y ocre le da un toque de fantasía a una historia triste.
            Estela se prepara con tranquilidad, no quiere olvidarse de ningún detalle, todo tiene que estar perfecto, Ana su mejor amiga le ayuda y tranquiliza.
            -Es la hora Estela. Le dicen.
            Cuando pasa por el pasillo la saludan dándole ánimos. Juan su representante le coge la mano y le dice
-No te preocupes todo va a salir bien, aprovecha esta oportunidad, abrirás puertas.
Estela sonríe tímidamente. Está a rebosar de gente, dice emocionada.
Según iba actuando los nervios iban desapareciendo, su timbre de voz clara y brillante en contextos corales y operísticos hizo que el publico se levantara en aplausos varias veces. Se sentía cómoda con su representación, una vez que terminó se emocionó viendo al publico de pie, aplaudieron durante diez minutos sin parar, Estela hacía reverencias dando las gracias y recogiendo algunas de las flores con que la obsequiaban.

DALTÓNICO, LA PELÍCULA. Por Abuelino Patigüeño.

        Un automóvil con una familia dentro viaja por una carretera. Los árboles son azules, el cielo amarillo, los tejados de las casas verdes, y la hierba roja, como lo han sido siempre para sus tripulantes. Los padres van hablando de sus cosas y el niño les interrumpe para decirles que los árboles son verdes y el cielo azul. El conductor se despista con los últimos comentarios, invade el carril contrario y se estrella contra otro vehículo (un camión porque el conductor sale ileso) Los padres han muerto y sólo se ha salvado el niño que está inconsciente.
Cuando recobra el conocimiento escucha la sirena de la ambulancia a lo lejos y a un guardia civil que insiste en que le hable. Mientras tanto, el otro guardia civil, que está tomando declaración al otro implicado en el accidente, a la vez que intenta calmarlo, avisa a su compañero que cubra los cadáveres con una manta porque han quedado a la vista y los coches que pasan están parando para ver el accidente y los cadáveres.
Eso es lo máximo que he podido entender después de ver varias veces la película. No puedo explicarles qué es lo que quiso expresar el autor. Incluso a la salida del cine la gente hacía comentarios diametralmente opuestos.
Resumiendo, queridos lectores: “Daltónico, la película” es tan malo como “Daltónico” el relato; un subproducto de serie Z si estuviéramos en los Estados Unidos de América (del norte) Una enorme tontería esférica, es decir, se mire por donde se mire.


OTRA MIRADA, de Alberto Marrone


   El camino se abría entre las curvas que peligrosamente serpenteaban las sierras, los árboles azules, violáceos, y el cielo en tonos de ocre estimulaban mis sentidos. Yo caminaba hipnotizado, no podía quitar la mirada del pa...isaje ni de la villa que asomaba en el horizonte y tampoco eludir su atracción, que me llamaba...me llamaba, como un profundo misterio.
   Me detuve frente a un pequeño hábitat, que despedía aromas subyugantes de la conjunción de los extractos de las flores silvestres.
   De entre la neblina y la penumbra emergió una figura que caminaba distraída hacia mí. Su deambular indefinido misteriosamente lo llevaba a encontrase conmigo, cuando nos encontramos frente a frente me dí cuenta que él era yo, y nuestros tiempos se detuvieron……..
   Cuando me internaron me dolió pero acá tengo siempre quien me escuche y comparta mis aventuras.

jueves, 14 de abril de 2011

DALTÓNICO, de Saluditero

- “¡Este niño es tonto! Pues no dice ahora que está viendo los árboles verdes y el cielo azul...”
- “Mujer, no seas tan dura con el chiquillo. No es tonto, es daltónico”.
- “Tú conduce, y limpia el parabrisas de bichos, que no sé como puedes ver la carretera”.
La sirena de una ambulancia sonaba a lo lejos y un señor vestido de verde con sombrero negro muy raro me preguntaba: “chaval, ¿me oyes, estás bien?, ¡mírame!, por los clavos de Cristo, ¡dime algo!”
- “Le juro señor guardia, que el coche me embistió a mí”
- “Sí, sí, tranquilícese. Si se ve claro... ¿Eufemiano?,¡EUFEMIANO!... Deja al chaval y échales la manta a los padres por encima, que la gente se para a mirar”.

miércoles, 13 de abril de 2011

La exploradora

Cinco horas de vuelo agotador bajo este sol de justicia, búsqueda, búsqueda, búsqueda y parece que lo he encontrado. Es el lugar perfecto. Un río, Olivos, almendros, romero, tomillo, lavanda, olmos, álamos, abedules, sauces, saúcos, millares de capullos, millones, millones, millones de flores y allí a lo lejos una población humana con toooooodo lo necesario en tiempo de escasez. Me doy la vuelta y aviso a las demásssss. Polinizar, polinizar, polinizar.

David, dale al limpiaparabrisas, mira el manchurrón que acaba de dejar esa abeja.


Lucrecia Hoyos, LA CONDENA

A trabajos forzados fui condenada. En aquel pueblo de colores imposibles que respondían a mi mirada turbia, mi percepción de la realidad alterada por la tensión que se interponía entre el mundo y yo. Dos meses y un día. Después vendría el final del curso, las vacaciones y al curso siguiente más de lo mismo. Aterricé en un aula donde pequeños monstruos similares a niños se dedicaban todo el día a martirizarme. Ojos enormes tras gafas de culo de vaso. Risas sarcásticas. Zancadillas. Tiza en mi silla… Hasta que un día encontré una rata muerta sobre mi mesa. Salí del Instituto caminando hacia las afueras del pueblo, era un hermoso pueblo en la Sierra de Mariola, caminé día y noche, no sé lo que tardé en llegar a Valencia. A veces dormía cobijada bajo un árbol a orillas de la carretera. No sé lo que tardé… Ahora miro extrañada desde la ventana de una habitación muy blanca en la que a veces me visitan una especie de doctores muy amables, y tengo los pies llenos de vendas…

Luis Mateo Díez, UN TESORO

Viajé a la pequeña ciudad donde nació mi mujer una tarde de febrero.

Iba a cumplir una de esas últimas voluntades que uno asume con más conciencia del dolor y la memoria que de la necesidad de hacerlo, todavía contagiado por la emoción de aquella ausencia que el tiempo no lograba paliar.

Rosa quiso, y estoy seguro de que era una especie de capricho derivado de aquellas obsesiones finales que tanto la asediaban, que buscase una medalla en un preciso rincón del patio de la escuela donde habían transcurrido muchos recreos de su infancia.

Es curioso que alguien pueda detallar con tanta exactitud el lugar de un diminuto y trivial tesoro perteneciente a un pasado personal tan remoto, que en esos momentos tan graves de la enfermedad fatal sobrevenga el recuerdo de un suceso infantil que posiblemente no volvió a brotar nunca hasta ese instante.

Debajo de un ladrillo, en el sitio exacto, estaba la medalla enmohecida. Tembló en mis dedos mientras logré limpiarla y descubrir el rostro indeciso de una Virgen.

-¿Qué haces...? -dijo alguien a mi espalda. Una niña coja con un cabás en la mano izquierda me miraba con gesto severo e indignado.

-¿Por qué me la robas? – repitió

Tendía la mano derecha con decisión y apenas sin reaccionar deposité en su palma la medalla.

Desde entonces me he sentido despojado de la memoria de mi amor por Rosa y me voy convenciendo, con gran dolor, de que más allá de la desgracia de haberla perdido está la desesperación de presentir que nunca fue mía.

La dueña del tesoro huyó por el patio y desde las aulas se escuchaba como un turbio rumor el canto de multiplicar.

ÚLTIMA VISIÓN. Marco Antonio Torres Mazón


            La vieja y destartalada camioneta dejó atrás el pueblo. En su interior ocho personas. Saturnino conducía despacio, bordeando la angosta carretera. En la parte de atrás cuatro hombres y una mujer con las muñecas atadas y el rostro descompuesto. Rodrigo y el cabo Fulgencio estaban con las armas preparadas, alerta. El profesor, la comadrona, el panadero, un viejo que escribía poemas y el banderillero respiraban con dificultad. Un otoñal amanecer dejaba ver la desnudez de los árboles. Lo que no se veía era el frío de la mañana. Tampoco el miedo, ni la ira. Al tomar la última curva Fulgencio gritó: ¡aquí es! El vehículo se detuvo bruscamente. Bajaron a los cinco detenidos. El sol intentaba hacer su trabajo, calentar, pero de nada parecía servir. Al menos bañaba el paisaje, haciendo que todo aquello semejara un sueño. Los cinco maniatados, como si se hubieran puesto de acuerdo, miraron al pueblo de una forma extraña, como si no terminaran de reconocerlo, como si nunca hubiesen vivido allí. Tras unos segundos de rara confusión, el cabo Fulgencio señaló un pequeño llano a unos cien metros. ¡Vamos!, gritó Rodrigo. Saturnino encendió un cigarrillo. Todos caminaron hacia el lugar indicado. Una vez allí, y para sorpresa de los reos, dos hombres armados les esperaban. Fulgencio les hizo una señal con la cabeza. Al instante la disposición del grupo quedó clara: el profesor, la comadrona, el panadero, el viejo que escribía poemas y el banderillero formaban una fila, unos al lado de los otros, casi tocándose con los hombros. Saturnino, al que le habían dado un arma, Rodrigo, el cabo Fulgencio y los dos desconocidos justo enfrente de ellos, a escasos tres metros. El sol seguía ascendiendo en la bóveda celeste, derramando luz allí donde solo había oscuridad. Del pueblo llegó el rumor quejumbroso de las campanas de la iglesia. En ese instante cinco detonaciones llenaron de ecos la belleza del paisaje. Luego llegó el silencio. Los árboles, o sus esqueletos, continuaban allí. También la carretera, el sol, las nubes y el pueblo.

martes, 12 de abril de 2011

DOCE AÑOS DE LAGRIMAS. Fina Fernández


Tras la verja del colegio la veo jugar con sus compañeras, creo que es feliz, me mira y la llamo...

            DOCE AÑOS ATRÁS
            Rosana se puso de parto, su marido estaba de viaje y ella lo prefiere así, no sabe con seguridad quien es el padre de su bebe pero enseguida va a salir de dudas.
            Después de quince horas de parto le ponen sobre su pecho a una hermosa niña, su pelo negro y su piel de un color aceitunado le despeja la duda de la paternidad de su hija. ¿Cómo se lo voy a decir a Luis? ¡nunca me perdonará!, me echará de su casa, me despojará de todo, ¿cómo voy a cuidar de mi hija?, dejé mi trabajo para casarme y acomodarme en una vida de lujo. Después de tantos años ¿como  voy a conseguir trabajo?, pensaba Rosana mientras tenía a su hija sobre su pecho.
            Estando en la habitación conoce a su compañera Eva que le enseña a su hijita, una niña de cabellos rubios y una piel tan blanca como la leche. Así debería ser mi hija y la de Luis, piensa Rosana sin saber que va hacer. Llega la noche y aunque intenta dormir no puede, Eva se encuentra profundamente dormida, de repente oye como corre la gente de un lado a otro dando gritos desesperados, “FUEGO, FUEGO” no lo piensa dos veces, coge a la niña y sale a la calle. Mi compañera de habitación se encuentra adentro le dice Rosana a una enfermera, ésta entra en el edificio saliendo al poco tiempo con una niña morenita en sus brazos y diciendo pobre Eva.

            Me mira y la llamo..., viene sonriendo, quisiera decirle lo mucho que me arrepentí, pero estaba desesperada, me quito un pendiente quiero que tenga algo mío, se lo doy diciéndole guárdalo siempre y hecho a correr con los ojos vidriosos por las lagrimas que quieren escapar al sufrimiento de estos doce años.

En mi rincón.

Son las 11 A.M. Como cada día, cinco días a la semana, busco cualquier excusa para esperarla en mi rincón. El patio del colegio es enorme, pero desde allí la veo sin que me vea, la escucho llegar, puedo incluso respirarla.

Corro, tropiezo, me levanto y corro. Es casi la hora.

Si me concentro mucho, si Lorena no me molesta, podría oír sus pasos acercándose desde lejos, he aprendido a distinguirlos del resto del mundo, son un taconeo rítmico, musical, hermoso, más hermoso que callarse a oscuras.

Ya viene, como cada día, puntual. Ella no puede verme, ella no sabe que existo, pero ella lo es todo para mí.

Hoy lleva minifalda, ayer pantalones con raya como los de papá, huele a fruta recién cogida, es tan hermosa que no parece posible.

Pasa a mi lado ocupada en sus pensamientos, frunce el ceño, se detiene justo enfrente, me ve y me sonríe, su rostro brilla. La sangre sube a mi cara como si fuera invierno y llevara diez minutos corriendo, no lo puedo evitar. No puedo hablar, he olvidado cómo se respira, mi corazón no sigue las leyes de la física, avanza sin control cuesta abajo, enamorado. El viento sale a rescatarme, una ráfaga traviesa levanta un pliegue de la blusa que está fuera de su lugar, puedo ver un trocito de su piel blanca. Si empezara a llover no me mojaría, si me muero, ya no me importa.

Mientras se aleja no puedo sujetar mis pensamientos, me agarro a la verja y sueño con hacerme mayor, con abandonar mi ignorancia, con olvidar para siempre los veinte minutos del recreo.

- ¿Ya estás aquí otra vez?. Mira, las chicas están saltando juntas, todas al mismo tiempo, ya son cuatro, ven. ¿No es increíble?.

- Sí, es increíble.

La primera por la izquierda soy yo, me llamo Clara, soy la única que no sonríe.

CADA LOCO CON SU HISTORIA. María Gertrudis Torres Mazón.


David había recorrido ese camino cientos de veces, tantas veces que hasta sabía las curvas que tenía la carretera desde Torremendo hasta San Miguel, veintitrés en total.
Pero hoy el viaje se hacía más largo que nunca, junto a él estaba su mujer Eva que permanecía en su sueño ensimismado y justo atrás el pequeño David, que sentado en su sillita contemplaba el paisaje pero hacía ademán de querer dormirse.
David subió el volumen de la radio, no podía creer que precisamente hoy Eva se hubiera empeñado en ir a San Miguel a visitar a sus padres, con la que estaba cayendo (pensó David) si estaba todo el país paralizado ante tal acontecimiento y yo aquí conduciendo como un idiota.
.- Este tipo de acontecimientos no pasan siempre. Dijo David a Eva, que ya había vuelto a la realidad de su mundo.
.- Si es cierto, la verdad que es hermoso no me canso de contemplar la pequeña masía que se ve a lo lejos y como se rompe el sol en primavera, estallando en el cielo hermosos tonos ocres y anaranjados. Dijo Eva.
.- Pero, ¿de qué hablas? si lo digo por el partidazo que se jugaba hoy y el cual me estoy perdiendo por venir a ver a tus padres a San Miguel. Le espetó David a Eva con un tono de mosqueo.
Eva miraba extasiada la masía que un día perteneció a una familia allegada a Antonio Gálvez Arce y la cuál ocupó un pequeño fragmento en la historia escrita de aquellas tierras.
David subió más volumen a la radio.
.- Goooooooooooooooooool.  Señores y Señoras, esto que acaban de ver es Historia.

HACEDORES DE SUEÑOS. María Gertrudís Torres Mazón


Son las once y media de la noche y estoy esperando para poder hacer un sueño realidad.
Él se acaba de quedar dormido, o al menos eso creo. Ha estado toda la tarde sonriendo y en cada una de sus sonrisas me he sentido la persona más feliz del mundo. Luego ha cenado y entre bocado y bocado hacía muecas para que pudiese ver ese espacio vacío que a él le llena de orgullo. Después un buen baño, está ansioso por irse a su cama en donde las sábanas con sus dibujitos infantiles le abrazan cada noche, sintiéndose protegido por sus superhéroes. Me da un beso de buenas noches, el mejor beso que se pueda esperar jamás, le doy un abrazo del que no quiero escapar nunca y pone con cuidado el pequeño dientecito de leche debajo de la almohada.
Ya es la hora, el sueño ha vencido a la impaciencia, voy a su habitación, abro la puerta intentando ser invisible, meto la mano por debajo de la almohada, David se mueve pero sigue dormido, cojo el diente de leche con delicadeza para cambiarlo por un pequeño muñeco de su serie favorita, lo dejo en la mesita de noche y misión cumplida.
Es temprano, escucho unos pasitos inquietos que recorren el pasillo hasta mi dormitorio, David me despierta con su voz de niño inocente
.- Mami, mami ha venido el ratoncito Pérez.
Le doy un beso en su mejilla sonrosada y quisiera que por un instante se parase el tiempo para quedar eternamente presa en el sueño infantil de mi niño.
 

lunes, 11 de abril de 2011

Parte del juego

Todos los complejos que se pueden tener a los 12 años, fueron míos a esa edad: demasiado flaca, demasiado plana, demasiados granos, demasiado tímida… Eran un pesado lastre, me hacían sentir diferente: invisible; me comparaba... con Lucía, tan segura de sí misma, con la piel tan brillante y su larga melena rubia, ella ya usaba sostén y sus formas femeninas se marcaban sobre su uniforme, el mío, sin embargo, caía sin gracia sobre mi escuálido cuerpecillo de niña. Para colmo, mamá me hacía unas trenzas tan apretadas, que mis orejas aprovechaban la distancia con el pelo para destacarse aún más, añadiendo un nuevo complejo a mi flamante colección.
Me refugiaba en mis sueños, en mis libros, y en mi amistad con Magdalenita, siempre tan buena, tan leal y fiel.
En el recreo siempre nos tocaba dar a la comba, ya ni preguntábamos, era nuestro cometido, “ellas” comenzaban saltando lo mismo que elegían quien se la quedaba al “pica, pica”, o quien era la jefa de la pandilla.
Hojeando mi álbum colegial me he encontrado una foto (dando a la comba, claro). Me ha hecho sonreír.
El tiempo cambió mi destino. Ya no doy a la comba. Ahora soy yo quien salta mientras otros la mueven, pero no me olvido de quienes con sus manos la elevan, son tan importantes… sin ellos nadie podría saltar, no habría juego.

EL SECRETO DE LA MALETA de Josefina Fernandez Fernandez,

Qué bien vecinos nuevos, piensa Elena mirando por la ventana hacía la casa de al lado. El coche en que vinieron los nuevos vecinos estaba a rebosar de objetos.

Un hombre de unos cincuenta años y un muchacho de unos dieciséis, salen del coche. Elena hecha a correr a la cocina para coger una manzana y volver a su habitación para seguir observando a los vecinos (esto promete algo interesante, piensa Elena), no es que fuese una chismosa, más bien se movía por la curiosidad, quería enterarse de todo aquello que las personas guardamos para nosotros con celo, y claro está que todo el mundo tenía su secretillo.

Ve como van sacando todos los enseres del coche, pero lo que le llama la atención es una maleta raída, descolorida por el paso del tiempo, era única, destacaba en el suelo de la acera rodeada de varias maletas a juego, grandes, medianas y pequeñas todas ellas nuevas y pensó ¿que tendrá esa maleta dentro?. Elena de gran imaginación empezó hacerse una película en su cabeza a causa de la maleta.

Esa noche estando ya en su cama le viene la maleta a su cabeza, no se la podía quitar de su mente por más vueltas que le daba tenía que saber que secreto tenía esa maleta. Pasado un mes Elena y el muchacho de la casa de al lado que se llamaba Isaac, se hicieron muy amigos, una tarde cuando volvían juntos del colegio ella se atrevió sacar a relucir el comentario sobre la maleta, diciéndole que los había visto cuando llegaron y que le había llamado su atención.

Isaac le comenta que su padre la guarda de recuerdo, era de su abuelo. Un día cuando era pequeño la cogí para guardar unos juguetes viejos, pero me la quito de las manos y me dijo que nunca más la volviera a coger, ¿por qué tienes tanto interés por ella?.

No se... me da la impresión que hay algún secreto metido en esa maleta, quizás abriéndola salimos de dudas, le dice Elena con cara picara.

Isaac era un chico fácil de convencer, quedaron para el día siguiente su padre iba a la ciudad y era el momento más adecuado para abrir la maleta.

Sentados en el suelo delante de la maleta deciden abrirla, no había ningún candado, así que mucho secreto no debía de haber le dice Isaac. Pero cuando empiezan a mover la cremallera sus corazones laten a gran velocidad, pegan un salto hacía atrás cuando ven a una muñeca de goma con un tacto casi humano. Mi abuela grita Isaac, Elena lo mira con sorpresa recogiendo una carta que tiene la maleta y se dispone a leerla.



Quisiera dejar para el recuerdo parte de mi historia de amor, quiero pedir a mi hijo que se lo pase a los suyos cuando tengan dieciocho años no antes, (la edad es capricho, es la edad que yo tenía cuando empezó mi historia) y éste al suyo y así sucesivamente.

Es raro que una mujer haya hecho tal locura por un hombre pero Irene la hizo, me explicaré.

Me ganaba la vida de ventrículo realizando espectáculos con mis muñecos en el CAFÉ PAK, Irene vino todos los fines de semana durante un año a verme y me enamoré perdidamente de ella, pero yo era muy tímido y no me atreví a decirle nada. Mi contrato se terminó y tenía que recoger las cosas y marcharme. En aquella época había muchos emigrantes y yo iba a ser uno más, mi destino Cuba. Lo tenía todo preparado y ya había embarcado, cuando un presentimiento, aunque no sabía el qué, me hizo ir a mi camarote y abrir mi maleta de muñecos, cual fue mi sorpresa cuando me encuentro saliendo de mi maleta a Irene. Después de aquel día estuvimos juntos hasta su muerte, hace un mes.

Ja ja ja, recuerdo que tuve que mandar hacer todos mis muñecos y decidí encargar éste, en recuerdo de Irene saliendo de la maleta. Dicen que se hacen muchas locuras pero la mayoría son por amor.

Elena e Isaac se miraron emocionados. Ya te dije que había un secreto.