sábado, 31 de diciembre de 2011

Un encuentro inevitable (En la tetería V)


-No debía ser muy bueno lo que tramaban contra Lu esos desalmados, tendría que avisarla, -pensaba Leocadia mientras caminaba por la calle sin percatarse de que el joven de gafas la estaba siguiendo desde que había salido del local-. Bastante tenía con mantenerse erguida con los dos carajillos dándole vueltas en el cerebro. Se estiró el vestido de punto de colorines que se le iba subiendo a cada paso que daba, tan molesto, y se recolocó las medias caladas, de fantasía, sin ningún pudor. Fue entonces cuando lo vio, era aquel panolis de la barra. Lo saludó asombrada y él le contestó diciéndole que parecía que ambos llevaban el mismo camino y que podían hacerlo juntos. Y así, charlando mientras caminaban, llegaron hasta la puerta de su casa.
"Me hace gracia este jovencito que solo bebe infusiones, tan bien educado y encima toca el clarinete. No es que sea muy apuesto, pero tiene un no sé qué..."
Le picaba la peluca y solo quería llegar a casa para quitársela. Pero en vez de eso, le preguntó a su acompañante si quería subir. Estaba dispuesta a prepararle los tés que hiciera falta. Recordó que tenía una botella de cava en el frigo. Hacía tanto tiempo que nadie se interesaba de verdad por ella...

UNA NOCHE ESPECIAL


El móvil pitaba anunciando mensajes constantemente, la bandeja de correo electrónico estaba llena y el inalámbrico no paraba de sonar. Todos la invitaban a cenar y a salir. A su madre le preocupaba que pasara la noche sola, así que le dijo que esperaba a un par de amigas. Jorge, su ex, le pidió –sin ningún compromiso- quedar para tomar las uvas juntos: “por los viejos tiempos”, “ya sabes, como amigos”, tuvo que decirle que había quedado, que había alguien en su vida.
 Así fue esquivando a unos y a otros.
Cuando comenzaban los cuartos se sentó frente al televisor con una copa de cava a ver cómo la gente cumplía un ritual que poco influiría en el destino o la suerte que iban a correr en el año venidero.
Como no tenía con quien brindar apuró y rellenó su copa en paz consigo misma, acarició el lomo de su libro y se puso a leer con su amiga la soledad mirando por encima de su hombro.


LAS DOCE.


En el bar de la plaza se respiraba el ambiente típico de la Nochevieja, risas, música, cava, fiesta. Faltaban escasos minutos para las campanadas. Santiago apuraba su gin-tonic con los ojos cerrados. Se repetía una y otra vez: "lo tengo que dejar, se lo prometí a Belén, lo tengo que dejar". Abría los ojos y veía las luces que le fascinaban, sentía la tentación de acercarse, se reprimía, otro trago. La gente se acomodaba para tomar las uvas. Sonaban los cuartos. Santiago sacó del bolsillo de su pantalón un puñado de monedas, se acercó a la máquina y al son de las campanadas fue metiendo las que deseaba que fuesen las últimas monedas que derrochaba. En casa de Santiago, Belén, sentada frente al televisor, tomaba las uvas a golpe de lágrimas cayendo por sus mejillas.

jueves, 29 de diciembre de 2011

En la tetería IV


Aquel Lunes de Navidad no fuí a trabajar. Pasé la mañana trasteando en casa. Hacía frío.
A las cinco, puntualmente, salí a tomar mi té. Suelo acudir todos los días a la calle Sorní. Infusión de arándanos y periódico. Como soy un habitual de la casa, Marcello, el camarero, ya me tiene preparada la tetera a la temperatura justa, al punto de acidez exacto y mis butter cookies preferidas.
A esas horas, no suele haber gente en el local. Siempre se anima más tarde. Pero aquella tarde, había una dama sentada en la barra con aspecto tenso. Esto era doblemente extraordinario. En primer lugar, porque estaba sentada en mi sitio favorito; y, en segundo lugar, porque era una rubia inquietante. Me senté cerca e imaginé que pediría un simple té verde. Miraba hacia la puerta nerviosa, como si esperase a alguien.
Sonó la campanilla de la puerta y apareció una mujer joven. La rubia se giró hacia Marcello y gritó:
-”Carajillo de ron negrita”
-“Caray!! Esta rubia me gusta”. Pensé.
A los cinco minutos, volvió a sonar otra vez la campanita de la puerta y apareció otra mujer, que saludó efusivamente a la primera. Mi rubia se giró hacia mí, y con un seco “Perdone”me arrebató el periódico y se tapó la cara para poder vigilarlas a las dos.
Mientras mis arándanos infusionaban, yo seguía la escena con expectación. Allí estaba pasando algo y no me lo quería perder.
Al momento, llegaron una pareja y se unieron a las chicas.Todos se saludaban con alegría y cordialidad. Estaban sentados junto al árbol de Navidad.
Seguíamos atentamente la escena mi compañera de barra y yo, especialmente ella, que tomaba notas en una servilleta de todo lo que oía.Y el caso es que resultaba un grupo inofensivo.
Pasó el rato y, después de unas fotos, todos se pusieron en pie y se despidieron amistosamente en la puerta.
Mi extraña compañera, que ya iba por su segundo carajillo, se abalanzó sobre las galletitas que dejaron en el plato y me lanzó una mirada de cómplice silencio. Recogió su bolso y salió para no volver. La echo de menos.Vuelve rubia,vuelve...

En la tetería III



Leocadia estaba francamente enfadada. Se había enterado de que sus “amigos” -eso es lo que ella pensaba hasta ese momento, que eran sus amigos- habían planeado un encuentro para tomar el té de las cinco en la mejor tetería de la ciudad, en la calle Sorní, pero nadie se lo había comunicado, ni siquiera Lu, su vecina, amiga y colega, que tantos favores le debía y con la que pensaba, hasta ese momento, que tenía una relación muy especial. Urdió un plan de los suyos porque no quería perderse esa reunión por nada del mundo y más cuando se enteró de que iban a asistir dos nuevas amigas de VALENCIA ESCRIBE: Julieta y Geli.
La mañana del día señalado se encaminó a la calle María Cristina y compró una peluca rubia platino a lo Marilyn que no le sentaba nada mal. A las cinco menos diez estaba situada en la barra de la tetería esperando que llegara la comitiva para intentar no perderse un ápice de la conversación. Primero llego una joven bien parecida que miró a todos lados, se sentó a una mesa, sacó el teléfono móvil y empezó a escribir un mensaje; acto seguido apareció Asun por la puerta, radiante, como siempre, se dirigió directamente a la joven y le dio dos besos. Al rato aparecieron Amparo y Eufrasio que se habían encontrado en la calle, venían muy guapos y sonrientes, saludaron e iniciaron la ceremonia del té con la ayuda del camarero que les sirvió muy solícito dos tés de canela, dos rooibos de jengibre y mandarina y unas butter cookie que casi nadie probó, qué gente más sana, yo esperé a que se fueran y devoré todas las galletas con un sorbo de los restos de mi segundo carajillo de ron.
El caso es que, a pesar de que tenía la oreja prácticamente pegada a Amparo, no pude enterarme bien de la conversación -es la sordera que se va abriendo camino. No supe si la joven desconocida era Geli o Julieta. Oí hablar de un cosaco y de música, de notas de inglés y de las dificultades de la vida, de la escritura, de la asociación y de lo mal que escriben algunos en el blog, en especial la presidenta, aprovecharon su ausencia para proponer su sustitución por algún miembro más versado. Esto no me extrañó, se lo merece por embaucadora y mala amiga. Cuando se fueron, me quedé un rato pensativa, saqué mi libreta y empecé a tomar apuntes de los detalles para esta narración.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

En la tetería (II)


-Te dije que no era necesario andar tan deprisa -dijo Geli, y se sentó en uno de los sofás de la tetería, con el tacón en la mano.

Julieta ni la oyó, absorta en recorrer el local con la mirada como rapaz en busca de caza. Eran las primeras en llegar. Por fin, se sentó en el mismo sofá. Al punto, una mujer alta de ojos claros entró y sonriente,
preguntó:

-¿Julieta?, ¡Hola! Soy Asun.

-¡Hola! ¿Qué tal? sí, soy Geli. «¡Ay! será posible, pero si me acaba de dar un pisotón. ¿Por qué habré venido con ella?». Bueno, quiero decir… Julieta y Geli.

Las dos se alzaron al mismo tiempo para besar a la recién llegada y sus cabezas chocaron con la de la pobre Asun que muy discreta, prefirió no hacer ningún comentario.

Julieta no estaba dispuesta a dejar que la reunión se echara a perder por culpa de Geli y su exceso de comedimiento. «¡Frescura, frescura! Eso es lo que necesita un encuentro como este. ¡Menos mal que he venido yo también!. No la puedo dejar sola». Y justo cuando se disponía a tomar la palabra, la puerta se abrió de nuevo y apareció frente a ella, su príncipe bereber. Las besó a las tres, y desde ese instante, Julieta olvidó sus propósitos recientes.

Amparo y Eufrasio no tardaron en llegar, pero para entonces, tanto Asun como Geli, sabían que al príncipe berebere solo le interesaba Julieta.

Los cuatro pidieron unos deliciosos tés de canela y unos rooibos de genjibre y mandarina, mientras que la pareja olvidada de todo y de todos, planeaba una visita a la Catedral de León.

La tarde transcurrió con las historias de Amparo, los ojos chiquitos de Eufrasio, y la cordura de Asun. Era la primera vez que se reunían, pero la atmósfera no se revistió de silencios incómodos. Al contrario, las palabras se sucedían ligeras, en busca de historias que las equiparan de sentido, de armonía y de calor, pese al frío al otro lado del ventanal.

Eufrasio con su mirada directa y sus ojillos propuso que se institucionalizaran este tipo de encuentros, y fue entonces cuando Julieta, olvidada de todo y de todos, exclamó:

-¡Voto por ellos!

Nos miramos todos un breve instante y cómplices, nuestras carcajadas estallaron alegres y despreocupadas al unísono.

martes, 27 de diciembre de 2011

Julieta del desierto (I)

-¿Qué te ocurre, Geli? –preguntó Julieta sin dejar de mirarla.

-Nada, no te preocupes.- Respondió sin convicción.

-Vamos, suéltalo. A mi no me engañas.

-No te lo vas a creer,…pero lo he visto-. Geli dejó de remover la crema, y alzó la vista del cazo.

-¿A quién? ¿A quién has visto? – la azuzó nerviosa Julieta, y añadió:

¡Quieres hablar de una maldita vez!

-A tu príncipe bereber –un tono ligeramente burlón, tiñó sus palabras-. Lo ví en el café de la esquina, hablando con el camarero.

No dijo nada más. Se quedó observándola con ojos pícaros. Desde que habían vuelto del desierto, Julieta, siempre tan inquieta y creativa, a ratos, se quedaba en estado de ensoñación.

-Estás de guasa –respondió incrédula- . No puede ser-.

El mentón de Julieta se tensó. Lo levantó un poco. Era un gesto suyo muy peculiar que pretendía conferir autoridad a su rostro, pero que justamente hacía cuando se sentía intranquila.

-¿Hablaste con él? –preguntó molesta.

-Pues sí, a decir verdad, hablé con él. Hemos quedado para tomar té esta tarde a las cinco. Quiere hacernos una propuesta.- Lo dijo de carrerilla, muy rápido. Julieta, que de normal, jugaba con las palabras a su antojo, no supo que decir en ese momento.

-¿Una propuesta? –contestó al fin- ¿Una propuesta? -repitió-, ¿de qué tipo?-.

-Tiene que ver con aquellos vestidos que nos regaló de arena y destellos de luna, con la moda, en definitiva. Quiere crear una colección. De hecho, también vendrán Amparo, Asun, Lucrecia y Eufrasio.

-¿Y qué se les ha perdido a todos éstos en el té de las cinco? –replicó Julieta airada.

-Mujer, Amparo anduvo entre telas y encajes toda su vida, ¿qué mejor asesora sino ella?. Por otra parte, necesita un soporte informático para gestionar el proyecto. Ahí ya tienes el porqué de que haya convocado a Asun. Y para tener éxito en el lanzamiento de la colección, es normal que haya pensado en una mujer con tanto poder de convocatoria como Lu.

-¿Y qué me dices de Eufrasio? Porque no me negarás que rarito, es un rato rarito.-

Esto le salió del alma a Julieta. Lo cierto es que le caía muy bien. Sus puntos de vista siempre eran inesperados y a contracorriente. Eso le gustaba.

-Pues está claro que su papel será esencial en el terreno del diseño. Tú príncipe busca no solo la innovación, sino la provocación, y creo que Eufrasio es clave en ese cometido.

-Sí, claro, mirado desde esa perspectiva,…-se le oyó decir en voz muy baja, como si hablara para sí misma.

Julieta, como un alazán en el valle, agitó su negra cabellera para salir de su estado de ensoñación, y con voz persuasiva, dijo:

-Dame solo un minuto. Me cambio y voy contigo -. Salió azorada de la cocina.

Geli sonrió por dentro. Sabía que Julieta bebía los vientos por el príncipe bereber, pero se cuidó mucho de decírselo de este modo. Desde que mantuvieran aquella conversación sobre la autoría de los textos, su artimaña de hacerle creer a Julieta, que ella y solo ella, tomaba las decisiones por las dos, estaba dando muy buenos resultados.

Las dos mujeres, con la alegría encaramada en los tacones, y sus corazones a buen resguardo del gélido frío de enero, se lanzaron a la calle en busca de otro sueño.

domingo, 25 de diciembre de 2011

REBELIÓN EN LA GRANJA DE ORWELL


-Que comience la sesión- dijo pavoneándose encima de la mesa (era lo propio pues se trataba de un pavo) El señor cordero, de inquietante mirada estrábica, era el encargado de vigilar que el gallinero no se alborotara, mientras que la señora besugo tenía como misión escribir las actas del día.
Al imputado, el rebelde cerdo convertido en dictador, se le obligó a presenciar el juicio a cuatro patas y, entre otros cargos, se le acusó de instigar al granjero a comer en navidad cualquier animal que no fuese cerdo, sobre todo pavo, cordero, y/o besugo –y gallina en pepitoria, y gallina en pepitoria- se oía gritar a las cluecas al fondo. -Beeeeee[1], señoras, beeeee- se hartaba de repetir el señor cordero mientras el rincón de los patos se soliviantaba por no mencionar lo enfermos que estaban del hígado por usarlos como aperitivo de foie.
El presidente, que seguía pavoneándose sobre la mesa, le repetía a la señora besugo que no parara de escribir todo lo que oyera y, ella, desde su pecera, con la pluma diluyendo la tinta en el agua hacía lo que podía porque todo lo que escribía lo hacía sobre papel mojado, pero se esforzaba, os juro que se esforzaba.
El señor y la señora Lapin, conejos para más señas, estaban con la mosca tras la oreja porque nadie hablaba de cómo sus hijos eran llevados uno a uno todos los domingos, a trocitos, al paellero para hacer el arroz.
El cerdo, que mientras se celebraba el juicio había estado comiéndose unas trufas que había encontrado, se levantó sobre sus patas traseras y con voz aguda y potente juró vengarse de todos ellos. Al día siguiente amaneció en su pocilga degollado con un cuchillo de la cocina de la casa de los dueños y abierto en canal. El señor Orwell lo miró con cierta extrañeza pero con estricta indiferencia inglesa y entró en casa llamando a su mujer: “Agatha... ¿Agatha...? ¡Tienes un nuevo caso por resolver...!


[1] En realidad decía “bieeeeen” en valenciano.

EL MONO


Hacía tiempo que las historias se fundían y entremezclaban, como si las musas, o las parcas –para el caso era lo mismo-, hubieran organizado una bacanal de vivencias en su azotea. Las pastillas no le calmaban en absoluto, de hecho, la vena angular le palpitaba como si tuviera vida propia, como si quisiera traspasar el epitelio y lanzarse a una expedición por la habitación, pero con sombrero safari, que aparentar es lo que prima. Pero no, se dijo... y posó un pañuelo empapado en alcohol sobre su frente –pensó que así, por lo menos, uno de los dos se embriagaría- que sólo consiguió adsorber, que no absorber, porque los surcos de las arrugas aumentaban la superficie específica y, por ende, la tensión superficial. De todas formas, el hígado se lo agradeció con una reverencia.
Tres años era demasiado tiempo para volver con un ex pero, al contrario de lo que pueda pensar la mayoría de la gente, el mono no entiende ni de plazos ni de terapias. Así que, como diría su abuelo: “a las tentaciones sólo resisten los santos”. Lo encendió, eso sí, con un billete de cien euros para que no todo el momento fuese placentero pero sí memorable y, mientras se lo fumaba, las frases que centelleaban descontroladas por su cabeza fueron ordenándose por estricto orden de antigüedad. Tomó la pluma –esto sólo se puede hacer si se es un escritor de los de antes- y se extrajo unas gotas de la vena del brazo. Sopló un poco de aire mezclado con el humo del cigarro para fijar la tinta púrpura bermellón y pudo comprobar con satisfacción que el contrato se ejecutaba al instante. En las siguientes dos semanas subsistió con una legión entera de café con whisky y de bombones rellenos de pippermint para organizar el mayor compendio de estupideces que un ser humano pudo hacer nunca bajo la fórmula de bestiario.

Tregua de Navidad. Un breve alto el fuego no oficial que ocurrió entre el Imperio Alemán y las tropas británicas estacionadas en el frente occidental de la IGM durante la navidad de 1914. La tregua comenzó el 24 de diciembre.

Es posible que el mono de la sangre ya estuviera contento, nunca lo sabré con certeza, pero el de la cabeza se había convertido en una bestia con vida propia. Nunca más necesitaría de relojes de arena para saber donde estaba el centro de la tierra y, desde luego, tampoco de tinta roja para escribir relatos del corazón.


LAS RATAS

Eran las cinco de la tarde y no tenía el cuerpo para tonterías, pero la noche se presentaba vestida de largo.
Como todos los días, era la hora en la que mi querida migraña hacía acto de presencia y, con su habitual empeño, me instó a que me sentara en la chaiselong. Ella lo hizo en el otomán. La chiquillería entró en el salón como el séptimo de caballería al grito unánime de “Tataaaaaaaa”. Mi querida migraña ni se inmutó, a lo sumo alzó una oreja con total indiferencia, para dejarme bien claro que era yo quién tenía que levantarme a recibir. Cómo han cambiado los tiempos en los que a una señora como yo ni se le molestaba nunca, ni se le mandaba nada. Pero en fin, son los tiempos que corren, que ya no corren, sino vuelan, pero no como pájaros, ahora vuelan como naves siderales -¿o se dice espaciales?- El caso es que estaba rodeada de pequeñas personas que me hablaban todas a la vez para solicitarme mi atención exclusiva a cada una de ellas y, por supuesto, sus regalos.
     Ante tal algarabía, mi fiel migraña bostezó con energía y, desperezándose, se bajó del otomán con desgana e indiferencia, la misma con la que abandonó la sala. Los ojos de los críos me clavaban sus ensayados gestos lastimeros, pero yo sólo veía infinitos pares de orejas, rojas como gambas, grandes como de chimpancés, retándome a que tirara de ellas hasta que se desprendieran de sus cabezas. Pero no, una vez más me contuve... me dirigí al sinfonier perseguida por el enjambre de avispas africanas y les di sus regalos.
Abandonaron la sala al instante, como los ratones abandonan el barco que se hunde y me dejaron sola unos breves instantes, lo suficiente como para poder regurgitar la mejor de mis sonrisas para enfrentarme ahora con sus progenitores... Con las ratas.


REDSLED (TRINEO ROJO). De Genzoman

Directamente desde la ciudad de los rascacielos llega un nuevo superhéroe de la editorial Marvel. Se trata del nuevo vengador: Redsled.
Redsled, con su saco cargado de superpoderes, es capaz de vencer a cualquier enemigo de la Navidad, sobre todo a aquellos detractores de su espíritu; los que ponen en duda su existencia; los aguafiestas de estas fechas; los censores del relleno en el pavo relleno. Redsled es el enemigo número uno de los ateos y los pro-monárquicos defensores de los reyes magos de la infame iglesia católica. Redsled defiende con su verdad el auténtico y único estilo de vida posible: el nuestro, el de los USA.
Redsled aparecerá el día diciembre 24 a la hora 00:00 en todas sus librerías y centros comerciales habituales al fantástico precio de... ¡atención chicos! 350$. No perdáis esta única oportunidad y no dejéis que vuestro amigo se lo compre antes que vosotros. ¡Sed los primeros, los Number One de vuestro colegio, de vuestro barrio, de vuestro país. Vamos, deja la Play y vuela con Redsled a correr aventuras de su mano. ¡Redsled te necesita!. ¡Tu país te necesita!.

GUERRA, SOLA IGIENE DEL MONDO

Cuando las cosas se tuercen es difícil que se enderecen. La culpa fue del neonazi ese, del bárbaro incivilizado del norte, del bufón del cielo infiel vestido de rojo. Nunca habíamos tenido problemas y los negocios marchaban bien, pero fue entrar este indeseable en el mercado del juguete infantil y se rompió el delicado equilibrio que manteníamos. La pax augusta entre nuestras tres naciones se quebró para siempre. Como proclamó el espíritu de Sant’Elia antes de ser elevado al cielo futurista por un aeroplano: “¡Guerra, sola igiene del mondo!”.
En un principio la estrategia fue clara porque se trataba de luchar contra el infiel del gorro rojo. Pero pronto nos dimos cuenta del descomunal poder que había reunido durante todos estos años de supremacía comercial, así que tuvimos que juntar los tres ejércitos. Fue un error. Pronto surgieron los recelos y las envidias entre nosotros y acabamos derivando el interés general en un interés común. La guerra siguió asolando nuestras tierras pero ahora nuestros jóvenes no volvían y la población fue envejeciendo tanto, que los niños casi dejaron de nacer.
Cierto, la guerra había sido la única higiene del mundo, pero el mundo que habíamos conocido también dejó de existir. Nuestros reinos se replegaron hasta poco más que la capital y el resto del territorio fue desmembrándose al ir cayendo poco a poco en manos de grupos tribales. El caos, vestido de rojo y con un gorro coronado por una borla blanca, había vencido y con él vino la oscuridad.

RUDOLPH

No empecé a trabajar con Klaus hasta finales del siglo XIX. Al principio fui su preferido, por ello me situaba como guía del resto de la manada y porque he de confesarles... era diferente, no sé si me entienden. Yo nací en el desierto de Gobi, pero ya de jovencito me di cuenta que era diferente a los demás y los demás tampoco ayudaban a integrarme, así que me fui a Suomi (Finlandia) y me hice la operación, dejé de ser camello para ser reno. Para los curiosos aclararé que la cornamenta no es de hueso, sino de madera-cemento: virutas de madera de quintas del cabo Norte, mezcladas con cemento CEM-IIIa, pulidas y tostadas con ceniza de Ipé y vodka de Warswa; un trabajo fino hecho por un ebanista de Murmansk emigrado a Helsinki tras la perestroika de Gorbachov.
     Pero había un problema, como necesitaba mucho dinero para la operación, tuve que ponerme a trabajar de porteador en el más sufrido de los trabajos de la época en la zona, que no era otro que siendo camello de los reyes magos. No fueron malos tiempos, aunque el trabajo era duro porque la carga sólo nos la repartíamos entre tres, mientras que con Klaus era entre nueve. Pero ni punto de comparación oigan, En Laponia no existe sentido del humor porque se te congela la sonrisa, pero la gente es mucho más feliz porque hasta los renos tienen reconocidos sus derechos laborales por medio de un convenio laboral justo y ecuánime.
     No les sentó nada bien a los reyes magos que les pidiera el finiquito y me largara sin avisar a trabajar con la competencia, pero entiendan que en los países de oriente medio a lo máximo que podía aspirar alguien como yo era a un poco de alfalfa y mucho pienso. Por eso me pusieron una demanda laboral por incumplimiento de contrato; un contrato falso, por cierto, porque estos reyezuelos corruptos tienen muchos contactos e influencias con la clase legislativa de sus reinos, de hecho  suelen ser familiares suyos. Esa fue la gota que colmó el vaso de la paciencia regia. Desde entonces esto no ha parado y ha acabado en una querella en el juzgado de lo civil y a mis compañeros y a mí hacinados en unas dependencias municipales sin condiciones algunas de confort y salubridad mínimas.
     Por eso hemos decidido marcharnos en silencio, sin hacer ruido, como estamos acostumbrados a hacer. Esto no pretende ser una nota exculpatoria, pero mis hermanos de fatigas y yo no queremos tampoco que se calumnie a nadie.

TRIS-TRAS-TRES

Tris-tras-tres. Sonaba la sierra una y otra vez.
     Olía a cuerno quemado pero merecía la pena. Había consenso: nueve renos voladores era mucho mejor que tres camellos, además, nueve es divisible entre tres. El plan había salido perfecto. Ese gordo vestido con los colores del III Reich ya no volvería a ser el protagonista de las fiestas, ni el puto amo del mercado del juguete. A ver quién era el guapo que iba a distinguir un reno afeitado de un camello, o a cuestionar que ese fuera su nuevo medio de transporte. Los nuevos tiempos requieren renovaciones o morir en el intento. Todo estaba pensado desde hacía siglos. Se acabó el llegar tarde a todos los sitios.
     El problema fue que los renos no soportaron el primer verano en el lejano oriente. Demasiado calor para un bicho acostumbrado a vivir rodeado de frío y de hielo. Los nueve acabaron como comida para los perros de Gaspar. Es aficionado a las carreras de galgos de toda la vida.


sábado, 24 de diciembre de 2011

A BOUT DE SOUFFLE

“Multa de dos mil quinientos euros por alteración del orden en local público y por descalificaciones racistas y xenófobas. Pago de todos los desperfectos ocasionados en el local y de las costas del juicio. De dos a tres meses de trabajos sociales con payasos sin fronteras por poseer el atuendo adecuado. Depósito de los renos en las dependencias municipales del hogar de los animales.”
Eso fue demasiado para mí. Salí del juzgado como alma que persigue el diablo y tomé prestado el primer vehículo que encontré a mano: la vespa de un funcionario de correos que estaba bregando con seis porras, seis, con su tazón de chocolate en el bar de enfrente del juzgado. Cargué los regalos que me quedaban por repartir en la baca trasera y directo hasta la capital, a todo gas. Ya mandaría a alguien a por los renos.
Decidí tomar una carretera comarcal para no llamar la atención. Con las prisas y el calentón se me olvidó cambiarme de ropa y, aunque por estas fechas hay mucho cretino que se disfraza de mí por seis euros la hora -incluso hay quien lo hace gratis- no era como para ir tentando a la suerte. Será posible que no sepa la gente que lo de ir vestido de rojo no es por gusto, lo hago porque es el color que más destaca en la nieve por si me extravío que los servicios especiales de rescate me encuentren enseguida.
La vespa, que se portó como una campeona, me llevó hasta el mismo centro de la ciudad donde el chico de los periódicos de la tarde me devolvió a la realidad con el titular que iba cantando: “Extra, extra, desaparición misteriosa de los renos de Santa Claus”. No necesitó comprar los periódicos para saber donde estaban. De momento una cosa tenía clara... El negocio, sin renos, acababa de irse al garete.

CONTUMELIA

La noche no traía nada especial. El mismo trabajo que todos los años, la misma nieve, el mismo frío. Después de tantos años, la sonrisa de un niño no es suficiente aliciente como para soportar todas las inclemencias del tiempo por estas fechas, pero si se tiene un buen vaso de güisqui con hielo -con dos hielos- entre las manos, pues mejor que mejor. No es que sea un alcohólico pero, de vez en cuando, el peso de la monotonía es demasiado grande para llevarlo uno sólo, así que apoyarse en un vaso o dos tampoco creo que sea tan grave.
El caso es que cuando ya me había decidido a continuar con mi jornada laboral vestido de bandera nazi, y antes de que aparecieran por la puerta del bar porque su hedor a camello les precede por donde quiera vayan. Abrieron la puerta los pajes, porque el protocolo impide que ellos se ensucien las manos –a pesar de que siempre lleven guantes- y de inmediato el ambiente se enrareció con sus aires de superioridad: que si la copa tiene que ser de plata, que si la nobleza no bebe esos licores terrenales, que si el hielo tiene que ser de cumbres, que si los cacahuetes son para los monos... ¡Joder, con la aristocracia, qué humos!
Lo que más me soliviantó fue que entraran proclamando que habían decidido romper el convenio laboral establecido porque sí, porque ya estaban hartos de mi protagonismo laicista – se les olvida que yo soy santo- Yo no tengo la culpa que decidieran viajar en camello. Además si tan magos son lo lógico es hacer que los camellos volaran para llegar cuanto antes al nacimiento. Si llegaron trece días tarde... es porque pararon por el camino. Todo el mundo lo sabe. ¿A quién pretenden engañar? Pero si por entonces ya existían las alfombras voladoras. Pero claro, son los reyes magos de oriente... Por cierto, ¿es que nadie se ha preguntado cómo un rey de oriente puede ser negro? Señores, estamos en el año cero. ¡No existen reyes negros en el continente asiático!
Me levanté del taburete y les llamé de todo lo que se me pasó por la cabeza y, claro, no medí bien las fuerzas: dos pajes por rey, seis, más Baltasar, que no se pierde ninguna contumelia, siete contra uno. Sí, ya sé que yo soy más alto, mas pesado y tengo más fuerza, pero estaba en clara inferioridad y sólo me defendí. Le juro señoría que a Melchor le abrió la cabeza una silla que iba dirigida contra mí. Lo que sucede es que están confabulados los tres. ¿No ve, señoría, que llevan más de dos mil años asociados?

jueves, 22 de diciembre de 2011

Dedicado a Magda


Pese al temblor de sus manos,Mag sujetó el chelo con firmeza  y levantó el arco con suavidad.Apenas escuchaba su propia respiración.Era su audición final de curso y coincidía con el concierto de Navidad.

Llevaba varias semanas ensayando esa pieza pero,nunca fue su primera opción.Tenía una dificultad manifiesta.Debía emocionar y llegar al corazón.Si no conseguía ese efecto , la técnica, por sí misma quedaba vacía.
Dos días antes,había decidido desestimar la obra,pero esa misma tarde finalmente,rectificó y asumió el riesgo.

El silencio de la sala  le dió la fuerza para arrancar.Fuera del arco y de  las cuerdas, su campo visual estaba nublado.No veía nada ni  nadie y tenía la espalda tensa.Pero a su mente venían imágenes.Especialmente,la voz de su maestro descifrando para ella los secretos de la partitura.
-”Aquí silencio,aquí anacrusa”.
- “Atenta Mag, son fusas.Abre,abre,haz cantar al chelo...smorzando”.
Una y otra vez,metrónomo en mano,a tempo.

Detrás quedaban horas de encierro solitario.Destinadas a tres interminables minutos de intensa emoción.
Mag cabalgó a través de pentagramasy compases, casi con vértigo.
-”Llego,llego al final...Ritardando,....”pensaba para sí.Hasta la última nota.
Con los ojos húmedos y un nudo en la garganta. Se quedó pegada al arco  casi sin aliento,y de un vacío oscuro, salió una aplauso ensordecedor.Sonrisa.


miércoles, 21 de diciembre de 2011

¿QUÉ LIBRO LE VOY A PEDIR A LOS REYES MAGOS PARA MIS AMIGOS DE VE?

Lucrecia: Un libro de viajes de Javier Reverte, edición tapa dura y con profusión de fotografías.
Malén: 1280 almas, de Jim Thompson, edición tapa blanda, de saldo, subrayada por el anterior propietario. Novela negra para llevar a todas partes.
Wis: En las montañas de la locura, de HP Lovecraft. Una relato para pasar miedo escrito con mano maestra.
Fernando: Cien mil millones de poemas, varios autores. Si queréis saber cómo un libro puede contener tal cantidad de poemas, a comprarlo. Y todos son sonetos perfectos...
Eufrasio: La subasta del lote 49, de Thomas Pynchon. Si no supiera que Eufrasio no vive en los Estados Unidos juraría que este libro está escrito por él.
Geli: El dardo en la palabra, de Fernando Lázaro Carreter. Divertido y mordaz, y lleno de sabiduría en el lenguaje. Para quien aprecia y valora el uso de la palabra.
Amparo: Los miserables, de Víctor Hugo. Una novela de largo recorrido para una escritora cuya prosa desborda los espacios del micro.
Lara: Réquiem por un campesino español, de Ramón J. Sender. Poco más de cien páginas para narrar lo que fue nuestra Guerra Civil. Salud camarada!!!
Fergal: Estambul, ciudad y recuerdos, de Orhan Pamuk. Estaba claro...y es un libro maravilloso, como todos los de este gran autor.
Marigé: La tía Tula, de Don Miguel de Unamuno. Desde que lo leí en segundo de bachiller llamo a mi hermana Tula.
Asun: Un libro de relatos de Alice Munro, una de las mejores narradoras de cuentos actuales. Munro es la escritora favorita de Elvira Lindo.
Yolanda: Un libro de poemas de Andrés Trapiello, o una de sus novelas, o unos de sus ensayos, o uno de sus tomos de diarios,...
Fina: Antología poética, de Ángel González. Como dijo Sabina: “tan rojo, tan Oviedo y tan zascandil...”.

NOCHEBUENA DE 1977. A mi hermano Marco Antonio, con todo mi cariño.

Faltaba muy poquito para la llegada de la Nochebuena y en aquel tiempo aún no se había consagrado la figura de Papá Noel, por lo tanto yo no soñaba con juguetes hasta más tarde cuando la cuenta atrás del día de Reyes se hacía interminable.

No entendía muy bien por qué mi mamá se sentía aquellas fiestas tan cansada. Tenía una barriga que parecía un globo gigante y yo pensaba que de un momento a otro le iba a reventar. Mi mami me explicó que faltaba muy poquito para que el bebé naciera y que tendría que portarme muy bien con mis abuelas el tiempo que ella no estuviera en casa.

El día de nochebuena, como era costumbre en casa, mi abuela Gertrudis desde bien temprano ya andaba ensimismada en la cocina limpiando los tradicionales calamares para luego hacerlos rellenos. Le pregunté a mi abuelita donde estaba mi mamá y mi papá y me contestó que se habían marchado al Hospital de Alicante porque el bebé ya estaba de camino.

Ya me estaba hartando de aquel bebé que se había propuesto quitarme a mi mamá y a mi papá justo el día de Nochebuena. Yo no quería quedarme en casa con mis abuelas porque seguramente me mandarían a la cama para poder irse las dos a la misa de  gallo, y mis hermanos mayores pasaban totalmente de mí, no querían jugar conmigo a las barriguitas.

Así pasé la noche de Nochebuena del año 1977, esperando a que de un momento a otro mi madre o mi padre entraran por la puerta de casa cantado “A esta casa hemos llegado, cantemos con alegría…”

A la mañana siguiente mi padre entró en mi habitación para decirme que ya había llegado mi hermanito al mundo. Yo me quedé petrificada; se suponía que lo que vendría al mundo sería un bebé, así le llamaban todos. Me fui con mi padre aquel día, a pesar de la retahíla de mis abuelas con el persistente – quedate con nosotras y no molestes a tus padres. Cuando llegamos al hospital yo estaba muy nerviosa. Le dí un beso a mi mamá, que estaba tumbada en la cama y con una cara desencaja (años más tarde me enteraría de que mi hermanito pesó seis kilos y que fue un parto muy complicado) y con un poco de temor me asomé a aquél cajón transparente en donde se suponía estaba mi hermanito, al que anteriormente le llamaban el bebé. Creo recordar que me entró una risita nerviosa cuando le cogí por primera vez su manita, a la vez que mi padre decía:
- Se llamará Marco Antonio como el Triunviro. Al cabo de un tiempo mi hermano se convirtió en mi mejor compañero de juegos y de sueños.


martes, 20 de diciembre de 2011

Nuestra hada madrina



Esto era un hada con una preciosa varita mágica. Todos sus deseos se veían siempre satisfechos. Con gran dominio de las nuevas tecnologías se dijo: -crearé un lugar de encuentro para amantes de la narrativa-, e inmediatamente lo consiguió. Otro día hizo lo mismo con la gran olvidada: la poesía.
No contenta con ambas, extendió sus redes a sus otras dos pasiones, los libros y el cine. El celuloide y las páginas de papel, en definitiva, contaban historias que era lo que a ella le gustaba. La transportaban a otros escenarios y a infinitas vidas, que podía vivir sin moverse de su espacio.
Un día se le rompió la varita en un descuido imperdonable. Entonces comprendió que la magia no estaba en aquel complemento, meramente decorativo, sino en ella misma: la  fuerza y el poder de seducción de su palabra.

El perfecto anfitrión

Para Marco con mis mejores deseos.

Marco Antonio salió de casa temprano como cada mañana y se dirigió a su despacho. Se acercaba la Navidad y las temperaturas habían dado un bajón de vértigo. Encendió un cigarrillo para intentar que la pequeña brasa le comunicara un poco de calor. Andaba pensativo y feliz, a pesar de lo temprano de la hora, de las calles semidesiertas y de un cielo gris plomizo que teñía las calles, las plazas, los árboles y hasta las almas de los pocos transeúntes que pasaban arrebujados en sus abrigos y bufandas. Él seguía apurando el cigarrillo y se decía a sí mismo: lo tengo que dejar, este va a ser el último cigarrillo en mucho tiempo. Dio la última calada intensa y aplastó la colilla con fuerza enterrándola en la tierra del parque que atravesaba. Al momento, volvió sobre sus pasos, desenterró la colilla y la depositó en una papelera que tenía enfrente. Quería parques limpios, deseaba mantener un cuerpo sano, quería oler a jabón y a colonia suave. Ahora tenía una gran responsabilidad. Pronto habría un invitado muy especial en su casa y él, perfeccionista en todo, se sentía en la obligación de ser el mejor anfitrión del mundo.

lunes, 19 de diciembre de 2011

En el país de nunca jamás



El gato había ocupado su sillón preferido, el orejero, y Geli no tenía ganas de discutir con él, lo echó hacia un lado y compartieron acomodo durante un rato. La charla casual con un amigo psiquiatra la había acabado contrariando. 
Si se lo pasaba bien con Julieta ¿por qué tenía que hacerla desaparecer de su vida?  Ese metomentodo no tenía ni idea de nada. ¡Bastantes rutinas poseía ya la vida, como para querer permanecer en ella sin fantasía!
Desde la cocina una llamada la sacó de sus divagaciones:
-¡Querida, ya está lista la cena, ven rápido, que hoy nos toca sesión de escritura para los amigos de VE!
Julieta, que sabía hacer de todo, era su compañera perfecta, la cuidaba y le ofrecía argumentos para sus relatos. Lo tenía claro, desoiría los consejos de su entrometido amigo, pero no abandonaría jamás su constante fuente de inspiración.

Diciembre




Habían caído bolas de naftalina del cielo, Wis se preguntaba cómo era posible que aquel granizo fuera tan perfecto y tan helado. El ruido en el tejado y en los cristales ensordecía cualquier otro sonido aislado. Pero le pareció oír algo extraño en el exterior. Ella desconocía lo que era el miedo. Era valiente y atrevida desde siempre, por eso no le importaba vivir sola y alejada de la aldea. Así que salió a la oscuridad a ver qué pasaba. Una de las ramas del abeto gigante que se hallaba  a la entrada se había quebrado por el azote del viento. ¿Y si ahora una sombra…? -pensó-, pero se rió de su propia ocurrencia. Siempre inventando situaciones al límite de lo humanamente soportable.
Volvió de nuevo al interior de la casa, atizó los leños de la chimenea y continuó escribiendo su relato de terror.

Sin duda alguna, para la que más nos atemoriza de todo el grupo.

Filan donas


Filandón, cuadro de 1872 obra de Luis  Álvarez Catalá.


Me gusta imaginaros en el interior de este cuadro del siglo XIX alrededor del fuego, con las tocas y delantales, riendo, hilando y narrando historias, como los hilos que vuestras manos sin descanso tejen. Os recreo como hadas inspiradoras del arte de fabular o como trovadoras de canciones y romances. Hechizáis a los oyentes con la  magia de vuestras palabras, mientras ofrecéis licores perfumados de hierbas, elaborados con arte en vuestras cocinas, a los paladares difíciles de satisfacer. Os demandan más relatos y más cuentos para engañar el transcurrir del tiempo. Pasa la noche compartiendo entre amigas como un suspiro, llega la mañana y ahí seguís, cual genuinas hechiceras, venidas de lugares remotos, para maravillar a la audiencia con vuestras fantásticas leyendas.

                        A las amigas de León, Dori y Yolanda, 
                               fieles herederas de su tradición.

CONFUSIÓN



Antes de que hubiera terminado de desenvolver el regalo de cumpleaños, sonó dentro del paquete un timbre: era un móvil. Lo cogí y oí que mi mujer me felicitaba con una carcajada desde el teléfono del dormitorio. Esa noche, ella quiso que habláramos de la vida: los años que llevábamos juntos y todo eso. Pero se empeñó en que lo hiciéramos por teléfono, de manera que se marchó al dormitorio y me llamó desde allí al cuarto de estar, donde permanecía yo con el trasto colocado en la cintura. Cuando acabamos la conversación, fui al dormitorio y la vi sentada en la cama, pensativa. Me dijo que acababa de hablar con su marido por teléfono y que estaba dudando si volver con él. Lo nuestro le producía culpa. Yo soy su único marido, así que interpreté aquello como una provocación sexual e hicimos el amor con la desesperación de dos adúlteros. Al día siguiente, estaba en la oficina, tomándome el bocadillo de media mañana, cuando sonó el móvil. Era ella, claro. Dijo que prefería confesarme que tenía un amante. Yo le seguí la corriente porque me pareció que aquel juego nos venía bien a los dos, de manera que le contesté que no se preocupara: habíamos resuelto otras crisis y resolveríamos ésta también. Por la noche, volvimos a hablar por teléfono, como el día anterior, y me contó que dentro de un rato iba a encontrarse con su amante. Aquello me excitó mucho, así que colgué en seguida, fui al dormitorio e hicimos el amor hasta el amanecer. Toda la semana fue igual. El sábado, por fin, cuando nos encontramos en el dormitorio después de la conversación telefónica habitual, me dijo que me quería pero que tenía que dejarme porque su marido la necesitaba más que yo. Dicho esto, cogió la puerta, se fue y desde entonces el móvil no ha vuelto a sonar. Estoy confundido.